Y la mató

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Por Belén Moreno

El pasado 28 de mayo, apareció asesinada una mujer en un apartahotel de Vitoria. Estaba embarazada de gemelos y tenía una hija de 3 años que estuvo 12 horas al lado del cadáver de su madre en una habitación con claros signos de violencia y cubierta de sangre. Maialen, que es como se llamaba la mujer asesinada, forma ya parte de las 42 mujeres que han perdido la vida a manos de hombres en lo que va de año. 

Una de las cosas que choca de este caso es que la mujer había sido calificada por la Guardia Civil de la Comunidad Valenciana, donde tenía su residencia, como de riesgo extremo. ¿Qué es el nivel de riesgo de una mujer maltratada? En la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, se establecen cinco niveles de protección a las victimas según el criterio de la propia ley, la situación de la mujer y el riesgo al que está expuesta. El nivel extremo considera estas actuaciones:

  • Vigilancia permanente de la víctima, hasta que las circunstancias del agresor dejen de ser una amenaza inminente. 
  • Control intensivo de los movimientos del agresor, hasta que deje de ser una amenaza inminente para la víctima. 
  • En su caso, vigilancia en entrada/salida de centros escolares de hijas o hijos. 
  • Diseño de un Plan de Seguridad personalizado para cada víctima, sobre las medidas que, para este nivel de riesgo se establezcan.

Sin embargo, cuando la joven llegó a Vitoria, la Policía Autonómica rebajó este nivel a riesgo básico, que como cuyo nombre indica no tiene ninguno de los apartados contemplados en el caso anterior. En este nivel, se llama a la víctima de forma periódica (cada semana o quincena), se le proporciona información que pueda serle útil y poquito más. La excusa de la Ertzaintza, dice mucho de la actuación policial. Se le rebajó el nivel por la distancia con su agresor y porque su lugar de residencia en ese momento era “secreto”. El interrogante que nos consume es por qué un cuerpo policial reevalúa a una mujer que se encuentra en la cúspide del peligro. Si esa evaluación fuese para subirla de protección lo entendemos, pero para bajarla cuatro niveles, carece de sentido y pone a la mujer en una situación de extrema vulnerabilidad. La movilidad en los niveles de protección no deberían rebajarse tan bruscamente en tan poco tiempo y con su maltratador en libertad.

A las preguntas de los periodistas, Josu Erkoreka, Vicelehendakari del Gobierno Vasco contestó: “Son relaciones en las que la víctima no percibe la necesidad de ser protegida, no es fácil proteger a una víctima que no se percibe en peligro. Una persona puede estar protegida, pero si no se siente en riesgo, puede quebrantar esa protección”.

Esta respuesta esconde detrás un profundo desconocimiento de lo que es la violencia machista. Una mujer en nivel extremo de protección es una mujer sentenciada a muerte. Es decir, su pareja en este caso va a matarla o intentarlo en cuanto tenga ocasión. Necesita protección incluso cuando no la pide, cuando no la exige o cuando ella cree que no la precisa. Para eso están los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Para impedir que la sentencia se ejecute. 

Cuando se llega al nivel de maltrato al que estaba sometida Maialen, no se percibe ya nada. Su mente está rota, su autoestima deshecha y su vida es una cadena de dependencia enfermiza a su maltratador. Pero si en la puerta de ese establecimiento hotelero hubiera habido un coche de la policía de forma permanente, con una pareja de agentes, ese mal nacido no habría tenido la oportunidad de cumplir su palabra y de llegar después hasta Zaragoza donde fue detenido. 

Estas situaciones ponen en evidencia dos aspectos importantísimos. Uno, el profundo desprecio que la sociedad entera tiene sobre los largos tentáculos de la violencia machista. El segundo, la poca implicación que se pone en la protección de las víctimas. La violencia machista es un delito global. Global en el sentido de que nos atañe a todas y a todos. Y global para la víctima. Está presente en todos los aspectos de su vida. No es un tema de un hombre y una mujer incluso unos hijos. De una familia. Es una cuestión de estado. Y así debería ser tratada por todas las partes implicadas (policías, jueces, fiscales, agentes sociales) y de la sociedad en su conjunto. 

Días más tarde del asesinato de Vitoria, otra mujer, esta vez en Pontevedra fue asesinada a tiros por su pareja, un guardia civil que no había sido retirado de su puesto. Solo se le requisó el arma. Vanesa tenía una orden de alejamiento en la que decía que su marido no podía acercarse a ella a menos de 300 metros. Una distancia que en línea recta y en un día claro casi es visible de un punto a otro. La Guardia Civil había intervenido en 56 ocasiones. Y por toda medida cautelar a un caso tan notorio y con el antecedente del permiso de armas de su agresor, ella tenía un papel mojado. 

Las órdenes de alejamiento se quebrantan a diario. Las mujeres viven un calvario, un estrés continuo y sin descanso pendientes de que su maltratador se acerque a ellas. Ni tan siquiera las pulseras telemáticas son un alivio. Experiencias narradas por sus protagonistas, nos demuestran que los maltratadores utilizan la medida para crear más miedo. Entran y salen de los límites del alejamiento, separan el dispositivo de la piel o le manipulan para que no pare de emitir el sonido que causa terror. Es una medida que en vez de ser disuasoria solo genera ansiedad en la víctima. 

En España hay actualmente 46.040 mujeres con protección por violencia machista. De todas ellas, 1.008 son menores de 18 años. Si en una sociedad democrática estas cifras no causan estupor es que la sociedad no es tan democrática como parece

Miles de mujeres en este país viven con miedo. Miedo real, tangible, demostrable. Miedo paralizante. Miedo a morir. A ser asesinadas.

Durante los cuatro últimos años, el Ministerio de Igualdad, que tiene la violencia machista entre sus competencias, no ha hecho nada. 2023 está siendo uno año especialmente cruento. Con 42 asesinadas, ahora, después de los sonoros casos de Vitoria y Pontevedra, la ministra en funciones ha tomado la decisión de montar un Comité de Crisis. Un comité que por desgracia debería estar siempre activo, ser fijo, trabajando a diario. Pero nuestra ministra ha estado ocupada en otras cosas más “feministas” como sacar adelante leyes que ponen violadores en la calle, aprobar que los hombres pueden ser mujeres si así lo deciden o gastarse el presupuesto en campañas de autobombo. El equipo ministerial ha desoído intencionadamente que la violencia machista aumenta cada año (según los datos del INE, en 2022 aumentaron hasta los 32.644 casos, un 8.3% más sobre los datos de 2021).

Ahora llega el momento de la disyuntiva. El día 23 de julio estamos nuevamente llamadas a votar en las elecciones generales. Nuestro voto podrá ser decisivo para la permanencia de los actuales partidos de coalición que gobiernan en España o el cambio a un nuevo mapa político que deriva de los resultados de las elecciones autonómicas. Ahora, la ministra, la subdelegada del gobierno, la secretaria de Estado, se acuerdan de las víctimas y de sus hijos. Ya no solo ponen un tuit plantilla para demostrar su pesar. Utilizan términos como terrorismo machista (algo que el feminismo lleva años exigiendo) y piden el aumento de las indemnizaciones. Todo esto a contrarreloj. Quieren decirle a las mujeres maltratadas que son importantes para ellas, mientras nos culpan a las feministas del descalabro que serán los resultados electorales. Nosotras no queremos que gane el PP ni su socio con tonos verdes. La derecha es nuestro enemigo natural. Niegan la violencia machista, odian la corresponsabilidad, viven estrechamente ligados a los roles de género más casposos. Pero no somos las que tenemos que salvar al gobierno. Es totalmente al contrario. Son los miembros del Consejo de Ministros los que deben velar por nuestra seguridad. Y no lo están haciendo. Nos matan, nos violan, nos agreden, maltratan a nuestros hijos, los asesinan y ellas nos piden el voto para que la derecha no abra una brecha social. No hay autocrítica, no hay examen de conciencia, no hay nada. Solo insultos, ninguneos y mamarrachadas. Las mujeres votaran en conciencia con ellas mismas. Los resultados de lo que pase, que será malo, solo será culpa de los que gobiernan poniendo siempre a las mujeres y sus problemas al final de la lista. Una lista donde bajo el epígrafe de feminismo se ha obviado todo lo que sí es feminista. 

@belentejuelas

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