Madres y padres, necesitamos recuperar la autoridad

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Amanda Agrupación

El artículo 154 del Código Civil español recoge las obligaciones generales de las obligaciones paterno-filiales de la siguiente manera:

«Los hijos e hijas no emancipados están bajo la patria potestad de los progenitores.

La patria potestad, como responsabilidad parental, se ejercerá siempre en interés de los hijos e hijas, de acuerdo con su personalidad, y con respeto a sus derechos, su integridad física y mental«.

El artículo 155 del Código Civil español hace referencia a las obligaciones de los hijos en las relaciones paterno-filiales como obedecer y respetar a los padres durante la patria potestad.

La Constitución Española, en su artículo 43, reconoce el derecho a la protección de la salud:

«Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios. La ley establecerá los derechos y deberes de todos al respecto.

Los poderes públicos fomentarán la educación sanitaria, la educación física y el deporte».

Hemos comenzado el artículo haciendo referencia al Código Civil y a la Constitución Española porque las madres y padres lo somos 24 horas al día. A lo largo de ese tiempo tomamos muchas decisiones que afectan a nuestras hijas e hijos, especialmente las que se refieren a su seguridad física y/o emocional. Decisiones que están tan interiorizadas que, una vez explicadas, no se replantean de nuevo una y otra vez. Desde que son muy pequeños decidimos por ellos que no se cruza cuando el semáforo está en rojo, que cuando se sube uno al coche hay que ponerse el cinturón, que no se meten las manos en el horno caliente, que no se va uno con desconocidos ni tampoco es una opción desaparecer de casa e irse a dormir a la calle.

Son ejemplos de muchas de las decisiones que tomamos los adultos por los niños y niñas, sin plantearnos ningún tipo de dilema moral al respecto. Hasta las familias más relajadas y asertivas tienen claro que las decisiones sobre la seguridad física y psicológica de sus hijos son incuestionables y que les corresponde a los adultos siempre, sin resquicios, sin dudas, sin culpabilidad. Por no mencionar que, además, no hacerlo puede conllevar sanciones importantes hacia los progenitores por negligencia, afortunadamente.

Si esto es así, si las decisiones sobre la seguridad nos corresponden a los progenitores en todos los aspectos de su vida, ¿por qué se nos está empujando, desde las instituciones, a aceptar que la auto identificación de sexo es un tema en el que no nos debemos meter salvo para afirmar a nuestra prole, si ésta así lo considera? ¿Por qué se nos fuerza a hacer una excepción con este tema? ¿Por qué se ha de considerar la transición como algo digno de elogio, de valentía y hasta de heroísmo?

Pretenden obligarnos a afirmar que nuestras hijas e hijos viven en cuerpos equivocados y que es necesario, por su bienestar (contrariamente a los estudios al respecto), aceptar como algo normal que les prescriban bloqueadores hormonales primero y hormonas cruzadas después, como si fueran capaces, con 11, 12 o 15 años, de conocer las terribles consecuencias de las decisiones que están tomando.

La llegada de la adolescencia es una revolución, es un momento en el que nuestros cuerpos cambian, y las hormonas nos invaden. Es un momento muy difícil porque aprendemos a convivir con un cuerpo diferente, no porque no sea nuestro si no porque se está transformando para llegar a la edad adulta, con sensaciones distintas y un mundo de posibilidades a explorar con él. Y tenemos que aprender a considerarlo como lo que es, algo nuestro, nuestro vehículo de vida, el único instrumento que nos permitirá interaccionar y vivir de una manera más o menos plena. Conseguimos ser unos adultos sanos cuando aceptamos nuestra vida tal y como es, con sus ventajas y con sus limitaciones. Y eso incluye, desde luego, nuestro cuerpo, como herramienta para poder sentir, para poder amar, para poder movernos, para llevar a cabo las ideas que nos planteamos. El cuerpo es lo único que de verdad tenemos toda la vida, lo único que realmente nos pertenece hasta que morimos. Y de su salud y cuidado van a depender la bondad o no de nuestras experiencias.

Es normal que los adolescentes se sientan incómodos en su cuerpo, en especial las niñas, todas las mujeres lo sabemos, lo que no es normal es que los adultos utilicen esa incomodidad para provocar y aumentar la disociación respecto a su cuerpo, convirtiéndola en permanente. Y menos sabiendo, como sabemos, los inmensos intereses económicos que subyacen detrás.

Es absolutamente aterrador que, desde las instituciones, se promueva y se legisle para afianzar esta disociación como un derecho. Pero ¿en qué lugar de la lista de derechos humanos se encuentra la auto identificación de sexo? Puestos a ello, podrían seguir con auto identificación de la edad, de la etnia, de la estatura…

Un derecho sería disponer de un tratamiento terapéutico adecuado que ayudara a reducir el sufrimiento, que ayudara a reducir esa distorsión, no adaptar el cuerpo a esa distorsión, como si algo así pudiera llegar realmente a suceder. Es una tragedia de proporciones épicas.

A AMANDA nos llegan familias rotas, inseguras y con miedo a que sus hijos cometan cualquier atrocidad si dan un paso en falso, con miedo a que se vayan de casa si les dicen que no a las hormonas o al cambio de nombre. Esta ideología está desactivando todos los mecanismos que tenemos como familias para educar y proteger a nuestras criaturas, nos convierte en malvados en aras de conseguir aumentar la vulnerabilidad de unas niñas y niños que con frecuencia vienen arrastrando un cúmulo de problemas de habilidades sociales y de autoestima, entre otros. Así, se vuelven muñecos de paja en sus manos y los padres con ellas por culpa de las amenazas y el miedo a un potencial suicidio, que todavía no ha sido realmente probado. El miedo nos paraliza, pero la ciencia y los datos nos apoyan. ¡Usémoslos!

Necesitamos recuperar nuestra seguridad como padres y madres, reposicionarnos y recuperar nuestra autoridad (que no autoritarismo). Si hay alguien que acepta a nuestras hijas e hijos somos nosotras y nosotros, porque les queremos tal y como son, y nuestro respeto y amor es tan grande que no queremos que se hagan daño, ni que tomen decisiones que puedan convertir su vida en miserable y nos arriesgamos a decir “¡No!” para protegerles. Porque eso es lo que hacemos los progenitores, proteger a nuestras criaturas.

No somos malos padres por decir que no, no somos malos padres por recordarles quienes son, no somos malos padres por respetar su cuerpo tal y como la naturaleza se lo entregó, no somos malos padres por arriesgarnos a que las instituciones nos acusen injustamente de “tránsfobos”, no somos malos padres por unirnos y reforzarnos entre nosotros. Ni por trabajar para mejorar nuestro vínculo ni por tener miedo. Ni tampoco por ceder cuando no conocemos otros caminos.

Pero sí seríamos malos padres si, sabiendo que este camino no es el mejor para nuestras hijas e hijos, les ayudáramos a tomarlo, por comodidad, por debilidad, por falta de ganas de aprender o desidia.

Un mensaje a todos aquellos que luchan por promover y aumentar la distorsión corporal que sufren nuestras hijas e hijos: sois culpables de abusar de la confianza de los menores y jóvenes, de abusar de la confianza de los padres y madres responsables, sois culpables de mutilar cuerpos que deberían estar creciendo con normalidad superando las fases normales de desarrollo, sois culpables de estaros beneficiando, económicamente o no, de esta generación y algún día, no muy tarde, lo pagaréis.

Y nosotras y nosotros sabremos que hicimos todo lo que estaba en nuestra mano por protegerles.

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