Claustro

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CAPÍTULO 2

   El día sucede a una velocidad vertiginosa. Los alumnos son gilipollas. ¡Qué se le va a hacer! A veces se le ocurre llevar a clase una motosierra y usarla contra los jodidos críos que serán pasto del fascismo en cuanto salgan de aquí. Así ve las cosas Ovidio, quien se pregunta a cerca del motivo por el cual hemos de gastar un euro en esos mocosos de mierda. 

   La luz enciende las farolas y el vértigo se apodera de Ovidio una vez más. Ha de hablar durante horas sabiendo que no se le va a escuchar. Sus relaciones con el séquito de Maddalen, como él mismo llama a quien lame el culo de la directora, son pésimas tirando a belicosas pero ha de estar con sus compañeras y compañeros dado que él es uno más en su puñetero centro educativo.

   Sale dando tumbos de su casa y con las prisas arrolla a un barrendero. 

   — ¡A ver si miramos por donde vamos, joder!

   — ¡Perdón! El alma me vomita sobre los pies y el recuerdo de un mundo donde no nacían los dioses de muñecas rotas me lastima a menudo y entonces pasan estas cosas.

   El barrendero mira desdeñosamente al profesor y le responde lanzando un escupitajo tan verde y tan grosero que pareciera que tuviera vida propia. Y ni siquiera lo recoge del suelo con la máquina barredora eléctrica que lleva. 

Para Ovidio el mundo es la suma de todos sus condenados tratando de escapar. Y él es el más miserable de todos. 

   En cuanto llega al claustro se saluda amigablemente con todas las profesoras y profesores. Coge sus bártulos de tutor y los libros de los que va a hablar durante esa clase para ilustrar mejor sus comentarios. Los chavales de sus clases tienen entre 12 y 16 años y son tontos de remate. Ovidio se para un segundo a objetar si hay, siquiera, una alumna o un alumno que merezca la pena, mueve su cabeza y se responde que no, pero su no es tan alto que lo escucha todo el mundo y entonces es cuando se lía en el claustro.

   — ¡No! ¿qué? —responde Mikel, quien a esas alturas de la vida necesita desfogarse antes de entrar en clase.—

   — Nada, cosas mías…

   — ¿Cómo que cosas tuyas? 

   — ¿Estás un poco paranoico, no?

   — Es que tengo método.

   — Sí, claro. El método paranoico crítico.

   — ¿Tú quieres una hostia, verdad?

   — Siempre que esté consagrada. 

   — ¡Bueno, bueno! Ya está bien. —dijo Maddalen mientras separaba a los dos encarados profesores.—

Una vez en el aula de 3º B, Ovidio comienza su perorata.

   — Este curso de lengua y literatura pretende acercaros a los fenómenos de la comunicación y del lenguaje. Como sabéis la comunicación es vital para nuestra vida en sociedad, para nuestras relaciones de persona a persona (Ovidio había dejado atrás palabrejas como “interpersonal” o “intrapersonal” y ya definía los conceptos porque no le gustaba que ningún alumno interrumpiera su discurso ya que, luego, le resultaba difícil volver a enlazarlo correctamente y siempre se dejaba cosas que ya tenía en mente). Pero quiero hablaros de Robinson Crusoe, seguro que algunas os habréis leído el libro y casi todos habéis oído hablar de él. ¿Cómo creéis que puede sobrevivir cualquier persona en su situación?

   —Sin Facebook, instagram o tik tok, imposible. —comentó divertido Lucas, el gracioso de la clase—

   — Yo soy más de twitter, pero bueno. —intentó capear el temporal Ovidio.—

   — Es que eres un boomer, tío. 

   Ahí la clase se empezó a desviar del tema.

   —¿Boomer? En mi época eso era una marca de chicles. En fin, la cuestión es que el lenguaje posee una cualidad fundamental, la que nos permite el discurso interno. La voluntad de permanecer cuerdos con, tan solo, hablarnos a nosotros mismos. En las circunstancias que todos hemos vivido seguro que todos hemos hecho uso de esa cualidad. Hemos estado mucho tiempo confinados y, aunque tengamos la descarga de las redes sociales o el teléfono para hablar con los nuestros, esa cualidad, sin duda, ha jugado un importante papel en nuestra salud mental. Pero, ¿en qué consisten las lenguas como sistemas de comunicación? ¿Son superiores a otros sistemas? ¿Cuántas lenguas existen en el mundo y cómo están distribuidas? Y como ningún fenómeno humano, y mucho menos la lengua, se libra de malas opiniones, o prejuicios, ¿se dan, por lo tanto, hechos que determinen la importancia de unas lenguas sobre otras? ¿Número de hablantes?, ¿poder político?

Mientras seguía explicando los elementos de la comunicación Ovidio pensó en algo excitante y perturbador, ¿cómo podía descuartizar a esos puñeteros infantes que le habían llamado “boomer”?

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