El Papa y la bruja

«Me indigna la gente que no se implica, callar es una forma de colaborar»
Dario Fo
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En el próximo mes de octubre del año en curso, se cumplirán ocho años desde que nos dejara huérfanos de su calor uno de los mejores dramaturgos de la edad contemporánea, esta edad tan prepotente, ridícula y ebria de sí misma, que no acepta la mofa o la simple crítica a sus entramados y artilugios, casi siempre excluyentes. Una edad sostenida por la mentira, el burdo interés económico y desalmada hasta la desesperación.

Dario Fo fue un actor, director teatral y dramaturgo vocacional. de continuo se decantó por los desposeídos y amenazados de este mundo haciendo uso de su mejor arma, la vara de la sátira mordaz y un humor translúcido, penetrado de sabiduría política y popular.
También se le podría describir como un juglar que utilizaba la satirización de las figuras históricas y actuales para sustraer al pueblo de su letargo y despertar en él su instinto de rebeldía ante las injusticias y los abusos de poder.

En 1997 le concedieron el Premio Nobel, pero curiosamente, muchas de las reacciones a esa concesión fueron contrarias. El Vaticano, además de todos los enemigos mediáticos de Fo, mostraron su indignación y presentaron protestas formales, no podían comprender como se le concedía tal honor a un bufón de la talla de Dario Fo, un bufón irreverente con los grandes poderes, el civil, el religioso y él,- nunca lo olvidemos, por ser tal vez el peor de todos – económico.

-«Los que mandan soportan muy mal que se les critique y no suelen tener sentido del humor», nos decía muy a menudo el propio Dario Fo.

En cualquier caso, Fo quiso representar su personaje para alcanzar un alto fin social, el de la justicia, como un tábano socrático, se erigió en un provocador nato considerando el humor y la alegría como el más efectivo de los bálsamos para las clases sociales más depauperadas.

Pero esta actitud vital y artística conlleva no pocos riesgos, como cuando en el estreno de «Misterio Buffo» el 8 de mayo de 1984 en el Teatro San Martín de Buenos Aires, tanto el autor como la compañía que representaba la obra, comenzaron a recibir amenazas por parte de grupos paramilitares ultraderechistas y ultracatólicos.

El miércoles 9 de mayo, en plena función, una persona se puso en pie en la última fila de las plateas e hizo estallar, en mitad de la sala, una granada de gas lacrimógeno.

En definitiva, Dario Fo, a lo largo de su larga vida creativa, hizo honor a esa máxima que decía que el arte y la vida son la misma cosa, pero habría que añadir a esto el compromiso social, político, intelectual y personal.

El Papa y la bruja es una pieza teatral llena de paradojas y situaciones altamente disparatadas. Personajes que entran y salen en escena a toda velocidad, que rasgan el escenario con sus continuos ocultamientos y sus ultimísimas revelaciones que de nada sirven salvo para embrollar aún más la trama, ya de por sí, enmarañada.

Un Papa ficcionado, pero fácilmente reconocible en un homónimo de la vida real, está rodeado de una corte de dignatarios y asistentes, entre los que se encuentran tres cardenales, dos religiosas, un sacerdote, un fraile bajito que hace las veces de catavenenos, una cohorte de guardias suizos y hasta un cuarteto de cuerda. La trama comienza cuando el Papa y sus asistentes se dan cuenta de que la Plaza de San Pedro se va llenando de niños paulatinamente hasta rebasar, incluso, su capacidad. al parecer, el hecho que el santo pontífice católico se manifieste en contra del uso de anticonceptivos, incluso, en los casos que más justificados estarían, ha provocado un efecto llamada de todos los niños nacidos en países del tercer mundo, niños huérfanos, hambrientos, enfermos, desposeídos….

Ante esta circunstancia, el Papa entra en pánico y no se atreve a asomarse, siquiera, a la balconada de la Basílica de San Pedro, ordenando a todos sus acompañantes y secretarios que se atrincheren junto a él hasta encontrar una solución.

-Papa: Sí, » No importa si después mueren de hambre treinta y cinco millones al año…, si en sólo cinco años cuarenta y ocho millones serán abandonados…, si seguirán analfabetos, desnutridos, detenidos, explotados y desesperados toda su vida. Lo que importa es que nazcan, porque la vida es un bien sagrado, aunque la suya vaya a ser una porquería. Ría ría ría».

La obra sigue avanzando cuando se descubre que una de las monjas que asisten al Papa resulta ser una bruja Bantú que ejerce de curandera allá en el lejano Burundi, que el mismo Papa padece una extraña enfermedad que sólo la bruja puede paliar y que tanto la cosanostra, como el IOR y la democracia cristiana demandan su parte y su participación en el festival de desatinos y personajes rocambolescos e hilarantes planteado por Dario Fo.

Ya en el segundo acto, es cuando entran en escena una serie de personajes más propios del hampa que del ámbito clerical. Un grupo de yonquis desesperados por obtener su dosis, dos delincuentes habituales, narcotraficantes… conducen la trama a su desenlace final, una paradoja de dimensiones eclesio-universales que no vamos a desvelar aquí para que ustedes puedan disfrutar de su lectura manteniendo la incógnita final.

Una monja brasileña asesina, un canario bomba y el uso de un latín macarrónico, formarán junto a lo antes mencionado las señas de identidad de una obra teatral en la que se nos muestra la doble vertiente del mundo en el que vivimos, por un lado, lo absurdo y dramático de algunas circunstancias históricas y vitales y por otra parte, la risa, la sátira y el humor como antídotos contra el sinsentido y la injusticia, como catalizador de una futura rebelión contra el mal orden establecido.

Después de haber leído “El Papa y la bruja» mi catarsis ha sido casi plena, me he reconocido y puesto en los zapatos de Dario Fo, le he percibido como un compañero, un cómplice, un amigo en medio de esta existencia cruel y disparatada, a partes iguales.

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