La subasta de votos del Gobierno

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Lidia Falcón, Presidenta del Partido Feminista de España.

Una fábula cuenta que un señor muere y le ofrecen escoger el lugar donde pasar la eternidad: el Cielo, El Purgatorio o el Infierno. Puede pasearse por los tres míticos lugares y después decidirse. Temeroso, atraviesa la puerta del Infierno y se encuentra en un jardín verde y luminoso, con un arbolado magnífico y adornado de flores de perfumes embriagadores, donde unos personajes, bien vestidos y muy alegres están degustando un menú exquisito y toda clase de bebidas de primera calidad. Disponen también de huríes bellas, que desnudas les alegran la velada. Los participantes de la orgía le invitan a compartir tantos placeres y el visitante queda asombrado de la felicidad de que se disfruta en lugar tan infernal. Pero no decide todavía escogerlo para su futuro. Quiere conocer también lo que le deparan los otros destinos que ha dispuesto la voluntad divina.

Pero ni el Cielo, donde se aburren los elegidos para disfrutar de la felicidad eterna tocando la lira, subidos a una nube, ni mucho menos el Purgatorio donde los que deben redimirse de sus pecados terrenales están acarreando piedras enormes como castigo de duración indefinida, le convencen. Decide entonces regresar al Infierno y disfrutar de los placeres que le ofrece.

Atraviesa nuevamente aquellas temibles puertas y en vez de las delicias del jardín que había conocido en su visita anterior se encuentra un lugar desolado, con cuatro matas marchitas, donde unos personajes esqueléticos rebuscan en unas basuras malolientes algo comestible, mientras unas ratas corren entre sus piernas disputándose con los hombres el magro alimento. Ni rastro del abundante banquete que había disfrutado en su visita anterior ni mucho menos de las bellas huríes que le habían entusiasmado.

Desconcertado y asustado pregunta a los escuálidos habitantes de aquel infierno cómo puede haberse producido ese terrible cambio desde la experiencia de que disfrutó en su visita anterior. Uno de ellos, sonriendo, le aclara: “Entonces estábamos en campaña electoral”.

Pedro Sánchez estos días nos promete préstamos garantizados por el ICO para pagar hipotecas a los jóvenes, acuerdos con la patronal para garantizar la paz social, bajar la inflación, subir el salario mínimo, el derecho al olvido oncológico –sea lo que sea eso-, y hasta resolver el problema del agua en Andalucía, que durante treinta y siete años su partido, el PSOE, no intentó aún siquiera abordar. Asegura que destinará millones y millones para llevar adelante estas trascendentales mejoras, sin detallar de donde va a sacar el dinero.  Está en campaña electoral. En competición con el PP, que enfurruñado asegura que esas medidas son invento suyo. Quizá los votantes se dejen seducir por el bello panorama que les pinta el Presidente de Gobierno.

También pueden verse atraídos por las promesas de otras formaciones políticas, algunas copartícipes del gobierno con el PSOE, que se autotitulan de izquierda, como crear unos supermercados públicos para competir con los privados, cuyos precios son inasequibles para el común de los mortales y regular los alquileres de la vivienda entre otras mejores importantes que hagan soportable la dura vida actual.

Pero quizá los votantes deberían preguntarse por qué siendo estos partidos los que llevan gobernando cinco años no han adoptado ninguna de estas mejoras en ese plazo de tiempo, ni otras también necesarias que ni siquiera se mencionan. Quizá deberían sospechar que aún ganando los comicios los partidos gobernantes que hayan votado, todo seguirá igual. Posibilidad bastante lógica teniendo en cuenta la experiencia que ya hemos vivido. Porque una cosa es estar en campaña electoral y otra sufrir lo que nos deparen cuatro años más.

Lo más remarcable es que mientras los ciudadanos varones pueden dudar de que sus gobernantes cumplan las promesas que están escuchando ahora, las mujeres no pueden sustentar duda alguna: a ellas no se les promete nada.

Ninguno de los objetivos de la agenda feminista: abolición de la prostitución, prohibición de los vientres de alquiler y de la pornografía, derogación de la ley trans, ha entrado en los discursos de ninguno de los candidatos electorales. Pero es que ni aún las demandas ya centenarias de las mujeres: igualdad de salarios con el hombre, promoción profesional, medidas para compatibilizar el cuidado de las personas a su cargo con un trabajo asalariado, reducción del paro femenino, y sobre todo frenar la violencia que contra ellas se abate como una maldición divina, y que no se reduce un ápice, por el contrario, aumenta.

En las campañas electorales que se están desarrollando actualmente resulta escandaloso el olvido de las necesidades del 52% de la población, incluso por las candidatas mujeres. Todos, unos y otras, deben pensar que las mujeres votan lo que vota el hombre de la casa: padre, novio, marido, y que por tanto el esfuerzo se ha de dedicar a convencer a estos, porque ellas ya seguirán mansamente la consigna que les den.

Queda por constatar si tal predicción se hará realidad. Si las mujeres, como en los siglos pasados, serán solo la mansa y obediente sierva del hombre con quien convivan o tendrán su propio criterio y decisión. Nos queda un sector importante de mujeres que no tienen hombre a quién obedecer y no sabemos a qué impulso se entregarán. Pero lo que es indiscutible es que, si las mujeres no votan una opción feminista, su inmediato futuro será igual a su presente, y quizá, desgraciadamente a su pasado, que parece instalarse en la actualidad, en una involución angustiosa.

El Partido Feminista de España concurre nuevamente a la contienda electoral. Es imprescindible que un programa feminista, donde se incida en los temas que he mencionado y además trabaje para lograr las transformaciones sociales imprescindibles, a fin de que exista un poco más de igualdad y reparto de la riqueza, se implante en las instituciones que deben renovarse ahora: Ayuntamientos y Comunidades.

Si los trabajadores se dejan engañar por el panorama benéfico que describen el PSOE y sus aliados de izquierda, a semejanza de la fábula sobre el Infierno, que no han llevado a cabo en sus años de gobierno, y las mujeres siguen borreguilmente las órdenes de sus hombres, sin reflexionar sobre sus propias necesidades, pueden estar seguros, unos y otras, de que el final del cuento que les he contado se cumplirá totalmente.

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