Tamames, la luna y el dedo de Yolanda Díaz

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A pesar de que no seguí con demasiado interés la fallida moción de censura de Vox, ocupado como estaba en mis tareas y quehaceres, quiso la fortuna que pasara ante un televisor justo cuando Yolanda Díaz acababa aquella réplica donde me enteré que había aprovechado para exponer el programa de su proyecto Sumar. La respuesta de Ramón Tamames, otro «comunista» renegado que ha abrazado el «sentido común», fue tan corta como absurda. No respondió a las palabras de la vicepresidenta segunda del gobierno, recomendó a la ministra de trabajo que «sintetice sus puntos para poder apreciarlos más tranquilamente». La sorpresa para mí vino entre los demás asistentes a este momento televisivo: aplaudieron las palabras de Tamames y definieron su respuesta como «acertada y muy en su punto».

No voy a entrar en si me convence o no el proyecto de Yolanda Díaz, tampoco en si aquellos eran el momento y lugar adecuados para presentarlo. El hecho al que asistí con mis propios ojos era que desviar de una forma tan burda la atención del público de la luna al dedo del que la señalaba pareció llegar más a la gente que me rodeaba que los programas e ideas expuestos en el debate. Tamames, a pesar de haber dado motivos para preocuparse por su estado cognitivo, como hablar cuando no le correspondía o quedarse traspuesto, parecía ser consciente de ello, porque el recurso a la supuesta pesadez de las réplicas, según comprobé más tarde en crónicas y reportajes sobre la moción, fue esgrimido varias veces por el renegado economista. La conclusión no puede ser más obvia: la población española, al menos la muestra que tuve ante mis ojos, está completamente desideologizada y despolitizada.

Lo cierto es que el mismo sainete de presentar una moción sin posibilidad de prosperar con un candidato «independiente» escogido entre los retales de la «modélica transición» era ya una demostración del triunfo de la antipolítica difícilmente superable. Esta impresión se intensificó cuando el rojipardo renegado empezó a exponer un programa supuestamente desideologizado y «de sentido común» que parecía sacado de la barra de cualquier tasca donde acuden a beber los cuñaos que el historietista Pedro Vera retrata con tanta habilidad en sus cómics: que si hay que estudiar por qué todos los inmigrantes tienen trabajo, que si se cometieron atrocidades en los dos bandos de la guerra civil… Con el remate del propio Abascal reprochando a algunos diputados no mantener el decoro en su vestimenta y soltando el comentario, digno de los films de Pajares y Esteso, de que su mujer es la que manda en casa. Y, cuando alguien respondía, esa respuesta era muy larga y por tanto inadmisible, aunque el discurso de Tamames, de hecho, ocupaba más páginas que el de Pedro Sánchez. Déjense de debates políticos y tratemos los problemas, nos decían, y eso, al menos entre la gente que me rodeaba, calaba.

En realidad este discurso aséptico, desideologizado, despolitizado —¡para exponerlo en la cámara donde tienen lugar los debates y las decisiones políticas!— fue llevado al congreso por un partido de extrema derecha, donde los nazis, sin eufemismos, campan por sus respetos. Esta misma semana se ha conocido que otro candidato que el partido de Abascal pretende presentar a la alcaldía del municipio barcelonés de Barberá del Vallés participó en homenajes a Rudolph Hess en Alemania, entre otras lindezas. Desde luego la perorata blanca y neutral rezumaba reproches estigmatizantes a inmigrantes, mujeres y políticos de izquierdas. No es la primera vez. Estamos acostumbrados a ver que quienes más usan términos como ideológico, político, etc, como descalificación suelen ser cargos políticos y siempre del mismo lado del espectro. La presidenta de la comunidad donde vive este Villano de Madrid ganó las últimas elecciones a las que se presentó sin un programa, solo con su foto debajo de la palabra «libertad».

Aunque este problema ha sido muchas veces comentado, al menos para mí, la escena que viví esta semana supone un claro salto cualitativo. Porque si primero se pretendió despolitizar espectáculos y obras artísticas, luego manifestaciones —un fenómeno donde el componente político ya es difícilmente separable— ahora ya hemos llegado al punto donde el mismo debate del congreso pretende ser aséptico y carente de cualquier programa o actividad. Pero insistimos, cuando se subvenciona a la sanidad y la escuela privadas, cuando se reduce al mínimo la regulación de las actividades económicas, cuando se refuerza la seguridad de la propiedad privada, todas estas decisiones también siguen una ideología. ¡Pero vaya usted a explicárselo a un ciudadano medio que está centrado en si una ministra lleva sujetador o en si la réplica en un debate es muy larga!

De todas formas hay una lectura positiva de esta situación: la derecha al pretender llevar el debate fuera de la ideología y la política está implícitamente reconociendo que en términos intelectuales la izquierda es netamente superior. Tras tantos años de promoción de la cultura de la antipolítica recuperar la noción ideológica y conceptos como la conciencia de clase va a ser una tarea muy dura pero la izquierda debería volcarse en ello tanto como la derecha se ha volcado en lo contrario. Porque cuando los nazis en algún momento saquen la esvástica sin ningún miedo ya nadie osará decir que ese símbolo sí que es de una ideología abominable.

De momento con la escena que les he descrito ya hay motivo para plantearse si realmente Vox fracasó con esta moción si resulta que el público aplaudía la antipolítica.

Ramón Tamames se queda traspuesto durante la moción, dando motivos para dudar de su estado cognitivo.

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