Relato: El corte de carretera

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Braulio Moreno Muñiz.

A Ezequiel no le gustaba que la huelga se preparara con tan poca antelación. Apenas faltaba una semana, y en ese tiempo era imposible que la ejecutiva de la Unión Provincial se reuniera con los responsables comarcales de toda la provincia en cuyo ámbito tenía él responsabilidad. Su cargo de responsable de Acción Sindical iba a pasar una dura prueba ante la huelga que se avecinaba, y con él, los demás miembros de la ejecutiva, pues después del Congreso donde habían sido elegidos, esta de la huelga, era la primera acción que les tocaba llevar a cabo al frente del Sindicato; así que todos estaban muy atareados, andaban de un lado para otro del edificio que ocupaba la Ejecutiva, para ser más exactos, ocupaban la cuarta planta del céntrico edificio que anteriormente había sido regido por el sindicato del gobierno fascista que ya había desaparecido. Todos estaban muy ocupados; como siempre, casi ninguno estaba en su despacho, y el que estaba, hablaba por teléfono con los responsables comarcales, intentando organizar desde la distancia lo que no podían hacer en persona debido a la falta de tiempo; así que en esos momentos no estaban para nadie que no fueran aquellos que tenían que ver directamente con la organización de la huelga. Subían y bajaban de una planta a otra del edificio, intentando localizar a los distintos secretarios generales de rama, para que éstos se implicaran en la tarea que se les había echado encima. Sin embargo, nadie estaba preocupado por temor a perder algo,  los trabajadores, ya se sabe, tenemos poco que perder y mucho, todo, que ganar; y como en la ejecutiva de la Unión Provincial nacida del último Congreso, no había nadie que se aferrara al cargo por el puro placer del poder, nadie tenía miedo a perder ese compromiso, así que lo que los animaba a trabajar de esa manera era, simplemente, aquello que ganamos o perdemos todos los trabajadores con una huelga: Nuestro propio respeto y dignidad, además de las mejoras laborales que se consigan con el ejercicio de este derecho, pero, sobre todo, Respeto y Dignidad.

Alguna que otra frase de reproche le habían dedicado algunos a los dirigentes nacionales del sindicato por haber convocado la huelga con tan poca antelación, sin embargo, esto no era un obstáculo que hiciera pensar que la huelga iba a salir mal, al contrario, era un acicate para trabajar denodadamente en la labor de organizar la que seguramente iba a ser la mayor huelga de la historia de este país. Así que guiados por la fortaleza de ánimos de la que sólo los trabajadores sabemos hacer derroche, se podía estar seguro de que el paro estaría organizado para el día que era preciso estuviera, eso sí, sin presencia física previa de los responsables de la Unión Provincial en todas las comarcas, como era la intención de Ezequiel. De manera que éste hubo de conformarse con una cantidad enorme de conversaciones telefónicas con los responsables de las Uniones Locales, y la confianza de que aquellos de los que verdaderamente dependía la buena marcha de la acción, lo harían bien, pues, como más adelante confesó, estaba seguro de que no era él el único que se creía lo de la Causa Obrera.

Los piquetes informativos ya estaban organizados, su distribución a lo largo y ancho de la geografía de la provincia estaba bajo la supervisión del Comité de Huelga. También estaban preparadas las distintas acciones de protesta que se desarrollarían durante la jornada del paro general.

El momento esperado con ansiedad llegó acompañado de una fría noche de otoño. A las cero horas del día señalado empezó la huelga, todos sabían qué tenían que hacer, y, lo más importante, todos sabían qué era lo que tenían que dejar de hacer. A Ezequiel le tocó, a pesar suyo, quedarse en los locales del sindicato, formando parte de los responsables del Comité de Huelga que tenían encomendada por la Asamblea de afiliados la tarea de hacer el seguimiento de la huelga en los distintos territorios; sobre todo por si había alguna incidencia que exigiera la intervención de los responsables de la ejecutiva, o de los abogados del sindicato. De todas formas, él se pondría en contacto telefónico con todas las uniones locales, para que le fueran informando de cómo se desarrollaba la huelga allí donde no podían tener presencia física los responsables provinciales. Tenía su listín telefónico preparado, e iba llamando a todas las Uniones Locales que tenía en aquel, de la A a la Z fue llamando uno por uno a los responsables de cada pueblo, porque, decía, de esta manera se sentía más cercano a los compañeros que estaban separados por una distancia que era insalvable en ese momento como no fuera a través del teléfono. Cuando llegó a la letra Z, justo el último número de teléfono que estaba anotado en el listín, se paró un momento para pensar si telefonear o no a esa Unión local, estuvo un rato dudando debido a que ese pueblo era el último que correspondía a esa provincia, y, además, tenía muy pocos habitantes, era un pueblo que estaba perdido entre las suaves cumbres de la sierra del sur, de muy difícil acceso por carretera, pues ésta era sinuosa y estrecha. Razones éstas que no eran suficientes para desistir de la obligación de hacer el seguimiento de la huelga; pero la verdadera razón por la que dudó unos instantes era que debido a los pocos habitantes que tenía esta aldea, lo más probable fuese que se hubieran puesto de acuerdo en no acudir ese día a trabajar, como buenos vecinos, y que si había alguno que pensara hacer el esquirol se iría al tajo como si tal cosa, todo en aras de la buena vecindad, así que dedujo que si llamaba por teléfono a esas personas, seguramente se sentirían obligados a responder algo que no les parecería correcto ni a ellos mismos. Aunque dudó, se decidió por telefonear, pues no le parecía justo que estos compañeros fueran marginados debido a la poca relevancia que su pueblo tenía en la provincia, pues, al fin, se dijo, ellos no eran responsables de esa pequeña contingencia. Así que descolgó el teléfono y marcó el número que tenía anotado. Contestaron inmediatamente, y la voz que sonó al otro lado de la línea era la de un compañero que a esas horas de la noche denotaba una alegría y una viveza excepcionales; Ezequiel dio las buenas noches y se identificó, después preguntó por un responsable del Comité de Huelga, a lo que contestó su interlocutor que él mismo era el responsable de ese Comité, pero que Ezequiel se diera prisa por decir el motivo de su llamada porque estaba muy atareado con lo del paro general, Ezequiel dijo que el motivo de ponerse en contacto con él a través del teléfono era saber si ya habían organizado la huelga en ese pueblo y si necesitaban algo de la unión provincial, que él con mucho gusto haría lo posible por proveer aquello que necesitasen. El otro dijo que por ahora no necesitaban nada, pero que le agradecía el gesto de haberse acordado de aquel pueblo perdido en las sierras del sur al que hacía mucho tiempo que no se acercaba nadie, pero tenían que dejar la conversación porque había quedado con otros compañeros del pueblo para cortar la carretera que los comunicaba con otras localidades de la sierra donde trabajaban muchos de los habitantes de aquella aldea, que la inmensa mayoría se había sumado a la huelga, pero ya sabes… siempre hay alguno que juega sucio y anda con mentiras y acaba de esquirol en cuanto vuelves la espalda, y para evitar tentaciones hemos decidido cortar la carretera, Ezequiel se mostró satisfecho por la buena organización que habían demostrado tener los compañeros de tan lejana parte de la provincia, acto seguido le ofreció el número de su teléfono móvil, por si él tuviera que acudir a algún sitio llamado por sus obligaciones de responsable de acción sindical, el otro le contestó que ya tenía el número, pues lo conocía de cuando el congreso de la Unión Provincial, y que él había votado la lista en la que estaba Ezequiel. De todas formas éste le dictó el número de su teléfono móvil y, acto seguido, se despidió reiterándole al lejano camarada que si tenían algún problema no dudaran en llamarlo. Después de haber colgado, al responsable provincial le quedó como una intranquilidad interior, pues sabía que había algo que o no se lo había contado el habitante de la sierra sur, o él no había sabido entender, como si hubieran dado por hecho que cada uno sabía lo que tenía que saber. Repasó interiormente la conversación que acababa de tener y no supo porqué le había quedado aquella intranquilidad, pues nada de lo que habían hablado era verdaderamente trascendente; luego pensó que lo mejor era pasar página y, después de haber hecho la ronda telefónica, dirigirse con sus compañeros del piquete informativo al lugar que la Asamblea les había asignado, pues ya eran casi las cuatro de la mañana y se acercaba la hora de que los esquiroles intentaran entrar en las empresas antes de que llegaran aquellos que tenían que informarlos para convencerlos de que si trabajaban estaban ocasionándose un daño irreparable a ellos mismos. Mientras se ponía el abrigo, pensaba que en los días de huelgas trabajaban más horas todos los huelguistas que un día de trabajo, pues mientras una jornada era de siete horas, la huelga los tenía al pie del tajo las veinticuatro horas, así que le hizo sonreír esta idea, y la que se le ocurrió inmediatamente, pues también, y derivada de la idea anterior decidió que llamar huelga a lo que ellos hacían no era lo más correcto, pues, según parece esta palabra viene del verbo “holgar” que es no hacer nada.

Ya en la calle, notó que el frío le helaba la espalda, y dudó si no tendría que haber hecho uso de una ropa más adecuada para aquella noche de finales de Noviembre. Luego pensó que le vendría bien tomar café, y que si se daba prisa podría hacerlo en la entrada de la puerta de la empresa a la que iba a incorporarse, porque los camaradas que estaban de piquete informativo en ella, seguramente se habrían pertrechado bien para pasar la fría noche.

El paro fue un éxito, habían secundado la huelga casi el total de trabajadores de que se tenía constancia, como también habían sido exitosas las manifestaciones que se habían convocado para exteriorizar la protesta por el descontento provocado por las últimas medidas antiobreras del gobierno y las patronales. Todo había salido bien, así que a los responsables del sindicato se les ocurrió felicitar a todos y cada uno de los que habían trabajado para que la protesta fuera un éxito, o sea, a la clase obrera del país. No obstante, y aunque corrieran vientos de calma tras las declaraciones del ministro de trabajo para anunciar que accedían a satisfacer todas las reivindicaciones de los trabajadores, Ezequiel se decidió por hacer otra ronda de llamadas telefónicas a todos los pueblos de la provincia, para felicitarse por estar en un cargo donde tenía que representar a unos militantes tan concienciados y efectivos como eran todos aquellos que pertenecían a las uniones locales. Así que tomó el listín telefónico y se puso en la tarea. Cuando llegó al número que correspondía al pequeño pueblo de la sierra sur, no pudo contener una sonrisa de satisfacción, al pensar en la alegría de aquel compañero al saber el resultado positivo de la huelga. Marcó, y esta vez le contestó la voz de una mujer, en un primer momento Ezequiel se desconcertó, pero dijo su nombre y preguntó por el secretario de la unión local, ella le dijo que en ese momento no se encontraba allí porque estaba detenido por la guardia civil, Ezequiel se alarmó ante la noticia y preguntó que cargos eran los que había contra el compañero, pues por lo del corte de la carretera, lo han detenido a él y a cinco más, y como es que no habéis avisado antes, eso hay que ponerlo rápidamente en conocimiento de la unión provincial para prestarles asistencia jurídica, y apoyo del sindicato, eso le dijimos a Ramón, el secretario general de la unión local, pero nos contestó que la cosa no era para tanto, porque al otro día los soltarían, porque no tenían pruebas contra ellos, y, además, lo que habían hecho no era ningún crimen.

Ezequiel decidió desplazarse hasta ese pequeño pueblo acompañado de uno de los mejores abogados del sindicato. Cuando estaban llegando, justo a la entrada de la aldea, tuvieron que frenar casi de golpe porque a todo lo ancho de la calzada había un socavón en forma de zanja que hacía peligrar la estructura del vehículo debido a su profundidad. Cuando llegaron a la sede Ramón ya se encontraba allí. Después de saludarse, Ezequiel preguntó por qué los habían detenido, Ramón dijo que había sido por cortar la carretera, pero si se corta la carretera la policía os dispersa y asunto arreglado, pero es que a nosotros nos han acusado de destrucción de bienes públicos por lo de la zanja, ¿qué zanja?, pues la que abrimos para cortar la carretera. Ezequiel no podía creérselo, habían abierto una zanja en el asfalto para cortarla. Pero así no se corta una calle, cómo que no, a base de pico y pala, eso sí, que no hubo un dios que pasara por allí, así que si alguno quiso ir a trabajar tuvo que hacerlo a pie y dando un rodeo.

Cuando Ezequiel volvía a la ciudad acompañado por el abogado, tuvo que frenar de nuevo su coche para pasar el gran socavón que cruzaba la carretera, entonces no pudo reprimir una carcajada pensando en la bondad de estas personas de la sierra y en lo sincero de su carácter, porque cuando hacían algo, lo hacían sin tapujos y sin medias tintas. Definitivamente, estaba orgulloso de pertenecer a la misma clase que esta gente que era leal hasta para dar la batalla, leal a unos principios que acabarían imponiéndose igual que se había hecho el corte de carretera.

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