¿Es la defensa de la lactancia siempre feminista?

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Patricia Merino Murga, investigadora, autora de Maternidad, Igualdad y Fraternidad; fundadora de Petra Maternidades Feministas y miembro de Confluencia Movimiento Feminista.

Me gustaría poder responder que sí a esta pregunta, pero las cosas no son tan simples.

En el Seminario de Antropología de la Lactancia en que he participado recientemente, me hicieron una pregunta que me ha dado mucho que pensar. La pregunta era que, si en Suecia las condiciones materiales para las madres son mucho mejores, cómo es que las cifras de lactancia materna de las suecas han sido peores que las de las españolas. Yo no soy experta en lactancia, así que consulté Internet y me encontré con que según un artículo de SEPEAP basado en un estudio de 2019 las tasas de lactancia más altas en Europa fueron las de Noruega (71%), Suecia (61%) y Alemania (57%), lo que en principio contradice la afirmación de la compañera, y confirma la eficacia de la políticas públicas de apoyo a las madres para favorecer la lactancia. Es cierto, sin embargo, que si miramos estudios de años anteriores la información cambia: según los datos de la OECD para el año 2005 y los de un artículo publicado en Public Health Nutrition para 2011, en esos años había más bebes amantados en España que en Suecia, y las suecas ya tenían en ese momento a su disposición 12 meses de licencia remunerada.

Existen muchas metodologías y variables para medir la incidencia de la lactancia y no es una práctica sobre la que sea fácil sacar conclusiones. Pero sí puedo aventurarme a hacer un par de observaciones: En lo relativo a la duración, por ejemplo, el hecho de que en España haya en torno a un 40% de mujeres en edad laboral fuera del mercado y en Suecia solo un 20% es algo a tener en cuenta, ya que las madres que están dentro de ese 40% no tienen impedimentos para hacer lactancias muy prolongadas, de hasta 4 años y más, mientras que, con un 80% de participación en el mercado laboral, pocas suecas podrán continuar la lactancia más allá del año. Además, fue justo en la primera década del siglo XXI cuando en Suecia se implementaron políticas para incentivar el uso paterno de las licencias parentales, logrando que un escueto 12,7% de las parejas hicieran un reparto igualitario de ellas en 2010, algo que también puede contribuir a explicar las tasas de lactancia de la época.

Pero la verdad es que creo que estas son explicaciones accesorias frente a lo que me aventuraría a decir que es el motivo más determinante para la falta de empeño de las suecas en la práctica de la lactancia en décadas pasadas, y en general, para explicar los patrones de comportamiento –estables o cambiantes- de las personas: el modo en que las ideologías, las representaciones, los discursos y las narrativas sociales hegemónicas –el orden simbólico de una sociedad dada en un lugar y en un momento dado– modelan la subjetividad y las conductas de las personas, y en este caso, el comportamiento de las madres y su manera de comprender la maternidad. Suecia, a pesar de que ha sido capaz de avanzar mucho hacia la justicia social tanto en el eje de clase como en el eje de género, es, como todas las sociedades con escritura desde hace 5.000 años, una sociedad patriarcal, y como tal, negadora y devaluadora de la maternidad.

En los últimos años he dedicado mucha energía a investigar y reivindicar las políticas de protección social para las madres y las criaturas. Pero en estos años también he constatado una realidad: y es que por mucho que una mujer tenga las condiciones materiales perfectas para poder reapropiarse de su maternidad, si su ideología no le permite contemplarla como algo valioso y digno de absorber tiempo y energía, esas óptimas condiciones materiales no podrán cambiar sus sentimientos de insatisfacción y de rechazo hacia lo materno. Lo material es importante, pero lo simbólico –eso que Carla Lonzi llamó independencia simbólica- es previo, y es condición indispensable. Puestas a establecer una prioridad entre ambas facetas, aunque creo que las dos son determinantes, si hoy tuviera que decir cuál de las dos es más absolutistamente decisoria diría que lo simbólico. 

Pero volvamos a las tasas de lactancia. En España las condiciones para maternar para aquellas mujeres que aspiran a tener una vida propia y autonomía son pésimas y, sin embargo, parece que nuestras tasas de lactancia han sido en algún momento mejores de que las de Suecia. ¿Cómo se explica esto basándonos en las diferencias culturales que conforman ideologías y representaciones en estos dos países? Probablemente el aspecto más positivo del familismo en España, y en todo el Mediterráneo, es una cierta veneración (respeto auténtico, reconocimiento de autoridad) hacia la figura de la madre; se trata de un rasgo cultural que posiblemente tiene raíces muy antiguas, y que en estos países mejora el estatus simbólico (no el material) de la maternidad y de la feminidad. En los países del norte, la ética puritana protestante y la ideología individualista y productivista asociada a ella, han conformado un orden cultural en el que lo materno no tiene un lugar cómodo. Las suecas, por otro lado, han logrado un acceso generalizado a la ciudadanía, individualización de los derechos y altas tasas de participación en la política, en las instituciones y en el mercado laboral; y todos estos son logros que sin duda merecen la pena. Pero las suecas, además, tienen también políticas que protegen eficazmente la vivencia materna, y la protegen con licencias largas y transferibles, y con prestaciones que remuneran el cuidar. Es importante recordar esto porque hay quien defiende el modelo sueco de conciliación, pero falsea a conciencia las verdaderas características de este modelo. Es esta combinación de una defensa equilibrada de las mujeres como trabajadoras y también como madres, lo que explica que Suecia esté siempre a la cabeza de la clasificación mundial en igualdad y en redistribución. Además, este enfoque de las políticas crea estructuras nuevas en las que las mujeres son reconocidas como la mitad de una sociedad en la que hay dos sexos.

Las mujeres necesitamos desarrollar nuestras capacidades creativas, intelectuales, laborales, sociopolíticas, emprendedoras, deportivas, etc., tanto como necesitamos poder vivir nuestras maternidades en libertad y dignidad, con la protección del Estado y el reconocimiento de toda la sociedad. El mundo es aún patriarcal y androcéntrico, y no es fácil crear un mundo nuevo en el que las mujeres, como tales, tengamos igual estatus que los hombres; las vidas de las mujeres durante aún mucho tiempo van a seguir estando sometidas a dilemas y coerciones difíciles de resolver, y por eso es tan importante reivindicar el valor de nuestras maternidades además de nuestro valor como trabajadoras.

Esto nos trae de nuevo a la pregunta que encabeza esta reflexión:

¿Es la defensa de la lactancia siempre feminista?

La reapropiación del deseo y de la práctica de la maternidad es feminista en sí misma. El acceso generalizado a la contracepción, el derecho al aborto (aunque aún negado o acosado en algunos países, es ya una demanda global e ineludible de las mujeres), y la mayor conciencia de las mujeres hoy en edad fértil de lo que una maternidad atrapada en las estructuras patriarcales significa para ellas, son las bases de un lento pero sólido movimiento hacia la reapropiación de las maternidades, hacia unas maternidades feministas no colonizadas por la misoginia expropiadora. Todos los procesos fisiológicos de la maternidad, y desde luego la lactancia, forman parte de la sexualidad femenina, una sexualidad negada e invisibilizada en el patriarcado; por lo tanto, si una es madre por un deseo propio, es incongruente no desear una lactancia satisfactoria durante al menos toda la exterogestación. Obviamente, puede haber condicionantes materiales o relacionados con la salud que hagan difícil o imposible la lactancia, y entonces, no solo es legítimo, sino recomendable, que la madre tome decisiones en las que priorice su propio bienestar, necesario para el bienestar de la díada madre-criatura. Sin embargo, cuando la negativa a practicar la lactancia se debe a cuestiones de orden ideológico, es decir, a un rechazo psíquico-político hacia la dimensión biológica de la maternidad, ahí sí creo que hay alienación, alineación en la forma de misoginia internalizada, de una autopercepción carente de independencia simbólica.

Lo cierto es que, según nos cuentan las expertas, el motivo más habitual por el que se malogran las lactancias, no es por un rechazo firme de las madres, sino por ignorancia, falta de apoyo o mala praxis de los sanitarios. Y es que los cuerpos de las mujeres en general, y los procesos de la maternidad en particular, llevan tantos siglos siendo expropiados, que para reapropiarnos de ellos hoy no basta con nuestro deseo, necesitamos convicción, empeño y el saber de las comadres para sortear los mil obstáculos materiales y simbólicos que el patriarcado ha ido colocando en los últimos milenios.

Sí creo que reivindicar la protección social de la lactancia y el derecho de las madres a amamantar es feminista. Pero estoy lejos de afirmar que toda lactancia o toda mujer lactivista sea siempre feminista. Pienso que la defensa de una lactancia reapropiada es ineludible como demanda de una agenda feminista radical, mientras que no veo que exista ninguna lógica ni validez en la afirmación de que una mujer (u hombre) por el hecho de ser lactivista, sea feminista. Una mujer puede ser lactivista y al mismo tiempo defensora del patriarcado, ya sea en su versión tradicional, en la liberal burguesa, o incluso en su última versión posmo cuir. Por lo tanto, no, la defensa de la lactancia no es siempre y necesariamente feminista, solo lo es si se hace desde una concepción feminista de la maternidad.

De todo esto tenemos ejemplos. La Liga de la Leche (LLL) –la más poderosa organización internacional defensora de la lactancia- fue fundada en los años 50 desde posiciones muy conservadoras, por mujeres que no cuestionaban en absoluto el orden patriarcal. Posiblemente este fue el motivo –además de ser una organización de base– por el que pudo tener la enorme expansión que tuvo, y muy pronto fue interlocutora de la OMS, de UNICEF, etc.

Con una cierta coherencia con este pasado no incómodo para el patriarcado, y posiblemente debido a su excelente posicionamiento político, LLL actual ha sido transformada para adaptarse al nuevo orden patriarcal posmoderno. En el interior de la organización se ha producido una “revolución” transgenerista impuesta con coerciones por la junta directiva. Lo que antes era “apoyo de madre a madre” es ahora “de persona a persona”, lo que antes era “lactancia materna”, ahora es “lactancia humana”, lo que antes era “amamantar” (breastfeding), ahora es “alimentar con el pecho” (chestfeeeding). En sus nuevas guías LLL ha adoptado el lenguaje “inclusivo”, y ha eliminado la palabra “madre” todo lo posible; la definición de “lactancia” (como algo exclusivo de las madres) con la que la organización ha trabajado durante 65 años se ha vaciado de contenido para amoldarla a las prácticas de las personas diversas que hoy desean amamantar. Durante décadas la organización se basó en la experiencia de las mujeres para apoyar a las madres, hoy la junta directiva ofrece a las líderes (el término que usa la organización para las monitoras de lactancia) capacitación para que sepan cómo asesorar a “hombres” y “mujeres” trans para que puedan lactar a un bebé sin disponer de pechos fisiológicamente capacitados para tal fin.

En Canadá, un “hombre” trans (Trevor Mac Donald, una mujer biológica con doble mastectomía que dio a luz a dos criaturas y consiguió extraer algo de leche de su pecho) fue en 2014 el primer “hombre” monitor de lactancia oficial en LLL y ha fomentado con orgullo la lactancia transgénero. Aunque la mayoría de las monitoras de LLL declararon en una encuesta no poder ayudar a un hombre biológico que desea amamantar, la junta les comunicó que esa asesoría era el equivalente a ayudar a una madre con problemas médicos. Para los hombres biológicos que se autoidentifican como mujeres por autoginefilia, imitar la lactancia materna es un fetiche sexual, y hoy LLL les ayuda a satisfacer ese fetiche, ya que la organización está comprometida con “apoyar a lograr su objetivo a cualquier persona que quiera amamantar, alimentar con el pecho, o alimentar a su bebé con leche humana”.  

Tanto en el caso de «hombres» trans como en el de hombres biológicos que se autoidentifican como mujeres, los bebés no pueden ser alimentados con el escaso liquido extraído en la práctica del chestfeeding, por lo que siempre es necesario suplementar con leche artificial. Es por este motivo que LLL, por primera vez en su historia, ha introducido la promoción de la leche artificial como parte de su programa de asesoría a la lactancia, subvirtiendo así la razón de ser de la organización. La nueva definición de lactancia que hoy maneja LLL incluye la práctica de suministrar leche con un relactador, un artilugio que introduce en la boca de la criatura además del pezón de la persona, un fino tubo que suplementa con más leche, a poder ser, fieles al lactivismo, leche materna obtenida de mujeres que la donan altruistamente o que la venden comercialmente.

Muchas líderes están abandonando la asociación, muchas han sido sancionadas, amenazadas, desacreditadas o eliminadas de los comités. En los blogs Mothersformother y LucyLeader hay información de primera mano sobre este proceso de conquista y colonización de LLL por parte de la doctrina transgenerista.

Lo cierto es que, en todas estas décadas, a pesar de que LLL no era una organización feminista, fue muy útil para muchas madres; ha sido un canal de difusión e intercambio de experiencias, conocimientos y prácticas exclusivamente femeninas, y ha ayudado a millones de mujeres a vivir sus maternidades mejor, creando redes de comadres. La actual política de LLL pervierte la verdadera defensa de la lactancia, y transforma la organización en una entidad con una fachada “inclusiva” pero situada en la más tenebrosa tradición patriarcal. Lo que ahí está ocurriendo es violencia simbólica contra las mujeres y, sin embargo, aún hay quien cree que se trata de políticas inclusivas.

El lactivismo puede perfectamente estar situado en el patriarcado más recalcitrante: los esposos que, en Roma, en la Edad Media o en el siglo XVIII, contrataban a nodrizas para amamantar a sus hijos (tanto si sus esposas estaban de acuerdo como si no) también eran “lactivistas”, y al igual que hoy las actuales gestoras de LLL, consideraban que impedir que un bebé lacte del pecho de su madre no era un asunto éticamente relevante, se trata de lactivismos que incluyen la defensa de lactancias expropiadas.  

LLL es una organización poderosa. Mientras la maternidad ha estado inextricablemente ligada al contrato sexual, no ha sido un problema que las madres dispongan de una organización potente y bien posicionada. Pero en las últimas décadas han proliferado las maternidades no patriarcales, la maternidad ya no es algo inconcebible fuera del esquema de la pareja matrimonial y la jerarquía de género; por eso, una organización como LLL eventualmente gestionada por madres con más autonomía y más independencia simbólica devenía perturbadora para el orden hegemónico. El nuevo orden patriarcal está basado en la negación del sexo y en la completa fragmentación, expropiación, banalización y mercantilización de la maternidad; y la desactivación de LLL como institución política en manos de madres de base ha sido una maniobra oportuna en este momento de reconfiguración del patriarcado.

Lo ocurrido en LLL es una epopeya, un cuento moral que nos muestra cómo en el orden patriarcal la verdadera transgresión es dar dimensión política a la potencia del cuerpo sexuado femenino. La lactancia, esa otra potencia femenina de la que los hombres carecen, debía ser también devaluada, expropiada y parodiada; y la doctrina transgenerista es la herramienta que hoy es usada para estos menesteres.

El derecho de las madres a amamantar, la reapropiación de las prácticas de lactancia y su protección social, son reivindicaciones necesarias en un proyecto feminista radical, es decir, uno que aspire a erradicar el patriarcado. Los logros socioeconómicos, laborales y políticos de las suecas también son parte de ese proyecto, sobre todo, porque los han conseguido sin negar ni precarizar la maternidad. Pero ahora, es la conquista de la independencia simbólica, la erradicación de la misoginia internalizada, la más urgente de las reivindicaciones necesarias para el feminismo. Es urgente lograr reconocimiento para nuestras existencias propias y diferentes en cuerpos sexuados femeninos.

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