Tradiciones populares

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Braulio Moreno Muñiz.

Para acabar con la sociedad capitalista hay que cambiar de raíz los cimientos de su cultura.

Cuando las nuevas corrientes antropológicas, auto erigidas como defensoras de la postmoderna democracia cultural, defienden las tradiciones culturales populares, están defendiendo la tradición cultural burguesa.

De manera que lo que se nos presenta es la continuidad del pensamiento cultural conservador y burgués, ya que las tradiciones culturales populares beben de la fuente de los más arraigados ideales conservadores e involutivos que se nos impusieron desde hace cientos de años.

El caso es que nosotros, que formamos parte del pueblo, no elegimos libremente nuestra identidad cultural, sino que nos viene impuesta por nuestros predecesores, y a través de la herencia cultural se va conformando nuestra ideología.

Aunque supongamos que estas tradiciones populares son resistentes al paso del tiempo, como si el tiempo las fuera a erosionar, cosa que hay que dudar, porque en la mayoría de los casos la permanencia temporal lo que hace es afianzarlas en su esencia ideológica. Pero también se puede dar el caso de que se modifiquen lentamente, según las necesidades económicas del sistema capitalista.

Las posiciones economistas del ahorro, las restricciones y la autarquía, han sido sustituidas por la nueva tendencia ultraliberal del consumo a ultranza, las nuevas posiciones se basan en la teoría de que cuanto más capital circule por los mercados más riqueza se crea. Así que el capitalismo aprovecha las tradiciones para hacer negocio, ya sea alargando el tiempo de los festejos, o bien, introduciendo nuevas costumbres, pero siempre encaminadas a potenciar el afán de consumo. Por ejemplo, hace cuarenta o cincuenta años la navidad comenzaba sobre el veintidós de Diciembre, ahora, comienza a finales de Noviembre, siempre ligándola al consumo. Y por si eso fuera poco, ahora tenemos dos tradiciones consumistas más, importadas de E.E.U.U, como son Halloween y el Black Friday. Todo encaminado a sustituir la rutina diaria por otra de más largo ciclo temporal, como si estas costumbres vinieran una vez al año a salvarnos del tedio diario, cuando lo que hacen es sustituirlos por otro de carácter anual, que obligadamente y a fuerza de la insistencia de la tradición, fueran alegres sustitutos de una rutina opresora por aburrida y tediosa.

Estas tradiciones están tan arraigadas que nos sujetan al sistema como la raíz mantiene preso al árbol de la tierra, y sí, le da vida, pero no lo deja desplazarse en busca de una vida mejor.

Y volvemos al principio: Son tradiciones populares que hay que proteger y potenciar por que la inmensa mayoría la festejan sin discusión, como algo que «es tradición». Así que, afectados y sometidos a esa democracia tolerante y supuestamente popular, nosotros mismos, críticos con el sistema, nos sometemos al continuismo más conservador.

Esto tiene su explicación en que la sociedad capitalista ha desarrollado su propio sistema corrector y lo más desesperante es que los actores que desempeñan la labor de corrección son los mismos que están sometidos por el propio sistema.

¿Cuál es su arma?: El miedo. Ya en 1944 Alejo Carpentier escribía es su novela «Los pasos perdidos» que la sociedad capitalista era la sociedad del miedo. Nosotros mismos, por muy críticos que seamos, tenemos miedo, porque una cosa es la abstracción teórica y otra la vida cotidiana. Y aunque los adultos tengamos afianzada nuestra ideología y sepamos actuar para protegernos de los agentes externos que funcionan como represores de nuestras actitudes contrarias a la dictadura conservadora, los niños y jóvenes, que están en el proceso de socialización, que no es más que el aprendizaje al sometimiento de estas actitudes conservadoras; están expuestos, si no se someten voluntariamente, a ser castigados con el ostracismo y la soledad llegando a veces incluso a la violencia física. Porque este tipo de censura descarnada y salvaje no es nueva, si no que viene ya de hace tiempo y nadie, ni siquiera los poderes públicos tratan de ponerle solución porque esa censura correctora le viene bien al propio sistema para perpetuarse.

Así que por muy críticos que seamos, relajamos nuestra actitud y nos enfrentamos a la contradicción de luchar contra una situación injusta y a la vez querer pertenecer al colectivo.

Una vez expuesto el problema, y para terminar, se nos ocurre, como solución, que hemos de redoblar esfuerzos en afianzar una conciencia crítica y profunda a nuestros jóvenes para que sepan imponer con decisión y valentía los criterios y actitudes de la ideología antisistema.

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