La izquierda censora

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Lidia Falcón, Presidenta del Partido Feminista de España.

Charo Carracedo, militante del abolicionismo de la prostitución durante décadas, y creadora de la PAP, Plataforma por la Abolición de la Prostitución, me ha dicho que no quiere participar en un debate conmigo por el artículo que publiqué en esta página, titulado Las prostitutas ya pueden sindicarse. No le ha gustado que dijera que “resulta sorprendente que la PAP considere que el hecho de que el fallo no reconozca la prostitución por cuenta ajena “avala que no se trata de un trabajo”, cuando el TS se refiere a las prostitutas como trabajadoras sexuales y precisamente por esta condición es por lo que les permite sindicarse.” Como se ve un párrafo insultante. Al parecer ha considerado una herejía imperdonable que no le pidiera permiso para emitir esta opinión.

Al Partido Feminista de España le han excluido de Izquierda Unida por no estar de acuerdo con la Ley Trans, a instancias de una organización llamada ALEAS que se ha instalado allí. A mí me han prohibido seguir colaborando con Público.es porque no están de acuerdo con mis opiniones, nos han cerrado los Twitters del Partido Feminista de España y de Cataluña y el mío propio. Y la Federación Trans, la Consejería de Asuntos Sociales de la Generalitat de Cataluña y el Observatorio Homosexual de Cataluña me han denunciado a la Fiscalía del Odio.

Hemos en entrado en una extraña etapa del desarrollo social de nuestro país en que ya no me persigue la derecha sino la izquierda. O supuesta izquierda. Durante más de 40 años me batí contra la opresión y la persecución fascista. El derecho a la libertad de expresión estaba en cabecera de las reclamaciones que desde los sectores demócratas exigíamos a un régimen represor que llegaba hasta el crimen. No la obtuvimos inmediatamente que se murió el dictador, quien lo crea por la propaganda posterior que se ha hecho de la “idílica” Transición, se está equivocando. Entre 1975 y 1981 sufrí cuatro procesos judiciales por mis artículos. Todavía en 1981 me procesó el Tribunal Militar de la Capitanía de Barcelona por un artículo en Interviú sobre el Golpe Militar del 23 de febrero de aquel año. Pero ya después creí conjurada para siempre la persecución por mis opiniones.

Es ahora cuando algunos sectores del feminismo, además del lobby Trans, que desde luego no puede insertarse en el feminismo, cree que tienen derecho a censurar, agria y a veces calumniosamente, lo que escribo o las actividades que organizo. Algunas, como Charo Carracedo, se creen las papisas del MF, cuyas opiniones y consignas hay que aceptar sumisamente, con el contento de sus aduladores, y si alguien como yo se atreve a poner en duda lo acertado de sus declaraciones ha de ser excomulgado y enviado a las tinieblas exteriores. Así me ha sucedido con otras activistas, que nos conocemos de toda la vida, y que parecen irritarles más mis artículos y conferencias que los de otras personajes de la derecha, a las que nunca critican. Algunas que se creen que ellas han elaborado el dogma feminista, me insultan en las RRSS e incluso escriben a los medios para que no me publiquen los artículos.

Hace unos meses 150 intelectuales estadounidenses, encabezados por Noam Chomsky, firmaron un manifiesto contra la censura que está ejerciendo la izquierda en EEUU contra todo aquel que se atreve a escribir, a opinar o a actuar en un sentido que no les gusta, con resultados ciertamente indeseables como que se despidiera a un periodista del New York Times por haberle hecho una entrevista a un congresista del partido republicano. Es un documento, que animo a leer a quien no lo conozca, muy desvelador de la conducta actual de unos sectores sociales y políticos que no sé cómo calificar con precisión, ya que nunca deberían encardinarse en la izquierda. Esa izquierda que hemos construido con sangre, sudor y lágrimas durante varios siglos, oponiéndonos a los dogmas y la persecución de quienes dirigían la opinión pública, ahora tanto de la izquierda como de la derecha, creyendo, ingenuamente, que concluida la dictadura florecerían en nuestro país los debates y las discusiones ideológicas, conoceríamos opiniones fundamentadas de unas y otras tendencias, y de esa riqueza intelectual tanto la sociedad como la política y el feminismo se enriquecerían.

Se repite como un mantra que hay que debatir los temas para intentar llegar a acuerdos y consensos en los asuntos fundamentales de la política actual, pero en realidad muy pocos y pocas lo creen, aunque lo proclamen. Porque lo que desean esos sectores que se atribuyen ser progresistas y feministas es enmudecer y perseguir a todo aquel que no se arrodille ante su magistratura.

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