Till, el crimen que lo cambió todo

El pasado 24 de febrero se ha estrenado una película que va a dar mucho que hablar en las próximas semanas, incluso, meses. Se trata de «Till, el crimen que lo cambió todo», un film por el que ha batallado durante años la actriz neoyorkina Whoopi Goldberg, esta vez -todo hay que decirlo- en las más farragosas y sutiles labores de producción.

La película relata la historia de un adolescente afroamericano nacido en Chicago en 1941, Emmett Louis Till, cuya vida transcurría con casi total normalidad hasta que su tío abuelo Moses Wrigth, que a la sazón, vivía en el tumultuoso estado de Misisipi, les fue a visitar y, como gran amante de las historias y la tradición oral, ensimismaba a diario al joven Emmet con los relatos del delta del río y del misterioso sur.

Emmett Till se entusiasmó tanto con aquellas historias del sur profundo de los Estados Unidos, que suplicó a su madre que le permitiera realizar un viaje a Misisipi para así reencontrarse con sus raíces familiares. Pese al temor de la madre, ésta finalmente accedió y Emmet emprendió viaje desde Chicago a Misisipi, no pudiendo imaginar ni en sus peores terrores nocturnos lo que, una vez allí, le esperaba.

El joven Emmett se vio envuelto en un inocente flirteo con una joven blanca llamada Carolyn Bryant, de 21 años, y que atendía una pequeña tienda de ultramarinos, algo que enfureció al propietario de la tienda, Roy Bryant, instando a su hermano a secuestrar a Emmett con la única finalidad de asesinarlo como desagravio por haberse atrevido a coquetear con una mujer blanca, en pleno corazón del supremacismo racial de la Norteamérica de los años 50, el estado sureño de Misisipi.

El cadáver de Emmett Till fue encontrado tres días después de haber sido secuestrado con un disparo en la cabeza y con su rostro totalmente desfigurado. La imagen de su cuerpo irreconocible por el linchamiento al que fuera sometido conmocionó a todo el país.

Es, para terminar, una película que a pesar de lo crudo de la historia que relata, tiene algo de redentora en contraposición al mal que denuncia. Es también, un intento de poner el foco en la fuerza del amor maternal, un amor incondicional, un amor capaz de soportar lo insoportable y de rebasar las fronteras de la muerte.

Enfrentarse al mal nunca es en vano, siempre es redentor, purificador, creador de nuevos y posibles mundos.

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