La Purga

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Cada cierto tiempo se hace una nueva entrega cinematográfica de «La Purga», una distopía en la que, como elemento de control de la población, durante una noche, cualquier delito es legal. Por supuesto, hay ciertas clases sociales que son intocables, y otras, pobres y gente sin hogar, son presa fácil para los «purgadores». Aparte de marcar posibles víctimas y plazo de ejecución, hay un límite en los medios a utilizar, no se pueden usar explosivos, por ejemplo, ni armas de destrucción masiva. Todo muy “civilizado” y muy ordenado.

Es aterrador pensar que cualquiera puede venir a nuestro hogar y asesinarnos o violarnos sin que le pase nada. Que nos pueden hacer cualquier daño y que van a salir impunes porque durante unas horas cualquier crimen está permitido. No es el tipo de cine que suelo ver, pero entiendo que hay gente que disfruta viendo ficción de ese estilo.

Es divertido -o entretenido- porque es una ficción, porque sabemos que el delito suele ser castigado, condenado, porque no hay carta blanca para hacernos daño.

¿En serio? No.

Hay una parte de la humanidad que lleva siglos viendo cómo casi todos los delitos perpetrados contra ellas son su culpa o quedan impunes: las niñas y las mujeres.

Campañas como @50millionmissin de Rita Banerji, fotógrafa, escritora y activista que te asoma al abismo documentando un genocidio. Y ahí vislumbras el horror: una purga de mujeres desde antes de nacer, que sigue cuando vienen a este mundo, que se perpetúa mediante la violencia sexual, que se culmina cuando no pagan la dote, que desgarra cuando la familia la obliga a abortar porque lleva dentro otra niña. Son 68 millones de víctimas, de desaparecidas, en tres generaciones sólo en India.

El vértigo cuando ves las cifras de desequilibrio entre hombres y mujeres en China. Cuando lees cuántas asesinadas hay en el mundo cada día, a qué edad las casan, porque sale más barato arreglar un matrimonio cuanto más jóvenes son, porque es una boca que no pueden seguir alimentando o porque las venden. Cuántas mujeres y niñas son secuestradas cada hora para ser violadas o abusadas, a veces grabadas, desaparecidas, asesinadas.

Y lees que en Brasil recién acaban de decidir los jueces que el adulterio no es una justificación válida para asesinar a tu mujer y no puede ser admitida como eximente. Porque hasta ahora, ocurría como en España hace unas décadas, “la maté porque era mía”.

Existen las purgas, existen los delitos sin castigo, porque la culpa es siempre de la víctima cuando la víctima es una mujer.

Sarah Everard fue secuestrada y asesinada en Londres por un policía en activo. Compañero de los que recomendaron a sus vecinas tener cuidado, no salir, no manifestarse. 118 feminicidios sólo en 2020 en Reino Unido. Hace menos de una semana la policía inglesa escoltó pacíficamente una celebración de hooligans. Pero adivinad dónde sí empleó la violencia para desalojar. Sí, en una vigilia de flores y dolor para llorar por Sarah. Adivinad a quién expulsaron del espacio público. A las de siempre, a las mujeres. Por señalar con el dedo y poner la vergüenza del lado correcto. ¿Adivináis a quien insultaron en las redes sociales por preguntar si el dinero donado a una campaña de crowdfunding abierta por esta causa se iba destinar exclusivamente a mujeres? Pues sí, insultaron a las mujeres que preguntaron. Y no, ese dinero recaudado no se va a destinar exclusivamente a medidas de protección de las mujeres.

Recientemente en nuestro país, militantes de dos partidos políticos “de izquierdas” sacaron sendas recogidas de firmas para seguir una agenda feminista, para abrir debates pendientes sobre la abolición de la prostitución y la Ley Trans que se pretende aprobar, entre otras cuestiones. Adivinad a quién están obligando a retractarse, a quién están despidiendo, a quién le están retirando la confianza. Correcto, a las mujeres, por defender el feminismo. Pero bueno, son “cosas de mujeres” y el 8 de marzo ya pasó. Qué nos habremos creído nosotras, pedir agenda feminista en este siglo. Pedir debate y democracia, qué atrevimiento.

Nos han purgado del espacio político, nuestras manifestaciones y protestas han sido las únicas en ser criminalizadas, en ser prohibidas. Nosotras, que no hemos roto nunca nada, que no hemos golpeado a nadie, ahora hacemos una pintada y somos terroristas. Sobramos por nuestro sexo, por nuestra voz, por levantarnos, por no seguir la norma, por decir no. Nos tapan la boca con un velo infinito. Nos matan con cada promesa incumplida, con cada día que no se hace nada por salvar una vida.

Porque los delitos que se han cometido y se siguen cometiendo contra nosotras son costumbre: es costumbre el feminicidio, el infanticidio, el aborto selectivo, la violación correctiva, la violación marital, la mutilación, el crimen de honor, el abuso, la prostitución, la discriminación sexual en la familia, en los estudios, en el trabajo, en la justicia, porque la culpa es nuestra, por nacer mujeres. Es una purga constante, sin plazos, sin tregua, que te golpea todos los días.

Son atrocidades sin castigo, titulares de marzo para lavar conciencias.

Es una purga que está llegando a cuestionar nuestra existencia. Que nos dice que no es para tanto, que hay que ceder el espacio y compartir ese rincón seguro. Como ha afirmado la Universidad de Bristol, que los que se sienten mujeres también tienen que entrar en una sociedad estudiantil feminista. Cuando se argumenta que es un espacio para hablar con privacidad de temas como la violencia masculina, inhabilitan a la presidenta, Raquel Rosario Sánchez, y sancionan a la sociedad Women Talk Back! (el nombre no debía ser suficientemente claro).

¿Nadie se cuestiona en base a qué se fundamenta la seguridad de esos espacios? Ni para qué existen, por supuesto. Los espacios masculinos han existido para excluir, para recordarnos que nosotras no éramos dignas de entrar en la cultura, la política, las academias de ciencias. Los nuestros son para evitar que nos manden callar, que nos maltraten o nos desprecien.

Nosotras no ejercemos la violencia, porque así nos han educado. ¿Educar al agresor? Para qué, si ya se ha educado a las mujeres para que asuman la culpa de su propia purga.

Y si decimos que no, nos echarán de nuestros trabajos, de nuestras asociaciones feministas, de los partidos políticos, de los medios. Porque en la censura, en el insulto, en la infamia, contra nosotras hay carta blanca.

Es una purga que nos expulsa al vacío, que busca borrar por completo la palabra que nos define y hasta nuestro significado debe ser compartido.

Y es aquí, en este punto, donde nosotras debemos tomar conciencia plena de lo solas que estamos, de que nadie nos defiende, de que es costumbre atentar contra nosotras, de lo normal que es que digáis una y otra vez que no valemos nada, para acto seguido ponernos un precio.

La lista de las violencias que nos golpean la tenemos muy estudiada, y nos llama la atención el empeño en silenciarnos, cada vez mayor, y esas excusas cada vez más variadas y peregrinas. Que se sume ahora que en nombre de los Derechos Humanos, del libre desarrollo individual, chantaje emocional mediante, intenten imponernos que los deseos de los que nos purgan son más respetables y más urgentes que lo que llevamos sufriendo milenios, es un giro de guión que podría sorprender si nos pillara en otro momento de la historia, pero ahora no. Os recordamos que llevamos siglos construyendo nuestra mitad en el mundo y, sinceramente, estamos muy hartas de vivir entre el terror y el drama.

1 COMENTARIO

  1. Un artículo estupendo, no lo que denuncia, que es una vergüenza mundial.
    Ahí tenemos a la ministra que nos dice que un señor se pone una falda y se pinta los labios y ya ha sufrido más que todas las mujeres juntas. Que les negamos los derechos humanos siendo incluso más mujeres que las biológicamente mujeres. Irene debería irse para su casa.

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