Por Belén Moreno
Mientras en un pueblo de Granada, un alcalde socialista regalaba bayetas a unas jubiladas que participaron en una actividad pública, mientras siete mujeres eran asesinadas a lo largo del mes de agosto, mientras las violaciones seguían su curso natural, es decir, una cada seis horas (o menos), nuestras políticas (y me refiero a las mujeres que ejercen cargos públicos) aprovechaban que el Pisuerga pasa por Valladolid, para apuntarse un tanto con el escándalo del beso no deseado de Luis Rubiales a Jennifer Hermoso en la final del mundial de fútbol femenino.
Escribo este artículo la mañana del 31 de agosto de 2023, por desgracia, es posible que cuando lo podáis leer, ya no sean siete asesinadas, sean más. En nuestro país, es raro el día que no aparece muerta una mujer, no se detiene a un hombre por haber intentado asesinarla o peor, haberlo logrado. Todos los días, sin excepción, la web de Feminismo.net, publica en sus redes sociales cada noticia relacionada con la violencia machista. El seguimiento de las compañeras es infinitamente más exhaustivo y concreto que lo que hace la oficina de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género.
No tengo intención de mezclar las churras con las merinas. Lo ocurrido al final del partido es muy importante. Básicamente porque expuso a través de las cámaras de televisión del mundo entero, el trato que reciben las mujeres deportistas por parte de directivos, entrenadores y espectadores. No debemos caer en el error de pensar que lo que hizo Luis Rubiales es un hecho anecdótico. Es todo lo contrario, lo que ocurrió es que él se pasó de frenada y lo hizo visible como algo completamente natural. Es el resultado de una sociedad donde las mujeres son vulneradas en cualquier aspecto de si vida de forma sistemática. Es decir, es la exposición de la violencia estructural a la que se nos somete. ¿Qué se escandalizaron muchos hombres? Faltaría más, pero eso no significa que ese trato esté mucho más normalizado de lo que nos gustaría. No solo en el ámbito deportivo, lo está en todos.
La reacción al hecho no se hizo esperar. Las redes sociales ardían de indignación y cómo es lógico, tanto las instituciones privadas como las públicas tenían que dar un paso al frente. Dejar pasar algo así habría sido un claro desprestigio para un país que tiene un gobierno que presume de ser el más feminista entre los feministas. Vamos que la medalla de oro al gobierno se queda corta. No hay premio que pueda equipararse a nuestra gestión feminista de las leyes.
Las muestras de apoyo se sucedían a medida que pasaban los días y Yolanda Díaz, Irene Montero y las que viven en su órbita, tenían que estar presentes. A ver si ahora íbamos a ser las feministas las que nos llevásemos el mérito de poner a un señor contra las cuerdas. ¿Cómo dejar que la oportunidad se les escapase de las manos? Eso es impensable. Videos en las redes sociales, mensajes de apoyo, indignación, etc. Pero había que ir más allá, no nos podíamos quedar en los entrantes si había plato principal.
La oportunidad llegó de la concentración que se llevó a cabo en la Plaza del Callao en Madrid, el pasado lunes. Hasta allí, con la sonrisa en los labios, el pelito teñido de rubio Barbie y los modelitos más favorecedores, se acercaron para que la foto, los videos y las conexiones con la televisión mostrasen sus rostros siempre del lado del perfil bueno. Yolanda Díaz, Irene Montero, Ángela Rodriguez, Lilith Vestrynge, Pilar Llop o Pilar Alegría, se dieron ese baño de multitudes que tanto las encanta, se hicieron fotos con todas las mujeres que se lo pidieron, recibieron el aplauso y la ovación que son el alimento de su ego y soltaron arengas defendiendo a una mujer de la que es más que posible, no hubieran oído hablar en toda su vida. Ahí, envueltas por sus alienadas incondicionales que vitorean su nombre para hacerlas protagonistas de todo, pudieron ya respirar tranquilas. Nuevamente se apropiaban de un acto que ni habían organizado, ni les importaba nada más que lo justo para ser noticia durante un ratito.
Estas mujeres que se suben a todos los carros que pasan por delante de sus ojos, tienen la falsa idea de que sus gestiones y sus políticas son feministas. Ellas, adalides de un movimiento internacional y más grande que sus egos desmedidos, no pueden ver en ellas a unas compañeras. No, porque sus actos desmientes sus palabras. Ir a Callao el otro día fue un lavado de imagen, una búsqueda de rédito político frente a sus contrincantes. Una puñetera pose.
Irene Montero y el gobierno socialista (ahora en funciones) aprobaron una ley que permite a un señor con huevos colganderos, invadir el deporte femenino. Han dado validez jurídica a una espiritual idea, a un deseo personal. Y por extensión a una ambición deportiva que practicada en su categoría natural sería impensable. También han aprobado otra ley, que deja a las mujeres en desventaja ante posibles agresiones sexuales poniendo en el centro aquello de lo que ellas se sienten tan orgullosas. El consentimiento. No voy a volver a hablar de consentimiento, ya lo hizo maravillosamente bien mi compañera Karina Castelao. Solo tenéis que buscar sus artículos para entender que la trampa mortal es legal.
Yolanda Díaz se ha llenado la boca durante la campaña, alardeando de que elevará a la enésima potencia la ley trans. Que esto de Montero solo eran los preámbulos. Pero eso sí, todo desde el punto de vista feminista de ese personaje mediático como es el pequeño filosofo. Si hombre, a ese al que Najat el Hachmi ha vapuleado varias veces. Dialécticamente hablando se entiende.
Y después de todo eso y de saber que el feminismo, ese que lucha diariamente para que no mueran más mujeres, no se las viole, no se puedan comprar sus hijos, que no admite que los complementos de belleza definen mujer, ellas siguen intentando quedarse con todo lo que representa mientras con su gestión dinamita la línea de flotación y los pilares de una ideología que estaba antes de llegar ellas y permanecerá cuando se vayan, por mucho que Juan Carlos Monedero y los podemitas más recalcitrantes afirmen que la que todavía es ministra de Igualdad, nos enseñó a todas lo que es el feminismo. Antes de Irene Montero vivíamos en la nada.
Las personas que se dedican a la política deben hacer un cursillo específico de oportunismo donde se estudian las formas de absorber en beneficio propio el trabajo de los demás. Todas hemos podido ver ese video de Yolanda Díaz, melena al viento, donde insiste en que ha puesto a la Inspección de Trabajo a hacer lo que ya debería estar hecho. En el fútbol. Porque o yo soy muy mala o no la he visto enviar una horda de inspectores a los hoteles para salvaguardar los derechos de las limpiadoras. Por poner un ejemplo.
Se lo ponemos muy fácil. Les damos ocasiones sin fin para lucirse ante las cámaras, para que suelten sus discursos con su verborrea insustancial y mentirosa. Se pierde el culo para tener un recuerdo en el móvil de la cara de una vicepresidenta o de una ministra y enseñársela a nuestros amigos y familiares como si eso hiciera de nosotras seres especiales. Hija mía, si le importas tan poco que no te reconocería ni diez minutos después de hacerse un selfie contigo.
Y mientras ellas, todas, juntas o separadas, preparaban esa nueva exposición pública, practicaban sus caras de indignación o la mueca de sonrisa sincera, se vestían con sus mejores galas para estar arregladas pero informales como decía Martirio, se asesinaban a siete mujeres, dos de ellas el mismo día. Los gabinetes de crisis con respecto a las políticas feministas deberían ser permanentes porque la realidad supera a todas las ficciones imaginables. Pero como es agosto y encima con olas de calor, no hay posibilidad de preocuparse por nada más que lo que tiene tirón mediático. Las asesinadas no suben las estadísticas de popularidad ni dan prestigio. No hacen que se las entreviste en el Canal 24 h. Las violadas tampoco, la limpiadora muerta por sobre esfuerzo ni mucho menos. Ni la brecha salarial o de las pensiones, ni los hombres que se llevan la medalla que le correspondía a una mujer. Cuando una mujer pierde la vida por culpa de un desalmado, se pone un tuit de condena y se sigue adelante, sobre todo si se tiene la oportunidad de que una cámara de televisión las esté grabando.
Los hombres lo han hecho siempre y ellas aprendieron de sus pechos. Si imitar el comportamiento de machito institucional es para ellas hacer política feminista, paremos el mundo que las tendremos que pedir que se bajen porque con poses, fotos, videos y demás artificios de espectáculo mediocre de variedades no se acaba con el patriarcado.
Los discursos facilones no son política. Ni las fotos ni las comparecencias en una tribuna defendiendo posturas cuando legislas en contra. La dignidad se demuestra de otra forma. No queremos mujeres en cargos públicos que sean telepredicadores. Necesitamos serios principios, interés público y leyes ajustadas a la realidad.