Ética radical

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Lidia Falcón, Presidenta del Partido Feminista de España.

Me apropio de este título que es el de una obra maestra de Carlos París, para ofrecerles una reflexión necesaria sobre el tema transcendental de la ética humana.

El XXI Congreso del Partido Comunista de España se ha desarrollado entre críticas, insultos, y hasta agresiones físicas. Los disidentes aseguran que la dirección del Congreso no les ha dejado hablar o votar o las dos cosas simultáneamente. Y en cambio hemos visto a Enrique de Santiago, el Secretario General del PCE, afirmando que todo había ido muy bien, porque la línea general que defendía la dirección del partido ha ganado por el 53% de los votos. Miles de militantes han abandonado el partido de toda su vida y muchas veces de la de sus padres, ante la deriva que han seguido sus dirigentes de servilismo a las órdenes del imperialismo que domina el mundo.

Izquierda Unida, la organización que debía aglutinar toda la izquierda transformadora despidió a los pocos meses de constituida a varios de los partidos que la habían fundado, y ha terminado expulsando al Partido Feminista alegando discrepancias sobre la Ley Trans, excusa para encubrir su antifeminismo que había llevado a disolver el Área de la Mujer a sus fundadoras.

Podemos se ha devorado a sí mismo. Ninguno de los que crearon el partido está hoy en la dirección. Uno a uno y una a una se han ido del partido, han sido expulsados o execrados, o han creado su vez un nuevo partido que hace competencia al anterior. En los últimos años las divisiones y escisiones de los partidos de izquierda, seguidas o precedidas de expulsiones o dimisiones han servido de titulares a la prensa y de motivo de tertulia en televisiones y radios. Unos y otras de las implicadas han hecho gala de los peores estilos de calumnias y falsedades difundidas por las redes sociales, esa arma de destrucción masiva, para descalificar al enemigo que el día antes era su amigo, su compañero y su camarada. Que en Andalucía se hayan presentado siete partidos a la izquierda del PSOE explica mejor que mis palabras la situación que estoy intentando analizar.

Hoy, el fenómeno del enfrentamiento entre grupos, entre mujeres en el mismo grupo y de críticas a los demás, derivadas más de los protagonismos que de diferencias ideológicas, se ha hecho tan común que se repite y se repite, incluso antes de comenzar los proyectos de “unión” de la izquierda como el de “Sumar” de Yolanda Díaz, que se organiza con el enfrentamiento contra Iglesias, las vacilaciones de Ione Belarra, y la enemistad de Podemos. A su izquierda, una miríada de grupúsculos que no acaban de ponerse de acuerdo porque los unos son monárquicos y otros republicanos, unos autodeterministas y otros centralistas, unos pro qeer y prostitucionales y otros abolicionistas. Pero cuando he participado en alguna de sus reuniones he observado más críticas personales que enfrentamientos ideológicos.

El movimiento Feminista no está exento de ese cáncer. Desde hace cuarenta años los grupos y asociaciones que se crearon al abrigo de la nueva democracia estrenada en España, han dedicado más tiempo a criticar al Partido Feminista y también entre ellas y dentro de ellas que a luchar por el objetivo común. Con el estruendoso fracaso de la división de ese Movimiento entre las llamadas “clásicas” o “históricas” y las posmodernas o queer. Pero ni siquiera se acaban los enfrentamientos entre estos dos grandes sectores. En el seno de las que no siguen la doctrina queer podemos contar centenares de asociaciones que tienen a gala ser independientes unas de otras, porque hubiera sido un deshonor para ellas engrosar las filas de las ya constituidas y prefieren trocearse en minúsculos grupos con nuevos nombres en los que solo trabajan seriamente tres o cuatro mujeres.

El Partido Feminista ya ha sufrido numerosos embites desde que se creó en 1979. La primera escisión se produjo en Valencia con unas disidentes que se fueron disgustadas porque el partido era marxista y no hacía el “marketing” (sic) que se necesitaba. Esas disidentes crearon el partido Iniciativa Feminista, que durante quince años ignoró despectivamente al PFE, hasta el punto de no invitarnos al encuentro de Partidos Feministas de Europa que organizó precisamente en Barcelona, donde nos habíamos constituido. A principios de 2022 supimos que se había disuelto, sin más pena ni gloria ni una palabra de disculpa.

Gracias a la persistencia y fidelidad de las que seguimos en esta dura batalla, el Partido Feminista mantiene su nombre, su presencia en la sociedad española y en los medios de comunicación y es conocido en todo el mundo feminista occidental. Mientras tanto ha sufrido ataques continuos y no solo de las fuerzas de derecha, su enemigo natural, sino más tristemente de otros sectores del feminismo, divididos por ideologías políticas, por el acercamiento a uno u otro partido, y muy habitualmente por las envidias que como decía Miguel de Unamuno “son la lepra de España”. Envidias y traiciones que también se han introducido a veces en el seno del partido, activadas y alimentadas por las que se presentaban como “compañeras”.

En esos ataques y divisiones no ha primado ni el interés del partido ni la necesidad de mantener la cohesión y objetivos que defiende ni la lealtad que se suponía nos unía a todas las militantes. Varias veces, sin explicaciones previas ni debates internos, las disidentes se han ido dando un portazo y publicando en Twitter todos los agravios que decían haber recibido de nosotras o difundiéndolos en sus grupos de amigas que se han apresurado a enviarlos a las suyas. De estas peleas cainitas no ha surgido ningún avance para el feminismo, únicamente ha dejado su rastro de odio y enfrentamientos que destruye el Movimiento.

En 1987 publicamos en “Poder y Libertad”, la revista del Partido Feminista de España, un número dedicado a “La Ética Feminista” que creíamos imprescindible en una época en que las disensiones y ataques personales entre sí de varias participantes del movimiento, y de todas contra nosotras, habían hecho insoportable el clima de las reuniones y acciones colectivas. Nos ratificamos en todo lo publicado entonces, que tuvo las aportaciones de muchas otras colaboradoras, víctimas también de la misma ofensiva, y lamentamos que este aspecto de la lucha militante siga hoy de rabiosa actualidad.

En España la ética social fue pervertida por el franquismo en su interminable periplo. A los propósitos del fascismo, destruir todo lo que se le opusiera, se unió la moral del capitalismo: obtener beneficios cueste lo que cueste y pese a quien pese. Aquellos principios de lealtad, solidaridad y apoyo mutuo que defendieron heroicamente los liberales y los anarquistas, los masones y los comunistas, fueron destruidos en la conciencia de los españoles y españolas. Se ha alimentado el enfrentamiento entre todos, incluso los que parecía que participaban de los mismos ideales, la lealtad es un concepto desconocido o despreciado y la ideología capitalista ha enseñado en los centros de enseñanza y en la calle, en la Universidad y en los periódicos, que lo único que vale es ganar en la competencia para la que los españoles se entrenan desde la escuela primaria. La palabra amistad es un concepto hueco que no significa más que ir a tomar copas por las noches con unos conocidos, perdido completamente el significado de esa trascendental relación humana que Cicerón inmortalizó en “De Amicitia”, y la cosecha de odios y envidias es tan abundante que llena las páginas de los periódicos y los espacios televisivos.

Con estas palabras desgarradas y proféticas de Carlos París, termino este artículo que desearía fuera un grito que despertara los dormidos ánimos de los que admiten este estado de enfrentamiento y de desprecio en que se ha sumido la izquierda y el Movimiento Feminista, sin protesta y sin conciencia del mal que se ha instalado en nuestro país para destruir la única esperanza de lucha contra las fuerzas capitalistas y patriarcales, que mantienen este sistema depredador y opresor que ha instalado el antagonismo y la competencia en la moral social.

«La filosofía que profeso parte del grito, del lamento, de la encrespada protesta ante la injusticia del mundo que vivimos. Si Aristóteles afirmaba que la Filosofía nace de la admiración, yo diría que también mi filosofar parte de la admiración, pero no sólo de la que suscita la contemplación de los cielos, sino de la que brota ante el heroísmo de tantos hombres y mujeres que, incansables, dieron su vida, luchando por el reino de la libertad y la hermandad universales. Y el pensamiento que se levanta, a partir del grito y de la admiración no quiere reducirse a contemplar el mundo, sino que aspira a contribuir a su radical transformación.” Con Ética Radical, Carlos París, culmina una línea de su pensamiento, cuya extensión y profundidad lo convierte no sólo en el mejor análisis de la sociedad actual y de los poderes que la dominan, sino en profético sobre las consecuencias que tendrá para el futuro si permitimos que la voluntad de lucro y dominación se impongan sobre las posibilidades de desarrollo humano, abiertas por el potencial científico y técnico de nuestros días.

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