¿Por qué nos gusta tanto El juego del calamar?

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Miguel Ángel Parra González

Es la serie de moda y todo el mundo habla de ella. Netflix nos ha traído una propuesta, El juego del calamar, que nos sumerge de lleno en lo más oscuro de la sociedad surcoreana. El argumento: Un nutrido grupo de personas, cuyo único punto en común consiste en que sus vidas están tocando fondo, es reunido en un lugar remoto y aislado con el objetivo de participar en una serie de juegos cuyo vencedor final recibirá una astronómica recompensa económica.

La serie explora con bastante buen resultado los límites de las relaciones humanas, intercalando episodios de solidaridad con otros de cainismo y de gran crueldad. Quizá el gran secreto de su éxito comercial, además del contexto que repasaremos a continuación, reside en la verosimilitud de los perfiles y las decisiones que los protagonistas toman en cada momento, dentro de la propia fantasía distópica que se propone como escenario. El juego del calamar nos lleva a preguntarnos a lo largo de cada capítulo qué haríamos en caso de ser los protagonistas y qué decisiones tomaríamos en su lugar. Y aterra pensar que, quizás llevados al límite, perfectamente podrían ser las mismas que ellos tomaron y tener que convivir con ello en adelante.

No obstante, el mero espectáculo y su acertada puesta en escena no explicarían del todo el éxito de la serie. Gran parte de éste puede deberse a los mismos motivos por los cuales también generó gran éxito la franquicia de La Purga: Un survival horror descarnado que agita los miedos y odios sociales de una sociedad fallida que se desliza por un pozo moral. Una sociedad en la que se nos propone continuamente un juego de supervivencia a costa de los demás, con el objetivo de triunfar pasando por encima de quien sea y como sea. En un capitalismo que cada vez aprieta más en su vertiente neoliberal y al que las diferentes crisis -incluso la de la pandemia del Covid-19- le muestran sus costuras, gran parte de la población va quedando rezagada de esa enorme competición global a la que nos vemos abocados con el fin de salir adelante y tener una vida digna. El resultado real para esa gran parte de la población es verse sumergida en empleos precarios, aumento del coste de vida, degradación y escasez de servicios públicos, pobreza energética y muchas más situaciones que denotan el fracaso de un sistema social y económico. En el marco de este sistema competitivo en el que se nos hace ver al de al lado como un rival más que a alguien con quien cooperar para salir adelante colectivamente, afloran en su contexto más favorable discriminaciones de todo tipo en el seno de la clase trabajadora. Comenzando por la aporofobia y continuando por el racismo y el odio a las minorías. La propia inseguridad ciudadana, cuyo último responsable no es otro que el propio sistema, alimenta los miedos de las clases populares y las enfrenta entre sí dificultando generar una respuesta colectiva que suponga un peligro para el mismo. Y es por eso que las distopías conectan tan bien con el público contemporáneo.

En el caso de El juego del calamar, el escenario es el idóneo. Corea del Sur es uno de los países donde el experimento neoliberal da muestras de sus peores resultados. Cubierto de un halo de modernidad y disfrazado de economía pujante, lo cierto es que su crecimiento ha sido bajo el férreo yugo explotador en un país sometido a los Estados Unidos en plena guerra fría, con una represión sindical y política notable. Guerra fría -O en ciertos momentos no tanto- que perdura en la península coreana, y que también vemos reflejada en la serie, cuando una protagonista norcoreana explica que marchó del norte para vivir mejor, y a la pregunta de si está viviendo mejor responde con un sepulcral silencio que tira por tierra muchos de los tópicos que llegan a nuestros oídos sobre el conflicto Norte-Sur. Corea del Sur es uno de los países con la tasa de suicidio más alta del mundo, y particularmente es el primero de la OCDE en éste triste ámbito. Entre las múltiples causas del fenómeno destacan los expertos el panorama socioeconómico, y también el gran impacto que tiene entre la juventud.

La falta de perspectivas en una realidad depredadora es un caldo de cultivo para el suicidio, y también en ello reside la conexión que tiene El juego del calamar con el público general, ávido de aferrarse a una huida vital segura en tiempos tan convulsos. Quizá, una vez sabiendo por qué nos gusta tanto El juego del calamar, lo siguiente sería preguntarnos qué podemos hacer para que ya no nos interese tanto.

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