Los mármoles del Partenón, ¿de vuelta a casa?

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Corría el año 1799 y la Francia de Napoleón asolaba Europa. En este contexto histórico, Thomas Bruce, séptimo conde de Elgin, quien estaba fascinado con la antigua Grecia, fue elegido por Londres para una embajada a Constantinopla (no sería Estambul hasta 1876). La tenacidad y mano izquierda de lord Elgin lograron consolidar la alianza regional de los imperios otomano y británico frente a la presión de la Francia revolucionaria. En 1800 financió una misión a la Acrópolis de Atenas, que como toda Grecia pertenecía a Selim III. El equipo estaba comandado por el pintor napolitano Giovanni Battista Lusieri. Elgin consiguió para ello una autorización de puño y letra del propio sultán que incluso permitía llevarse algunas piezas de piedra con inscripciones y figuras antiguas. Lusieri y los suyos desvalijaron la Acrópolis sin miramientos. Hasta dañaron algunas obras de arte que arrancaron a cincel, mazo y palanca. Arrancaron una cariátide y una columna al Erecteón, y también porciones del friso del templo de Atenea Niké y de los Propíleos. La peor parte, sin embargo, la sufrió el Partenón que fue despojado de quince de sus metopas, o paneles decorativos, con escenas del combate mitológico de centauros y lapitas. También levantaron del gran templo una veintena de elementos estatuarios de los dos frontones, así como unos 75 metros del friso.

Mucha gente desconoce qué sucedió después, pero pareciera que los elementos no quisieran que esas obras salieran de Grecia. En 1802, el mercante Mentor embistió a unos escollos delante de la isla de Citera y 16 de las 200 cajas que contenían el expolio desaparecieron. Pescadores de esponjas contratados por el aristócrata consiguieron recuperar a lo largo de dos años mucho de lo siniestrado. Pero desde entonces se ha especulado si quedan reliquias clásicas sumergidas en ese pecio. Pese a que lo rescatado se pudo enviar a Inglaterra, tuvo que ser a bordo de un buque de guerra, debido a las hostilidades con la Francia napoleónica. Lord Elgin las sufrió en sus propias carnes. Cuando regresaba a Londres, fue apresado y luego retenido en los Pirineos galos hasta su liberación tres años más tarde, en 1806. En casa, sin embargo, le esperaban nuevos sinsabores. En 1807 los mármoles de Elgin se expusieron con gran éxito pero sus penurias estaban empezando. Se divorció de forma ruinosa y no logró vender su expolio al estado como pretendía. Para colmo, lord Byron (quien moriría defendiendo la independencia de Grecia en 1824) y otras personalidades cuestionaron la legitimidad de estas extracciones, y el escultor neoclásico Antonio Canova se negó a retocar las piezas, como quería Elgin, para hacerlas más atractivas. A pesar de los reveses, el diplomático escocés logró gestionar en 1809 la llegada de un segundo cargamento de antigüedades almacenado en El Pireo, siempre a costa de su bolsillo. En 1816, finalmente, tras toda una comisión parlamentaria formada para estudiar el asunto y en medio de un enorme revuelo mediático, el gobierno aprobó la adquisición estatal de los famosos mármoles. Lord Elgin había invertido en ellos cerca de un millón de euros actuales, pero recibió la mitad. Se debió en buena medida a las sospechas generalizadas de que el aristócrata no había actuado del todo legalmente. La compra la validaron en Westminster, de hecho, 82 votos a favor con 80 en contra.

Así las cosas, tras incesantes negociaciones en los años 1981, 1989, 1993 y 1994, y la inauguración del nuevo Museo de la Acrópolis en 2009, cuando la flamante institución reavivó la polémica, esta misma semana, el presidente del Museo Británico, George Osborne, ha mantenido en Londres una conversación con el primer ministro griego, Kyriakos Motsotakis, en la que abordaron la repatriación de los mármoles del Partenón de Atenas. Al parecer, el acuerdo se encuentra en una etapa avanzada, según informan medios británicos y griegos. Se habla de una reunión con el primer ministro británico, Rishi Sunak y con el rey Carlos III. Aún así se pretende hacer un llamamiento a la calma porque las conversaciones aún no se han cerrado. ¿Veremos in situ los mármoles en el lugar que jamás debieron abandonar? Desde El Común, apostamos por ello.

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