Un “pico” y la trampa del consentimento (I)

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Por Karina Castelao

«Ella fue la que me subió en brazos y me acercó a su cuerpo. Y yo le dije: ‘¿un piquito?’ y ella me dijo, ‘vale'»

El espectáculo bochornoso que vivimos hoy en la RFEF pocas veces se había dado retransmitido en directo por todas las televisiones de un país y presumo que por parte de muchas extranjeras.

Luís Rubiales ha reescrito la historia de los últimos cinco días que riámonos de los revisionistas históricos negando la llegada del hombre a la Luna. Al menos, estos cambian un acontecimiento de hace 60 años, pero Rubiales tiene las santas gónadas, esas que hoy solo le ha faltado agarrarse hoy tambien ante su enfervorecido público que le aplaudía como focas, de negar lo que han visto hace menos de una semana con sus propios ojos (y escuchado con sus propios oídos) decenas de millones de personas en el planeta.

Ciñámonos a los hechos que todas y todos hemos visto. Al saludar a las autoridades, esas de las cuales forma parte el Presidente de la Real Federación Española de Fútbol, la persona que ostenta el cargo, o sea Luís Rubiales, agarró con fuerza la cabeza de la jugadora Jennifer Hermoso, se la inmovilizó y le plantó un beso en la boca el cual ella no pudo esquivar. Horas más tarde en el vestuario, durante un directo en una red social, y ante la pregunta de qué le había parecido que Rubiales la hubiera besado, Hermoso afirmó que no le había gustado pero que en esa situación ella se había visto imposibilitada a hacer cualquier cosa para impedirlo.

Es decir, en función exclusivamente de los hechos objetivos, inmovilizar la cabeza de una persona para besarla y declarar esa persona acto seguido que ese beso fue un acto en contra de su voluntad, Luís Rubiales desde su posición de autoridad agredió sexualmente según nuestro código penal a Jennifer Hermoso. Punto. No hay más. Nadie vio desde ningún punto de vista a Hermoso «subir en brazos» a Rubiales ni «acercarlo a su cuerpo». Nadie leyó en sus labios ‘¿un piquito?’ y luego ‘vale’.

A partir de ese momento cualquier afirmación contraria a reconocer esos hechos y disculparse por ellos, es una mentira y un ultraje. Si los hechos hubieran ocurrido tal y como afirma Rubiales, si hubiera pedido permiso para besar a Jennifer Hermoso, ¿porqué no lo contó en un primer momento? ¿Por qué primero se burló de quienes veían en besar forzadamente a alguien un acto de abuso de poder? ¿Por qué después pidió unas falsas disculpas? ¿Por qué solo refirió esa brevísima conversación casi una semana después de las primeras acusaciones? ¿No la recordaba? ¿O es una invención?

Y, aun en el caso de que fuera cierto que le había preguntado, ¿por qué un alto cargo le puede querer dar un beso en la boca a una subordinada? ¿Por qué le agarra la cabeza con fuerza si es «mutuo»? ¿Alguien además del interesado ha escuchado ese «vale»? ¿Si ha habido permiso, por qué negar luego públicamente haber estado de acuerdo? ¿No será que quien ha forzado el beso está buscando desesperadamente ese «consentimiento» que exime de toda culpa?

Porque aquí es cuando hay que hablar de la palabra mágica: «consentimiento». Consentir es exclusivamente permitir algo. Pero en el ámbito sexual, y un beso lo es, significa acceder a que ocurra. Y aquí es donde radica la trampa del consentimiento.

Dice Katherine MacKinnon que «la regla legal del consentimento es tan perversa que la mujer puede estar muerta y haber consentido». Es decir, el consentimiento no es deseo, en muchos casos es resignación. Las mujeres consentimos muchas veces porque no nos queda más remedio. Porque cuando estás ante un palco de autoridades, observada por millones de personas, sin posiblilidad de apartar el rostro, y te sujetan y paralizan la cabeza para darte un beso, lo de menos es que te pidan o no permiso. No hay posibilidad de que haya consentimiento. Porque no depende de ti consentir.

Rubiales busca desesperadamente el consentimiento como arma arrojadiza contra Jennifer Hermoso. Esa es la consecuencia de repetir hasta la náusea desde el Ministerio de Igualdad que hay que poner el consentimiento en el centro. Porque si hay consentimiento, ni los hechos objetivos tienen relevancia. Por consentir, podemos consentir que nos agredan, que nos inmovilicen o que nos sujeten a la fuerza que hemos dicho que sí. O lo que es peor, no hemos dicho nada pero no hemos denunciado.

Rubiales ha expuesto a Jennifer Hermoso. Siguiendo un símil futbolístico, la pelota está en su campo. Ahora la única salida que le queda es denunciar si quiere mantener que no ha consentido, que no le ha gustado. No puede limitarse a pasar y disfrutar de su triunfo. Rubiales la ha revictimizado y casi la ha convertido en la instigadora se su propia agresión. Esto es lo que se logra manoseando el consentimiento. Que su sola mención sea patente de corso para la agresión sexual. En la segunda parte de este artículo explicaré cómo.

Por último, solo decir que el consentimiento sexual es una trampa para legitimar cometer abusos y agresiones contra las mujeres y, en muchos casos, legitimar también atrocidades como la prostitución. Para dejarlo claro: la legalidad del consentimiento es la justificación del agresor.

@karinacastelao

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