La escuela de Peppa Pig

Los dominicos de Salamanca están en el origen del liberalismo latino. Humanistas como Francisco de Vitoria y Antón de Montesinos, cuyo pensamiento contribuyó a que una sociedad que giraba en torno a Dios pasara a girar en torno a su creación principal, que se consideraba que era el ser humano. El paso del teocentrismo al antropocentrismo se fraguó desde una perspectiva intelectual que seguía concibiendo la historia de manera lineal, a través de una sucesión de ciclos que llevaran al ser humano del paraíso terrenal a la alienación, la redención y la posterior llegada al paraíso celestial.

Muy pronto algunos pensadores ilustrados, herederos intelectuales de la escuela de Salamanca, utilizaron esta concepción cíclica de la historia, fundamentada en las ideas de Agustín de Hipona, para explicar el papel que ha de desarrollar el hombre en sociedad. La voluntad general de Rousseau es un claro ejemplo de esta evolución intelectual en términos antropocéntricos, mediante la que el liberalismo latino se proponía entender el pasado y avanzar hacia un horizonte de emancipación. Se pretendía hacer realidad el derecho natural mediante la legislación. Así el buen salvaje, decía Rousseau, pervertido por el orden social, lograría liberarse de sus ataduras, construyendo una sociedad nueva a través de leyes que desarrollaran la voluntad general, que es el germen del lema revolucionario francés: libertad, igualdad, fraternidad.

Más adelante, se fundamentaría este esquema mediante el conocimiento científico de la realidad social e histórica, de modo que el materialismo dialéctico entendía a los seres humanos del Paleolítico Superior libres de toda opresión. Hasta que esta surgió a partir del Neolítico, con el nacimiento de la propiedad privada y del Estado primitivo, iniciándose una sucesión de ciclos históricos que llevarían a la emancipación del ser humano de la mano de la clase obrera.

Esta concepción cíclica de la historia, este hilo que da coherencia a tantos siglos de evolución intelectual y que permite entender el pasado, tomando el futuro como punto de referencia, desapareció al mismo tiempo que las ideologías. Nuestro actual panorama intelectual nos somete a la intemperie provocada por la ausencia de una lógica que nos permita dar sentido a nuestra existencia. Quizás sea fruto del éxito del liberalismo anglosajón, que nunca fue utópico, que siempre estuvo dispuesto a perderse en la aventura del saber, consciente de que es una aventura imposible. De ahí la ironía anglosajona que hizo posible que una obra tan moderna como el Quijote, escrita en la España de principios del XVII, comenzara a tener verdadero éxito, por vez primera, en la Inglaterra del siglo XVIII.

Los anglosajones forjaron el liberalismo en el caldo de cultivo del intercambio de ideas propio de las reformas protestantes, lo que les hizo más tolerantes. Una ciudad como Londres, refugio de exiliados de todo tipo durante los últimos siglos, solo se entiende como un producto de ese mundo sin demasiadas ideas preconcebidas. Luteranos, calvinistas, liberales, socialistas… Todos cabían en un panorama anglosajón tolerante, disperso, pragmático y sin fe en el hombre nuevo. Más allá de la ética mediante la que cada persona se compromete con la voluntad general, se imponen los conocidos “check and balances”, tan propios de los sistemas políticos anglosajones. Contrapesos que deben existir en todas las democracias, pero que resultan un punto de referencia particularmente importante en sociedades ajenas al ideario utópico. Mecanismos muy propios de un utilitarismo que, al mismo tiempo que genera barreras ante posibles abusos, fomenta un individualismo que dificulta una comprensión del mundo más allá de los intereses inmediatos y, por lo tanto, particulares. Es a esto a lo que llamamos posmodernidad pero, en esencia, siempre fue un rasgo propio el mundo anglosajón.

Cierto día vi un episodio de Peppa Pig en el que la maestra proponía a Peppa y sus compañeros de clase la organización de un mercadillo. Era necesario reparar el tejado de la escuela, ya demasiado viejo para soportar unas lluvias que estaban provocando muchas goteras. En el país de Peppa Pig no hay Estado ni, por lo tanto, tampoco Administración educativa, así que el problema debían resolverlo ellos solos, confiando exclusivamente en su necesario espíritu emprendedor. En todo caso, la idea de la maestra tuvo mucho éxito y lograron reparar el tejado, para que Peppa y sus amigos el poni, el perrito, la cebra y la ovejita pudieran seguir disfrutando de las clases de la señora Gacela, en aquella hermosa comunidad en la que vivían. ¿Pero qué ocurre cuando la lluvia es más fuerte que la comunidad entera? ¿Qué ocurre cuando la tormenta no es cosa de la escuela ni de la comunidad, sino que va más allá? En un mundo cada vez más global, en el que los problemas lo son de toda la especie humana, y no de unos cuantos animalitos, resulta realmente paradójico que se pretendan resolver desde el ámbito estrictamente comunitario y particular.

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