Aún anda en serie veraniega el Villano de Madrid. Esta vez toca hablar de un asunto clásico de esta época: las exclusivas del corazón. No es ninguna novedad que este género de prensa según algunos ⸺el villano no diría tanto⸺ hace una labor al servicio del mantenimiento del orden social nada despreciable: al convertir en noticias y asuntos de seguimiento cualquier estupidez que hagan ciertos individuos, que por lo común pertenecen a la clase acomodada, han vendido el espejismo a trabajadores y personas desfavorecidas de que la capa social responsable de buena parte de sus penurias también merece lástima y atención por problemas que, sin embargo, ni de lejos son igual de graves que los de quienes prestan atención a sus correrías. Además de haber glorificado en no poca medida a trepas, vividores y advenedizos ⸺me ha costado aquí no usar la palabra coloquial que normalmente emplearía para referirme a esa gentuza, que enlaza los orificios corporales donde empieza y acaba el aparato digestivo humano⸺ que se pegan a señoritos, rentistas y especuladores para subir socialmente o recoger alguna migaja que dejen caer los famosetes.
Creo que este verano hemos alcanzado la cumbre de ello con el futbolista Dani Alves y el.. el… ¿cocinero? Bueno, el hijo de su papá y nieto de su abuelito Daniel Sancho. Resulta que estos dos tocayos ⸺acabo de darme cuenta de que lo son⸺ comparten algo más que el nombre: ambos son personajes del mundo de la farándula de esos tan endiosados que tienen una percepción de impunidad por cualquier cosa que hagan. Del nieto del mítico Curro Jiménez yo hasta ahora no tenía noticia. A Alves lo conocía como aficionado al fútbol. Siempre me había dado la impresión del típico futbolista estrellita con ganas de lucirse y salir en la tele y con propensión a los espectáculos gratuitos, un poco cantamañanas, digámoslo claro, pero, evidentemente, no pensé nunca que fuera a violar a ninguna mujer. Del nietísimo, si no lo conocía, ¿cómo iba a suponer que se cargaría a un cirujano colombiano? Además en un país, Tailandia, que es conocido por la dureza de su sistema penitenciario. Sancho ha confesado. En el caso de Alves, por rabia que dé, parece que hay mantener que es presunto hasta que no lo diga un juez, aunque, desde luego, las pruebas en su contra me parecen, desde el desconocimiento del sistema legal, abrumadoras
Decíamos que tienen percepción de impunidad. Parecen tener motivos muy fundados para ello, la verdad. Resulta que los casos de estos dos delincuentes han fusionado la prensa rosa y la de sucesos. De ambos nos hemos enterado de su vida previa, de que Daniel Sancho vivía con su abuelita que lo echa mucho en falta, de lo que piensa al respecto la ex de Alves, de que lo pasan muy mal en la cárcel, etc, etc. Han empezado a surgir defensores y admiradores de Daniel Sancho, que, sin embargo, la semana pasada aún ni sabían quién era, y Dani Alves siempre los ha tenido, provenientes del sector más cerril de la afición futbolera y de esos divorciados resentidos que pululan por las redes. Tengo pocas dudas de que los que prestan atención y sufren por estos dos sujetos son de la misma clase de personas que en los programas de sucesos aparecen golpeando la furgoneta policial que transporta a un reo mientras gritan «¡asesino! ¡criminal!» O de los que cuando en programas como el de Ana Rosa y similares les preguntan responden frases del tipo de «que me lo dejen a mí».
Sin duda, el debate del trato que reciben los presos en países como Tailandia, o incluso como en el nuestro, es lícito, porque, al final, al defender los derechos incluso de estos criminales, en realidad se están garantizando los de toda la ciudadanía, por más repugnancia que nos merezcan esos sujetos. Pero desde luego los que hemos visto tratarlos no eran juristas ni funcionarios con conocimientos del tema en cuestión. Más bien eran analistas del mundillo del corazón, con tantos conocimientos legales y penales como de cualquier otro asunto, y desocupados de los que gritan «¡guapo! ¡guapo!» a los miembros de la familia real.
Uno podría temer que este tipo de tratamiento se extendiera y, de pronto, empezáramos a ver reportajes del tipo «el sueño frustrado de Txapote de triunfar en la Real Sociedad», «la nueva vida de José Bretón: su noviazgo con la médico de la cárcel» o «Miguel Ricart nos enseña a su nueva amiga», pero todo esto se desvanece cuando piensa que ninguno de estos criminales era de la alta sociedad. Fíjense lo que puede conseguir el sutil lavado de imagen que brinda la prensa rosa a la capa más favorecida de la ciudadanía.
Ya puestos podrían crearse nuevas revistas del corazón dedicadas a ellos: Semana edición patibularia, Diez Minutos entre rejas, Hola, diario de criminalidad, moda y vileza, etc. Así, mientras uno está tirado en la playa, si tiene la suerte de poder salir, o mientras se toma un respiro en sus trabajos veraniegos si pertenece a la, por desgracia, cada vez más amplia porción de población que no puede permitirse unas vacaciones, uno puede asistir a las crónicas de los vis a vis de esta gentuza en la cárcel, al susto que se llevaron cuando cuatro reclusos los acorralaron y estuvieron a punto de sodomizarlos, etc. Sabremos que antes de descuartizar personas estos criminales tenían un gatito al que querían mucho que no les han dejado llevar con ellos en la cárcel.
Todo esto llegaría a un colofón el día en que los criminales salieran del trullo. Esta semana nos ha dejado un anticipo: también ha merecido portadas y atención de la crónica cardiovascular española cierto personaje que reapareció en compañía del que parecía su nuevo ligue. Tuve que hacer un esfuerzo para recordar quién era pero sí, se trataba de aquel catalán que descubrí en tiempos cuando me enteré por la prensa de que era el político mejor valorado por los españoles. Casi nadie lo conocía fuera de dicha comunidad autónoma, pero a fuerza de insistir acabaron convenciéndonos de que era el presidente ideal para el país. Todos recordarán que este sujeto, que decía no ver ni rojos ni azules sino españoles, y que abanderaba lo que se dio en llamar el cambio sensato acabó defenestrado por el mismo sistema que lo puso allí cuando olvidó su papel de subalterno y quiso liderar la derecha española. Este villano se pregunta si habrá alguien que con tanto apoyo mediático, financiero, etc, como tuvo aquel sujeto haya conseguido menos. Pero allí está, cobrando de bufetes de abogados hasta que le echan, dando cursos grotescos sobre liderazgo y convertido en personaje del corazón que nos siguen vendiendo como entrañable y simpático. No logró poco, después de todo.
Con esto quiero ilustrar que una vez que uno mete la cabeza en esta rueda es difícil que caiga, y así, a poco que nos descuidemos, pronto veremos a Alves, Sancho y esta gentuza en programas del tipo La Isla de los famosos y similares. O mejor aún: La Cárcel de los famosos, donde se nos venderían como emocionantes sus turnos para entra en la biblioteca, sus peleas con otros reclusos en el comedor, etc. O sacando sus libros de cocina, un camino hacia el que parecía tirar Sancho.
En fin, esto puede resultarnos gracioso, pero cabe preguntarse hasta qué punto es inocuo el mundo del famoseo. De momento ya han conseguido que muchos españoles que no llegan a fin de mes estén sufriendo por criminales y políticos fracasados. Piensen en ello.