¿#SeAcabó? 

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Por Mara Ricoy

Lo que vemos estos días llenando hilos en redes, titulares nacionales e internacionales, minutos televisivos e incluso iglesias es, sin lugar a dudas, la evidencia de una España dividida una vez más, dividida entre machismo y justicia, dividida entre hombres que por fin no quieren ser partícipes (al menos en público) con su silencio de los crímenes contra las mujeres, y aquellos que prefieren seguir llamándonos locas, feminazis y lo que haga falta para intentar negar la mayor. 

Dividida entre quienes quieren reinventar lo que vieron y quienes lo vieron.

Llevo meses lejos de redes y años lejos de España, pero veo con vergüenza aunque poca sorpresa lo que está ocurriendo estos días en relación con Rubiales y Hermoso. 

Y veo también como el engranaje machista, tal y como cabía esperar se ha puesto en marcha,  llegando así a la difusión de vídeos que “demuestren” desde la retórica machista que Jenni no es víctima sino criminal. 

Hace tiempo que dije que a las mujeres víctimas de agresiones machistas se nos juzga mucho antes de cualquier juicio.

Y también que el consentimiento responsabiliza a la víctima de su agresión. 

Año 2023 y ahí seguimos… Pero con esto ya no me puedo reprimir, y como hay quien se sigue haciendo películas, les contaré una realidad para contextualizar. A mí me violaron mis compañeros de piso cuando yo tenía 20 años y seguí viviendo con ellos, haciendo bromas con ellos, y la razón no fue únicamente que el rohypnol que me habían puesto en la bebida la noche de lo ocurrido no me dejase recordar nada más allá de sensaciones y una confusión muy desagradable, sino una programación mental de años, ya que cuando no conseguía hilar los recuerdos inmediatamente me coloqué como culpable de cualquier cosa que hubiese sucedido, no llegaba a saber qué había ocurrido, pero sin duda era yo quien les había dado a entender que lo quería o les había confundido con mi actitud.

Pero quizá, para comprender la historia, habría que añadir que cuando el novio de mi madre me hizo lo mismo que Rubiales a Jenni poniéndome contra una pared en las escaleras de casa, cuando yo tenía 16 años y el tipo (que además trabajaba en un penitenciario) 50 y tantos, a mí se me dijo que aquello habría sido una broma.

O quizá también puede aportar datos el que, de preadolescente, me hacía besar, quisiera o no, a los amigos de mi padre, los mismos que salivaban al verme pasar un par de años más tarde. 

Y es que no estamos hablando únicamente de la indefensión aprendida o del shock en el que las mujeres nos quedamos, faltas de reacción por miedo. No estamos hablando exclusivamente de la sumisión con la que reaccionamos por opresión social en situaciones en las que interactuamos con quienes tienen el poder físico y político. 

Hablamos del condicionamiento inculcado desde la cuna, a través de la constante representación de mujeres objeto, de violaciones romantizadas en películas, estamos hablando de la cultura del manoseo, y el chascarrillo, del “no te hagas la estrecha y del “lleva cuidadito”, la misma de los sementales y las zorras, la misma cultura y el mismo país que aún no ha hecho nada cuando protestamos contra la grabación (grabación y evidencia científica sí) del entrenador del Rayo Vallecano en 2022 quien dijo:

“Este staff es increíble, pero nos faltan cosas. Nos falta, sigo diciéndolo, hacer pues, una como los del Arandina, nos falta que cojamos a una, pero que sea mayor de edad para no meternos en ‘jaris’, y cargárnosla ahí todos juntos. Eso es lo que realmente une a un staff y a un equipo. Mira a los del Arandina, iban directos a un ascenso”.

Es en medio de esa cultura y con grabaciones mediante, con 71 feminicidios registrados en lo que va de año, y a menudo gracias al valor de otras que conseguimos, en raras ocasiones, dar un paso al frente y decir lo que llevamos siglos aprendiendo a callar y tolerar. 

Y es en medio de esa cultura que, pese a todo ello, aún tenemos que ser juzgadas e insultadas y comportarnos como la víctima que otros esperan.  

A nadie que haya sido agredido en otras circunstancias se le cuestiona jamás en foros públicos sobre sí quizá dio a entender que quería ser agredido o sobre por qué sonrió al día siguiente. 

Y es que en estas historias siempre hay un protagonista que desaparece muy convenientemente del foco en la única ocasión que debería estar presente, Rubiales es el único que debería estar siendo juzgado y cuestionado, no hay más. 

Pero como por arte de magia las mujeres invisibilizadas de continuo pasamos a ser de repente el absoluto centro de la situación y no para ser acompañadas, consoladas o escuchadas sino para escrutinio público. 

La última vez que en solidaridad colgué en redes mi #metoo un señor se rió de mí y dijo que parecía un “catálogo de maltrato”. 

Por desgracia y pese a todo lo que digo aquí hoy, cuando pensé en solidarizarme con un #SeAcabó fueron las primeras palabras que me vinieron a la cabeza.

Y es que lo que estamos viendo estos días le pasa a una mujer que acaba de ganar un mundial, con el mundo aplaudiéndole, el trofeo en la mano y las cámaras que muestran la realidad de una agresión. Y luego vemos cómo a esa mujer se le sigue demandando que sea perfecta, como víctima esta vez, para su imaginario como siempre y para su privilegio una vez más…Imagínense ustedes lo imposible que es,  no ya quitar la cara mientras te la sujetan a la fuerza, sino poder verbalizar lo que nos hacen porque aunque incluso cuando lo ve todo el mundo pareciera que nadie lo quiere ver. 

Y es en esa contradicción de escándalo mudo que vivimos nuestras vidas, es en ese farragoso pantano que nos movemos todas. Es en ese juego de poder en el que sobrevivimos las mujeres

Porque las mujeres seguimos siendo a conveniencia de un sistema, las aguafiestas que arruinan una celebración, la vida de un hombre, las comidas familiares o lo que sea por gritar nuestra realidad, por decir “no”.

Porque eso también me pasó a mí después de todo lo compartido en estas líneas, a los 40 y tantos cuando el tío de mi marido me dio una palmada en el culo y pese a los testigos se me cuestionó a mi, se me insultó a mi y la prioridad fue excusarle, la prioridad fue la supuesta paz que se construye gracias a nuestro silencio y sus mentiras. La prioridad fue mantener la relación familiar con un agresor antes que defender a su víctima. 

Por eso cuando tocan a una nos tocan a todas; por eso, cuando una grita, gritamos todas; por eso ese NO es tan enorme que el día que realmente se escuche no habrá dudas, juicios, insultos, ni iglesias que nos callen. 

Porque en realidad no sé si se acabó, ojalá, pero algo tengo por seguro y es que esto no ha hecho más que empezar y es imparable. 

Y entonces, como dice un eslogan feminista: “Dad gracias de que lo único que queramos sea justicia y no venganza”.

@matriactivista

Foto: Judith decapitando a Holofernes, Artemisia Gentileschi, 1620

La pintora fue violada con 17 años, juzgada, torturada y castigada por denunciar a su agresor.

1 COMENTARIO

  1. Un artículo magnífico por su contundencia y mala leche.
    Yo soy de los que piensa que la justicia no está reñida con la venganza y también me creo a pies juntillas eso de que «ante la duda tú la viuda». Con esto lo que pretendo decir es que el movimiento feminista, con una historia y una teoría muy bien asentada, ha de saber si ya toca pasar a una acción directa más radical.

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