Ha salido la Barbie Feminista (I)

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Por Karina Castelao

Ya he ido a ver Barbie. Y sí, es una película feminista.

Antes de seguir, un inciso. Un hecho o un producto es feminista cuando contribuye a la liberación de la mujer de la opresión a la que está sometida en el patriarcado por razón de sexo mediante el género. E incido en lo de «por razón de sexo» porque, si habeis visto el biopic de Ruth Bader Ginsburg, In the Basis of Sex (2019), esa es la traducción literal de su título y ese es el criterio legal por el cual las mujeres son discriminadas y oprimidas en todos los países donde su legislación hace referencia a ello (incluída la nuestra). 

Pero volvamos a Barbie y, obvio, va a haber spoilers.

Barbie es una película que destripa el Patriarcado para destrozarlo después.

La verdad es que, pese a los antecedentes de Greta Gerwig, yo tenía mis prejuicios. Gerwig ya había demostrado anteriormente cómo construir personajes femeninos desde el feminismo. Uno de los casos más destacables, al menos para mí, fue lo que hizo con el personaje de Amy March en «Mujercitas» (2019), que después de tres versiones donde la superficialidad es su seña de identidad, la convierte en una mujer digna, realista y apasionada, ayudado, como no, por una Florence Pugh que se llega a merendar a la Jo March/Saroise Ronan protagonista. 

Pero aun así, Barbie es Barbie, el epítome de los estereotipos de género y el estándar del Feminismo liberal. Porque ese es el primer concepto que desmonta la película: el feminismo liberal o Igualitarismo.

El Patriarcado que destripa y destroza Barbie no es el patriarcado conservador, el de la mujer de pata quebrada, atada a la casa, al marido y a la cocina, cuidando hijos y planchando camisas. Ese patriarcado, al menos en teoría, es el que supuestamente ha venido a eliminar Barbie y que en la película lo hacen los 5 primeros minutos de parodia de 2001: Una odisea en el Espacio (1968), cuando las niñas, como los homínidos en la de Kubrick con los huesos, destrozan las muñecas bebé que representan el patriarcado tradicional, el que las dibuja solo como madres, ante la aparición de la primera muñeca en la que se las dibuja como adultas. 

Es el patriarcado liberal el objeto de crítica de Barbie, el que representa la muñeca con ese mantra de «puedes ser todo lo que quieras ser», y que ella misma apuntala cuando dice que Barbie ha venido al mundo a acabar con el machismo y las desigualdades de género, llevando a las niñas un nuevo referente de mujer. Gracias a Barbie, a todas las Barbies, las niñas ya pueden ser médicas, bomberas, juezas, presidentas o pilotos, sin handicap por raza, discapacidad o no normatividad corporal. En Barbieland las Barbies no tienen esos problemas, lo dirigen todo, lo hacen todo y lo dominan todo. Y Ken solo existe como un complemento de ellas, como el caballo, la moto o la casa (recordemos que, primero nació Barbie y, dos años más tarde, apareció Ken, inventado por el marido de la creadora de la muñeca).

Pero cuando Barbie llega al mundo real – porque Barbie viaja al mundo real acompañada por Ken para solucionar el problema de unas imperfecciones – descubre que, no solo el feminismo igualitario no ha eliminado lo más mínimo de opresión patriarcal, sino que ahora tiene doble fuerza porque está camuflado. Bueno, en realidad, esto quien lo descubre es Ken cuando, en este paraíso que para él es el patriarcado terrenal, en el que ve a los hombres dominando el mundo, alguien le viene a decir sutilmente que las cuotas femeninas son una forma aparente de calmar las aguas reivindicativas feministas (que no quiere decir que la discriminación positiva no sea necesaria, que nos conocemos, pero al final, sin un cambio de sociedad de raiz, no elimina el verdadero problema del machismo estructural, porque no funciona).

Porque precisamente aquí Gerwig no escatima en ir a degüello con el patriarcado capitalista representado por Mattel y el siempre irritante Will Ferrell, y hace suya la crítica despiadada al tándem patriarcado-capital.

Es el Capitalismo, el ansia de hacer dinero de cualquier forma, el motor de Barbie y no, como ironiza el Sr. Mattel, la devoción convenientemente alejada de cualquier viso de pedofilia y preocupación desinteresada en el bienestar y desarrollo integral de las niñas.

En las abrumadoras y sarcásticas escenas del Sr. Mattel y su equipo directivo compuesto por 20 hombres y ni una sola mujer, queda claro que Barbie representa el ideal de feminidad creado por los hombres (¿a qué os suena esto?), para un mundo de hombres y en un mundo de hombres, donde mantener contenidas y entretenidas a las mujeres. Para Mattel, Barbie no es más que un dique de contención del descontento femenino con el que ganar dinero (como ha hecho Mattel con esta película, si no de qué iba a consentir tan despiadados ataques de la directora).

Y es precisamente en Mattel donde aparece una de las pistas que deja Gerwig sobre qué tipo de feminismo representa su película. Y sí, sin tapujos, es feminismo radical. El edificio de Mattel, representación de un falo como símbolo de masculinidad (no lo digo yo, lo dice el Sr. Mattel). 

Las alusiones a la biología masculina y sobre todo femenina, son constantes. A la maternidad, con la Barbie embarazada convenientemente descartada en un mundo de Barbies y Kens sin sexo. A la ausencia de genitales, o más bien a la ausencia de vagina cuando Barbie es acosada sexualmente en el mundo real. Al busto femenino como imagen corporal que trunca el cáncer de mama, cuando Ruth Hadler incide en su doble mastectomía (Hadler sobrevivió a un cáncer de ambas mamas en 1970 y a partir de ese momento invirtió parte de su fortuna y trabajo a la creación y mejora del prótesis mamarias cada vez más cómodas y naturales para mujeres mastectomizadas) Y, como colofón, a la consulta con la ginecóloga como primera decisión de una Barbie humana

Greta Gerwig no escatima en referencias biológicas, incluso innecesarias para el desarrollo de la película (la consulta ginecológica no aporta nada más que la evidente asociación entre ser mujer y tener vulva, vagina y útero), pero lo hace con la clara intención de relacionar la muñeca con la falta de genitales y carente de opresión y la humana, con una corporalidad concreta y víctima del patriarcado.

Incluso el personaje de la Barbie trans representado, como todos los demás modelos de Barbie, pasa totalmente desapercibido salvo para quienes conozcan a la persona que lo interpreta, o para quien aprecie el matiz grave que imprime a la voz quien la dobla en su versión en castellano. Y, recordemos, que las Barbies no tienen genitales, tampoco las trans, porque no son mujeres, son muñecas. 

Evidentemente queda la mitad de película por analizar: el papel del género, la misoginia universal, las nuevas masculinidades y, sobre todo, el alegato feminista de America Ferrara sacado de la mejor interpretación que de El Segundo Sexo se puede hacer. Pero eso lo dejo para una segunda parte. 

Ahora lo que toca destacar es la evidente apuesta de Greta Gerwig por el feminismo radical, el que va a la raiz de la opresión patriarcal. Barbie tiene claro cual es el origen de la opresión a la que estamos sometidas las mujeres en el mundo real, que no es otro que el haber nacido de sexo femenino, y decide quedarse para luchar contra dicha opresión. Porque Barbie se queda, se vuelve humana para arreglar de verdad lo que no ha podido arreglar como muñeca, algo que en realidad, nunca ha dependido de ella. Barbie, en el fondo, es una alegoría de lo que de verdad es el feminismo: un movimiento de mujeres, para mujeres y solo sobre mujeres. Porque el camino por la lucha de nuestro lugar en el mundo no acaba más que empezar. El feminismo es nuestro. Barbie es nuestra. Y, como dice una amiga, es muy triste que esta sociedad nos obligue a las mujeres a apropiarnos de lo que ya nos pertenece.

@karinacastelao

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