Escuelas libres de género

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Elisa Martínez, @leerinfinito.

Cuando era más joven pensaba que la educación tenía la enorme capacidad de ayudar al desarrollo y perfeccionamiento de las personas. Era la solución adecuada para todo: la intolerancia, los prejuicios, la violencia y, por supuesto, la ignorancia.

Sucede que, en la actualidad, la cruda realidad no sólo no apoya esas convicciones idealistas de mi juventud, sino que las aplasta despiadadamente. Se están volviendo a utilizar los espacios educativos como lugares de adoctrinamiento e imposición de falsas creencias en nombre de una mal llamada diversidad.

Lo sé no sólo porque soy madre de tres criaturas que hacen uso de la educación pública en los niveles de primaria y ESO, sino también porque yo misma, después de casi 20 años, he vuelto a la universidad a estudiar Pedagogía por aquella cosa de perseguir mi vocación sin importarme nada más. Al fin y al cabo, seguirán retrasando la edad de jubilación hasta que nos muramos con las botas puestas, así que tengo claro que las mías serán las de pedagoga.

Hace un par de semanas tuve los exámenes finales y en una de las asignaturas llamada Pedagogía Diferencial saqué un 10 en el examen. Esto no tendría ninguna relevancia, más que la propia satisfacción personal, si no fuera porque en una de las preguntas traté un tema muy de actualidad y muy controvertido a la vez; la diversidad afectivo-sexual y su tratamiento en las aulas. Al leer el manual de la asignatura donde se trabaja este tema, te das cuenta de cómo la teoría queer lo ha invadido todo, hasta la Facultad de Educación de una universidad pública. Resulta que ahora hay que repensar los conceptos de sexo y género desde un enfoque de diversidad biológica. Los autores proponen que no nos anclemos en nociones rígidas y poco recomendables para desarrollar las diferentes acciones educativas. Defienden que la diversidad sexual no es dicotómica y que existe una concepción emergente de la diversidad biológico-sexual que va más allá de lo binario, reconociendo una variedad de estados “intersexuales”, un contínuum de estados sexuales diversos. También integra sin tapujos el neolenguaje del activismo queer reconceptualizando los términos y añadiendo otros nuevos como cisgénero o trans, a secas.

En definitiva, ven todo esto como una oportunidad pedagógica para transitar a modelos de convivencia inclusivos de la diversidad afectivo-sexual y aportan al final del capítulo una serie de materiales de asociaciones como Chrysallis o Fundación Daniela.

Lo que no aparece en el libro es el uso del concepto de género como perpetuación cruel de comportamientos sexistas, antiguos y desfasados; de los roles esclavos que potencia y la incomprensión y sufrimiento de los que los padecen, conectando irremediablemente el género con el cuerpo y su posterior rechazo en cada vez más personas de todas las edades. Tampoco dice en el libro que no es lo mismo hablar de transexualidad que de transgenerismo y que este último lo está invadiendo todo: espacios educativos, culturales, redes sociales y medios de comunicación. Tampoco cuenta que los espacios seguros para las mujeres y las niñas están desapareciendo, que cada vez hay más agresiones y acoso por defender a las mujeres, que la misoginia en la comunidad queer se equipara, si no supera, a la del patriarcado.

Para luchar contra la discriminación es muy importante definir y conceptualizar de manera apropiada qué es el sexo, como parámetro objetivo y material. El sexo es el criterio en el cual se basan las políticas cuyo objetivo es eliminar discriminaciones, como la ley de violencia machista; también las numerosas estadísticas que hay basadas en él o el factor que hay que tener en cuenta para la participación en deportes femeninos. ¿Qué ocurre si cualquiera con una mera declaración puede cambiar su sexo en el registro? Pues que se distorsionan los derechos de las mujeres y de la infancia, además de los derechos de los propios transexuales.

Intentar adoctrinar en las aulas con estereotipos de género, hablar de cerebros rosas y azules, juegos de niñas y de niños, la no admisión de opiniones diferentes, la normalización de la violencia hacia las niñas, la sexualización de sus cuerpos, la permisividad de los comportamientos machistas, el hecho de no utilizar un lenguaje inclusivo y promover el neolenguaje queer, son formas de discriminación que se dan en las escuelas y en las familias a día de hoy.

Estamos hablando de niñas y niños pequeños que no entienden la conceptualización de los términos como sexo o género, que aún no se dejan llevar por los estereotipos sexistas, que no han explorado todavía su sexualidad, que igualmente se están descubriendo a sí mismos. Hablamos de una infancia libre del género que no tenemos derecho a pisotear.

Como adultos, como sociedad, debemos garantizar su protección física y psicológica, su desarrollo adecuado, salvaguardar su salud y su integridad. Protegerles de las obcecaciones y presiones de algunas familias y escuelas. De las religiones, de las doctrinas.

La educación no lo arregla todo. Para que eso suceda tiene que haber intención y acción educativa. Hagamos de las escuelas lugares libres de género, de violencia y de religión. Eduquemos en igualdad, eduquemos en feminismo.

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