La comedia de las equivocaciones

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El debate parlamentario de los últimos días, fue de alguna manera como la deliciosa Comedia de Shakespeare, escrita en 1592. Nadie sabía cabalmente donde estaba la verdad. Uno prometía lo que no pensaba hacer, y los otros aceptaban lo que no podían creer. Al final, todos se sentían complacidos. Algo así acaba de ocurrir en el Palacio de las Leyes.

Héctor Vargas Haya, el antiguo y honrado diputado aprista, es por cierto una fuente inagotable cuando se trata de analizar lo que se conoce con el pomposo nombre de “hermenéutica parlamentaria”, es decir, un conjunto de procedimientos formales de los que se vale el Poder Legislativo para ejercer su función deslizándose entre las gotas  de la lluvia sin mojarse.

Don Héctor -como bien merece que se le llame- nos recuerda que el bendito “voto de confianza” que se otorga al Gabinete Ministerial, constituye realmente una ficción.

Fue una invención creada por la Constitución de 1979 como una primitiva venganza propuesta por el PPC, y planteada como respuesta a las sucesivas interpelaciones de ministros populistas durante el primer gobierno de Fernando Belaunde, entre 1963 y 1968.

Y constituye una ficción por una razón elemental: El Presidente la recibe si cuenta con una mayoría parlamentaria; y siempre le será negada si sus adversarios suman un mayor número de votos. Más allá de razones, el tema tiene que ver con una correlación de fuerzas concreta, la que existe, o la que es laboriosamente trabajada en base a concesiones y acuerdos, no siempre santos.

En el caso que observamos –el Gabinete Bellido en Cámara- el asunto es claro: el gobierno carece de mayoría parlamentaria propia y la aceptación del Gabinete se supedita no a los proyectos que propone, ni de las ideas que sustenta, sino a la buena voluntad de bancadas que buscan “lo suyo” para colocarse en la proximidad de la luz, no tan cerca que queme, ni tan lejos que no alumbre.

También ocurre que “los partidos adversos” –aquellos que se oponen al gobierno y que pueden estar en mayoría o minoría, según el caso; actúan impulsados no por razones esenciales, sino por intereses. Y atacan al Gabinete que asiste en busca de “confianza”, para censurarlo; o simplemente para arrancarle concesiones.

Es por eso que esta suerte de “voto de investidura” es un ritual, una formalidad que en estas circunstancias, polariza al país e interesa a millones. Habitualmente, se trata de un evento que pasa desapercibido para el común de los mortales, pero ahora no sucede.

Desde la noche del miércoles 25 de agosto miles de peruanos se sintieron llamados para expresar su apoyo al Gabinete Bellido, amenazado por una oposición parlamentaria variopinta que sostenía posiciones dubitativas. La Plaza Bolívar fue escenario de una concentración ciudadana que buscó abrirse paso en un ambiente confuso.

En la medida que fueron pasando las horas, la situación fue cambiando. El estilo abierto, combativo y resuelto del gobierno del Presidente Castillo se fue abriendo paso y ganando puntos en la conciencia ciudadana.

De ese modo, ya el jueves 26, fueron miles de peruanos los que se movilizaron con una sola bandera: la demanda de una Confianza que sería trabajosamente arrancada  a una mayoría parlamentaria ciertamente hostil.

Cuando el Primer Ministro Guido Bellido saludó en quechua a los congresistas reunidos; los parlamentarios de la oposición le dijeron la misma frase que Francisco Pizarro le dijera a Atahualpa hace 500 años: habla castellano, que no te entiendo.

En diversos escenarios –La Plaza Dos de mayo, La Colmena, la Plaza San Martin, el Parque Universitario, la Avenida Abancay y hasta la misma Plaza Bolívar-, cientos de miles de peruanos expresaron una inequívoca voluntad de lucha.

Estar entre ellos fue, por cierto, una manera de percibir el sentimiento solidario que embarga hoy a multitudes.

Las consignas, fueron muchas; pero todas partieron de una misma manera de percibir la realidad. Objetivamente, hizo carne ya en la conciencia de muchos, la necesidad imperiosa de unir, y de combatir por una causa que interesa gradualmente a los peruanos.

Pero es bueno señalar que esto, no ocurrió sólo en la capital de la República. En buena parte del territorio nacional, y virtualmente en cada una de las cabezas de las 24 regiones del país y en muchas otras provincias, se vivió la misma experiencia. La gente, movilizada, exigiendo confianza para el Gabinete Bellido, pero detrás de eso, demandando una nueva Constitución y una nueva política, un rumbo distinto, una realidad diferente.

Lo que está en debate, entonces, no es poco. En buena cuenta, lo que se discute es si se dará paso al esfuerzo por iniciar el cambio social, o si éste quedará sepultado por la fuerza concertada de quienes prefieren el acomodo y el inmovilismo.

La lucha es entre el Perú que se levanta, y una oligarquía soberbia y envilecida que busca doblegar la voluntad de millones usando para ello los recursos más perversos.

Y en el centro de ese debate, están las masas, cuya capacidad de movilización es siempre decisiva. Su accionar señala derroteros y alienta victoria. Ninguna Comedia de Equivocaciones, podrá desorientar la voluntad ciudadana.

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