Por Belén Moreno
La mal llamada gestación subrogada es una “técnica” de reproducción que utiliza a una mujer gestando un bebé para aquellas personas que, por muchas y diversas razones, no pueden hacerlo. Ser un hombre, ser una mujer con problemas de fertilidad o incluso no querer pasar por el proceso biológico del embarazo y el parto y evitar así un sufrimiento al propio cuerpo. He marcado comillas en técnica, porque realmente no lo es. Tener hijos forma parte de la biología natural de una mujer. La mayoría de nosotras, sin problemas o enfermedades varias, tenemos esa capacidad de reproducirnos como parte del mantenimiento de la especie. Todas las hembras de todas las especies animales y vegetales, en distintos formatos, podemos hacerlo. Las técnicas de reproducción asistida son aquellos tratamiento médicos que ayudan a las mujeres a la concepción que por vía natural no es posible, pero nunca usando a otra como medio.
La gestación subrogada parte de la base de que una mujer, por dinero, realizará esa función en nombre de otra persona. Es la deshumanización total de un trámite natural. Las candidatas que deciden exponer su cuerpo para que otra/o tenga un hijo, en su mayoría son personas con bajos recursos o muy limitados, ya que como todas sabemos ninguna mujer con solvencia económica, se ofrece a llevar a cabo un proceso que deja secuelas en su cuerpo y que puede, en algunos casos, ser perjudicial. Tomar esa decisión no es fácil y por ello, lo que prima siempre serán las necesidades vitales de esa mujer, que pone todo su cuerpo al servicio de la creación de una vida. Las alusiones al útero como parte divisible del resto de la anatomía de la mujer, son absurdas.
Hemos leído muchos comentarios que buscan almibarar esa práctica aberrante de mercantilización humana. En todos los casos se ocultan, no solo las verdaderas razones que empujan a una mujer a tomar esa decisión, sino que también se esconden los contratos y sus cláusulas. Algunas compañeras que llevan años luchando contra los vientres de alquiler, nos han demostrado hasta qué punto la mujer es tratada como un trozo de carne con una capacidad natural que se explota y se traduce en términos económicos. Sin lugar a dudas los únicos beneficiados son los que pagan. Al final, todo se reduce a una premisa. Se compran un descendiente.
Sabemos que es imposible que la madre y el bebé no tengan transferencia genética, recordando a todos y todas los que aseguran que son los compradores los verdaderos padres. Al fin y al cabo, la sangre de la madre nutre a la criatura durante los nueve meses. También la transferencia emocional ya que es el vínculo más íntimo entre dos seres humanos. Durante cuarenta semanas viven a la vez. Sus corazones se sincronizan, el bebé oye antes que nada la voz de la madre y juntos duermen, caminan, se duchan y comen. Son una sola persona con dos latidos.
Cuando se desea tener hijos y la naturaleza no te lo permite, se produce un sentimiento de frustración muy doloroso, pero no imposible de superar. En esta vida, todo es superable si nos ponemos firmemente a ello. Pero el neoliberalismo económico nos da las pautas para que no se tenga que vivir esa frustración ni superarla, solo te pide que tengas dinero en el banco. Todo lo demás lo proporciona.
Hemos visto granjas de mujeres en India, en condiciones de semi esclavitud, gestando niños para los papás chinos, europeos y norteamericanos. Bebés en cajas saliendo de una Ucrania en guerra para llegar a un consulado español donde “sus padres” esperaban el fruto de su transacción comercial. También hemos visto contratos que contemplan la garantía de la reposición por la muerte del recién nacido hasta los dos años. Papás gestantes que bromean con el pastizal que les ha costado la criatura e incluso padres divorciados que se reparten los hijos según su carga genética obviando que se han criado como hermanos. El cariño se mide en fracciones de ADN.
Estos últimos días, Ana Garcia Obregón ha dado un salto mortal y ha eliminado todas las barreras que se podían poner a la compra venta de seres humanos. Se ha comprado una nieta. Su dinero, puesto sobre la mesa ha sido capaz de pagar, un óvulo, sacar el esperma congelado de su hijo muerto, una mujer, un hospital, una silla de ruedas y todo eso juntito, se ha vendido en exclusiva a una revista para ser expuesto a los ojos de todos, con la desfachatez y la poca dignidad que conlleva. Servido en fotografías a todo color y con el dolor de una madre que ha visto morir a su propio hijo impregnando cada palabra. Los titulares no dejaban lugar a dudas. “Ya no volveré a estar sola” dijo la protagonista del momento mientras con la mirada arrobada por el orgullo, lucía a la bebé fruto de la transacción.
En este país, disponemos de una ley que regula la utilización de gametos femeninos y masculinos para la reproducción siempre que por distintos motivos una persona decida congelar su material reproductor, algo que sí que hizo el hijo de Ana Obregón, pero casualmente, ese semen que él guardó cuando su enfermedad avanzaba, estaba en EEUU, país donde todo es posible si se tiene el dinero suficiente para llevarlo a cabo. En Ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre técnicas de reproducción humana asistida, se exponen claramente estos dos artículos:
Artículo 10. Gestación por sustitución.
- Será nulo de pleno derecho el contrato por el que se convenga la gestación, con o sin precio, a cargo de una mujer que renuncia a la filiación materna a favor del contratante o de un tercero.
- La filiación de los hijos nacidos por gestación de sustitución será determinada por el parto.
- Queda a salvo la posible acción de reclamación de la paternidad respecto del padre biológico, conforme a las reglas generales.
Artículo 11. Crioconservación de gametos y preembriones.
- El semen podrá crioconservarse en bancos de gametos autorizados durante la vida del varón de quien procede.
Si la protagonista de este artículo hubiera querido hacer uso del semen de su hijo en este país, hubiera resultado imposible. No solo porque no está permitida la gestación subrogada, también porque Alex Lequio está muerto. Inscrita ya con los apellidos que hubiese llevado siendo su nieta real, gracias a una instrucción que permite el trámite si la práctica se realiza en otro país donde si es legal y que ningún partido se ha atrevido a derogar por mucho que les escandalice hablar de vientres de alquiler, Ana Obregón volverá a este país con una nieta fabricada artificialmente.
No puedo concebir el dolor tan inmenso que supone enterrar a tu hijo, sea único o no. La incapacidad para gestionar ese duelo eterno e insuperable es algo que nadie pone en duda. Y hablo con el conocimiento de quién ha visto a su madre dejarse llevar hasta el final por dolor cuando enterró a dos de sus hijos. Después la enterramos a ella. Pero incluso viviendo quizá la experiencia más terrible que puede vivir una mujer, eso no le da derecho a crearse un ser humano a medida para paliar los daños emocionales que produce la muerte de un hijo. Hay profesionales muy valiosos que pueden ayudar a cualquiera a seguir viviendo dentro del límite de la normalidad que cada uno pueda alcanzar.
En la entrevista que dio al medio que se está lucrando con la noticia, Ana Obregon asegura que fue el deseo de su hijo tener un bebé, pero no es él quién lo ha hecho posible. Ha sido ella. Una madre dolorida y rota que ha tomado como suya la decisión independiente de otro adulto para llevar a cabo un proceso con tantas cortantes aristas que sobrepasa todo lo humanamente concebible y que sus consecuencias nublan el dolor que ha provocado la decisión de llevarlo a cabo. Una mujer que le prometió a su hijo salvarle la vida cuando no estaba en su mano afirmarlo y pretende mantenerle en la genética de una recién nacida que tendrá una vida pensada para ser un reemplazo.
La terapia para sobreponerse a la muerte de su hijo no debería pasar por menospreciar la vida de tantas personas implicadas, empezando por la propia bebita, porque a veces olvidamos que los bebés son seres humanos con plenos derechos, que en estas prácticas se obvian. Este proceso es una demostración absoluta de la impunidad del dinero, del menosprecio a la vida humana, de su valor intrínseco, de su concepción como ser vivo. Con 68 años, está criando a una niña que en el mejor de los casos se quedará sola cuando tenga alrededor de 20 años. ¿Su dolor como madre es superior al que sentirá ella al darse cuenta que su padre había muerto antes de nacer, que su madre no la conoce ni lo hará y que además es el resultado de una ingeniería genética conseguida a base de talones bancarios y médicos jugando a ser dioses creadores de vida? ¿Cuál será el siguiente paso? ¿Modificar ese material genético no solo para tener un hijo que nos perdure como si nuestro ADN fuese algo tan preciado y único que debe quedar para los restos, si no que ya puestos lo mejoramos? ¿Frankenstein dejará de ser una novela de terror porque estamos viviendo el terror en este momento?
Nada puede justificar que alguien se compre un ser humano. Esos niños nacidos de madres a las que literalmente se los arrancan antes incluso de sentir como respiran, crecerán desconocidos de una oscura realidad que se les venderá como un gesto maravilloso de una mujer maravillosa. Se les negará la realidad. Ni sus padres ni sus madres tendrán valor de decirles cuánto pagaron por ellos. Ni cuáles fueron las razones que les permitieron tomar la decisión de comprarlos. Sentirán el desarraigo de no ser más que un bien comerciable. Un objeto.
No somos nosotras, las feministas, las que vamos a perjudicar a esos niños con la lucha para que la prohibición de los vientres de alquiler en todo el mundo sea una realidad. Las feministas somos las únicas que creemos firmemente que la vida humana es mucho más valiosa que un contrato, por eso queremos acabar con su comercialización.