La obra Los Fundamentos del Leninismo es un compendio de una serie de conferencias y charlas del dirigente soviético Iosiv Stalin, donde en un estilo divulgativo enumera y desarrolla las principales características del pensamiento leninista y por tanto de los nuevos Partido Comunistas que nacían en la década de 1920.
No se trata del estilo literario. Me refiero al estilo en el trabajo, a lo específico y peculiar que hay en la labor práctica del leninismo y que crea el tipo especial del militante leninista. El leninismo es una escuela teórica y práctica, que moldea un tipo especial de dirigente del Partido y del Estado, que crea un estilo especial de trabajo, el estilo leninista.
¿Cuáles son los rasgas característicos de este estilo? ¿Cuáles son sus particularidades?
Estas particularidades son dos:
a) el ímpetu revolucionario ruso y
b) el sentido práctico norteamericano.
El estilo leninista es la combinación de estas dos particularidades en la labor del Partido y del Estado.
El ímpetu revolucionario ruso es el antídoto contra la inercia, contra la rutina, contra el conservadurismo, contra el estancamiento mental, contra la sumisión servil a las tradiciones seculares. El ímpetu revolucionario ruso es la fuerza vivificadora que despierta el pensamiento, que impulsa, que rompe el pasado, que brinda una perspectiva. Sin este ímpetu, no es posible ningún movimiento progresivo.
Pero el ímpetu revolucionario ruso puede muy bien degenerar en vacuo manilovismo «revolucionario», si no se une al sentido práctico norteamericano en el trabajo. Ejemplos de este tipo de degeneración los hay sobrados. ¿Quién no conoce la enfermedad del arbitrismo «revolucionario» y de la planomanía «revolucionaria», cuyo origen es la fe puesta en la fuerza del decreto que puede arreglarlo y transformarlo todo? Un escritor ruso, I. Ehrenburg, dibuja en el cuento «El homcomper» («El hombre comunista perfeccionado») un tipo de «bolchevique» atacado de esta enfermedad, que se ha propuesto trazar el esquema del hombre idealmente perfecto y… se «ahoga» en esta «labor». El cuento exagera mucho la nota, pero es indudable que pinta la enfermedad con acierto. Sin embargo, yo creo que nadie se ha burlado de esos enfermos con tanta saña y de un modo tan implacable como Lenin. «Presunción comunista»: así calificaba Lenin esa fe enfermiza en el arbitrismo y en la decretomanía.
La presunción comunista -dice Lenin- significa que una persona que está en el Partido Comunista y no ha sido todavía expulsada de él por la depuración, cree que puede resolver todos los problemas por la fuerza de decretos comunistas.
Lenin solía oponer a la verborrea «revolucionaria» el trabajo sencillo, cotidiano, subrayando con ello que el arbitrismo «revolucionario» es contrario al espíritu y a la letra del auténtico leninismo.
Menos frases pomposas -dice Lenin- y más trabajo sencillo, cotidiano. Menos estrépito político y mayor atención a los hechos más sencillos pero vivos… de la edificación comunista.
El sentido práctico norteamericano es, por el contrario, un antídoto contra el manilovismo «revolucionario» y contra las fantasías del arbitrismo. El sentido práctico norteamericano es una fuerza indomable, que no conoce ni admite barreras, que destruye con su tenacidad práctica toda clase de obstáculos y que siempre lleva a término lo empezado, por mínimo que sea; es una fuerza sin la cual no puede concebirse una labor constructiva seria.
Pero el sentido práctico norteamericano puede muy bien degenerar en un utilitarismo mezquino y sin principios, si no va asociado al ímpetu revolucionario ruso. ¿Quién no conoce la enfermedad del practicismo mezquino y del utilitarismo sin principios, que suele llevar a algunos «bolcheviques» a la degeneración y al abandono de la causa de la revolución? Esta enfermedad peculiar ha encontrado su reflejo en el relato de B. Pilniak «El año desnudo», en el que se pinta a tipos de «bolcheviques» rusos llenos de voluntad y de decisión práctica, que «funcionan» muy «enérgicamente», pero que carecen de perspectiva, que no saben «el porqué de las cosas» y, debido a ello, se desvían del camino del trabajo revolucionario. Nadie se ha burlado con tanta saña como Lenin de esta enfermedad del mezquino utilitarismo. «Practicismo cretino», «utilitarismo estúpido»: así calificaba Lenin esta enfermedad. Lenin solía oponer a esto la labor revolucionaria viva y la necesidad de una perspectiva revolucionaria en toda nuestra labor cotidiana, subrayando con ello que el utilitarismo mezquino y sin principios es tan contrario al auténtico leninismo como el arbitrismo «revolucionario».
La unión del ímpetu revolucionario ruso al sentido práctico norteamericano: tal es la esencia del leninismo en el trabajo del Partido y del aparato del Estado.
Sólo esta unión nos da el tipo acabado del militante leninista y el estilo del leninismo en el trabajo.