No solo somos clase obrera

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Por Belen Moreno

Un error muy común que algunos sectores de la sociedad cometen, es pensar que el machismo, ese comportamiento que tienen los hombres con respecto a las mujeres, es intrínsecamente capitalista y de derechas. Es decir, que Santiago Abascal es machista, cierto, pero que además ejemplariza al machista por antonomasia. Y que solo sus seguidores son como él. Es verdad que el capitalismo y las ideologías de derechas son muy machistas, al igual que las religiones y muchísimas tradiciones consideradas rasgos culturales que rigen en muchos casos la vida social de los países. Pero como lo cortés no quita lo valiente, el machismo de izquierdas es tan real, tangible y comprobable como el de derechas. Las feministas siempre decimos que lo más parecido a un machista de derechas es un machista de izquierdas. Pero, además, hay un rasgo muy “izquierdoso”. Son paternalistas y condescendientes, porque tratan de hacernos creer que no lo son y que son más feministas que cualquiera de nosotras. Los machistas de izquierdas nos explican cosas. 

El capitalismo es una expresión económica que trasciende sus límites para convertirse en un enfoque político. Sus consecuencias son nefastas para las mujeres, pero eso no es óbice para descartar como machistas otras ideologías, muy alejadas del capitalismo y que estuvieron y están presentes en nuestra historia y son todavía defendidas por un amplio sector de población. 

El país que huyó premeditadamente del capitalismo a través de una revolución fue Rusia, que, con el tiempo, se convirtió en la URSS. Todas sabemos lo que significan esas siglas y el alcance de su política en los países del entorno. Durante más de la mitad del siglo XX, las mujeres en la URSS se integraron en la vida política de la misma forma que los hombres. Se aprobaron leyes de divorcio, aborto y tenían la misma categoría ciudadana que ellos. Estudiaban, eran ingenieras, médicas, llegando a ocupar puestos técnicos en un porcentaje muy superior a los hombres, incluso fueron astronautas pioneras cuando en el resto del mundo, la mística de la feminidad devolvía a las mujeres al mundo doméstico tras el intervalo de la II Guerra Mundial. Pero incluso en esa situación de igualdad, en la URSS, el patriarcado no desapareció. Las mujeres, presentes en todos los ámbitos de la sociedad, seguían cargando con el grueso de las tareas domésticas y de cuidado, vivían bajo un grueso techo de cristal y si era preciso, se las relegaba. Pocas llegaron a ocupar cargos en el gobierno o en el Partido Comunista, donde se tomaban las decisiones que regían la vida de todos. Tampoco se terminó definitivamente con la prostitución, ni con las agresiones sexuales o la violencia machista. De hecho, la Rusia que conocemos hoy, heredera en muchas estructuras sociales de aquella URSS, es uno de los países más machistas del mundo. No existen leyes contra la violencia machista, ni las mujeres se atreven a denunciar sabiendo la respuesta de las instituciones y policías. Según datos de su Ministerio del Interior, más de dos millones de mujeres son víctimas de abuso sexual o violación. Según las organizaciones de mujeres, ya que su gobierno no facilita datos, en 2019 fueron asesinadas más de 1.500 mujeres. Carecen de protección jurídica, se hacen comprobaciones de virginidad en los institutos y casi no se denuncia la violencia por el miedo a la impunidad de los maltratadores. Las feministas elaboraron un proyecto de políticas de igualdad, donde se incluye la violencia machista, las leyes contra la discriminación en el ámbito educativo y piden la aplicación del Convenio de Estambul, así como la eliminación de las más de 400 profesiones que están prohibidas para las mujeres. 

No quiero dejar de recordaros que Lenin calificaba el feminismo como “movimiento burgués” precisamente porque solo entendían la sociedad desde el punto de vista económico y si les proporcionaban a las mujeres una vida laboral plena, en igualdad, el resto de problemas se deberían volatilizar. Es un concepto reduccionista y sectario pensar que no hay nada que solucionar en la vida de una mujer si tiene un trabajo remunerado y socialmente aceptado. Tenemos que tener claro que esa sociedad altamente machista que se vive en Rusia no ha surgido por generación espontánea. No es una seta que sale al abrigo de un árbol y tiene una vida limitada en el tiempo. Es un comportamiento arraigado y que se aprende, de generación en generación y que se mantiene por interés. Los machistas de hoy, muchos de ellos, nacieron y vivieron en la Rusia comunista. Desapareció de forma oficial en 1991, hace tan solo 32 años. Muchos de estos hombres, crecieron viendo a sus madres soportando dobles jornadas laborales, violencia sexo afectiva y limitaciones. Replican comportamientos y naturalmente la incursión capitalista, los acrecienta. 

Otro ejemplo de un país con pasado comunista es Kirguistán. Formó parte de la URRS desde 1924 hasta su desaparición. Es decir, se operaban las mismas estrategias políticas que en la república madre. En este país de Asia Central se lleva a cabo una de las mayores atrocidades contra las mujeres y su libertad. No es nuevo, es una tradición que viene de mucho antes de pasar por la época comunista. Hablamos del secuestro de novias. Esta práctica es como su nombre indica, un secuestro de mujeres para casarse con ellas. No hablamos de un paripé entre parejas que tienen problemas con las respectivas familias. Hablamos de mujeres desconocidas que son obligadas por la fuerza de uno o varios hombres y llevadas a casa de la familia del varón que decidió secuestrarla para someterla y que se case con él. En la mayoría de los casos, esta práctica conlleva la violación. Y el desprecio por parte de la sociedad de aquellas que se niegan o escapan. Están marcadas y su destino es aceptar a ese desconocido como esposo o ser unas parias sociales. Sus familias intercederán para que acepten y descubrirán que sus propias madres se casaron así.  Una vez convencida, tendrá que dejar su vida para dedicarse de lleno a las tareas domésticas compartiendo casa con suegros y cuñados. No pueden seguir estudiando ni trabajando. En los últimos años, el gobierno ha intentado paliar los daños con denuncias y persecuciones, de hecho, está penado con 3 años de cárcel (11 años si se roba ganado) pero la práctica está demasiado arraigada como para eliminarla del todo. Hablamos de mujeres, pero también de jóvenes de 16 o 17 años. Muchas se ven abocadas al suicidio por la impotencia de ver derrumbarse sus vidas. Si toman la decisión de morir o escapar, el hombre solo tendrá que secuestrar a otra. 

Esta práctica tampoco nació del capitalismo ni se eliminó en el comunismo. La ideología de izquierdas no impidió que las mujeres de Kirguistán dejasen de ser objetos a los que se les podía hacer cualquier cosa. 

Cuba es el único país del mundo que sigue manteniendo una política que podríamos llamar socialista, aunque en los últimos años, se han implantado medidas más capitalistas de lo que se podría esperar. En Cuba tampoco hay una ley de violencia machista y se calcula que son asesinadas unas 50 mujeres al año. Para ellos, esa violencia contra las mujeres tiene el eximente de los problemas económicos, pero ese argumento es desmontable porque no se sostiene. Las mujeres cubanas no denuncian en la mayoría de los casos por la revictimización a la que son sometidas. De hecho, muchos agentes de policía, buscan al agresor y le instan a que se enfrente a ella o incluso la denuncie.

Pero si todo esto no fuese suficiente para pensar que Cuba no es un país feminista por muy de izquierdas que sea, hace relativamente poco se aprobó una versión edulcorada de la gestación subrogada. Una práctica que mercantiliza mujeres y bebés y que, aunque ellos justifican el altruismo por no haber pago, sí que se contempla la satisfacción monetaria de los gastos del proceso. 

Donde quiero llegar es que una política claramente socialista, no como la del PSOE, con políticas igualitarias, con los derechos de los trabajadores reconocidos, no deja inmediatamente de ser machista. Concebir el patriarcado como algo propiamente económico es minimizar los daños y sus consecuencias. Igual que hay burguesas que sufren violencia machista, hay obreros que cuando le dan una hostia a su mujer, les duele igual que si la diera un rico. Los obreros de las fábricas, que votan a la izquierda, se pasan los findes violando mujeres en los clubes y los pisos. Los agricultores que se enfrentan al capital y se movilizan contra leyes injustas, también lo hacen. Y algunos violan o agreden o maltratan mujeres. 

El machismo y el patriarcado no se eliminan por implantar políticas leninistas, comunistas, socialistas o estalinistas. Porque no es una ideología política ni económica. Es una forma global de entender la sociedad desde hace miles de años, cuyos avances solo han servido para crear nuevas formas de abusar de las mujeres. Los rojos también ven porno

Para terminar con el machismo, hay que destruir esta sociedad y crear una nueva. Hay que devastar el pensamiento masculino tal y como le conocemos y le sentimos hoy. Cambiar las estructuras de poder, por muy comunista que se sea, no va a modificar el sentimiento masculino que hace a las mujeres inferiores y propiedad de los hombres. Reducir a las mujeres a ser “obreras”, excluye de sus vidas aspectos en muchos casos más importantes. La mujer es el ser más discriminado del planeta porque lo es incluso por grupos oprimidos. Es el último eslabón de la cadena, el que se une a la argolla que impide respirar. Si las ideologías comunistas fuesen una cura, ni Rusia, ni Cuba ni Kirguistán estarían en este artículo. Por eso el feminismo es el movimiento social más odiado por todas las estructuras de poder, tengan el color político que tengan, porque desmenuza la sociedad para demostrar que no existe ninguna que no dañe en mayor o menor medida a las mujeres. 

Por @belentejuelas

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