Mimunt Hamido Yahia
La vi un día en una asamblea de Podemos. Era toda pasión y hambre de feminismo. Pensé: Demasiado joven, pero ¡coño! Se expresa bien. Esta y su generación son las que conseguirán todo por lo que nosotras hemos luchado tan ferozmente. Y la nombraron ministra por la gracia de… no sabemos qué. Una cosa es repetir consignas en una asamblea y otra muy distinta ser ministra de Igualdad.
El primer mal olor llegó con los programas televisivos de su pareja donde decía alguna que otra barbaridad perdonable. Disculpar a los tuyos es de primero de disciplina de partido, y aunque nunca milité en Podemos, era por aquel entonces mi partido. Ya sé, ya sé… no se puede juzgar a nadie por lo que hace o dice la persona con la que se comparte relación sentimental, pero esto no era solo una relación sentimental, era un tándem político. Se vendía como se venden en los supermercados los paquetes de yogur. Este pack no era multisabores como yo pensaba, era natural y edulcorado. ¿Cómo iba yo a saberlo?
Luego llegó lo de los niños y el chalet y pensé: ¡Coño con la casta! Me hizo recordar a un noviete que tuve, que fantaseaba con nuestro futuro rodeados de niños y perros en un chalet en las afueras. Hui de él como de la peste. Pero como con esto la derecha tuvo su carnaza servida en bandeja de plata, ¿qué podía hacer yo sino callar? Intentar bandear la situación como pude e ignorar los miles de insultos que el pack recibía. Mi ideología no me permitía defender el nuevo estatus social, económico y geográfico de la pareja anticasta del decenio, pero tampoco podía unirme a la derecha en su crítica feroz. Callé.
Llegaron los escándalos, que si dinero de Irán, que si el macho alfa, que si quítate tu que me pongo yo, que si líneas rojas… otra vez a votar que no me junto contigo… Y Mariano Rajoy fue presidente por la gracia de PSOE y Podemos. Aquí empecé a plantarme, porque no estaba yo para cachondeos. Trabajando una media de 10 horas diarias, sin cobrar horas extras, con solo un día libre de descanso y teniendo vacaciones “cuando se podía” no estaba yo para que me tomaran el pelo durante mucho más tiempo (quejas de la clase obrera, ¡que tontería!). Como mora española y rifeña activista feminista y luchando por los derechos de las mujeres anulados por nuestro patriarcado religioso islamista.
Inocente de mí, me ilusioné (con reservas porque ya andaba escaldada) cuando Podemos llegó al poder. El pack había ascendido, ya tenían la vicepresidencia y el Ministerio de Igualdad. ¿Cómo no iba a hacernos caso por fin la ministra? Y más cuando su graciosa majestad telefónica, Dina Bousselham, nos convenció para redactar un manifiesto que ella misma entregaría a la ministra. Nos traicionó por supuesto; en aquel tiempo ella aún no tenía su panfleto podemita y trabajaba codo con codo con el pack, pero desgraciadamente la pobre nunca tuvo oportunidad de entregarle el manifiesto a la ministra, digo yo que hubiese sido más productivo mandárselo por whatsapp que en un pdf. Así el vicepresidente al menos le hubiera echado una ojeada. Nos puso mil excusas y de repente la vimos convertida en directora de un panfleto más propio de la derecha más rancia que de ese partido que surgió de las entrañas del 15M.
Esta soy yo, una feminista española y mora. Una “minoría” ninguneada como todas mis compañeras por los que una vez consideramos “los nuestros”.
La ministra tiene ahora cosas muy importantes de las que ocuparse. Asiste a entregas de premios donde se premia la misoginia, donde ella misma aplaude que se insulte y acose a esas feministas que como yo, un día confiaron y votaron a ese traicionero partido. Aplaude el escarnio, el insulto a las mujeres por parte de COGAM, un organismo que en tiempos fue defensor de los derechos de los homosexuales pero se ha convertido en un lobby conocido por su misoginia y por su adhesión a la regulación del alquiler del vientre de las mujeres. Anda muy ocupada mostrándonos a las demás mujeres cómo una madre puede llevarse a su bebé al trabajo (mis compañeras de hostelería tenían que sacarse la leche a las 6 de la mañana y dejarla congelada, ¡que sabrá ella de las miserias de una obrera!) Anda ocupada recibiendo a hombres que se sienten mujeres porque no tiene ovarios para enfrentar a las mujeres. Mujeres que le harían ruborizarse y llorar, pero de verdad, al enfrentarla a la traición constante a la que ella nos somete. Mujeres que la enfrentarían a una realidad muy lejos de las bambalinas de Vanity o el Hola.
Las feministas hemos dicho ¡basta! Pedimos su dimisión. ¿Qué hace ella? ¿Contestar? ¿Dar alguna explicación? ¿Apaciguar los ánimos? ¿Pedir disculpas? ¡No! La princesa nos manda a sus perritos fieles, ladran sin cesar porque es su única defensa. Son ladridos lastimeros, como cuando sin querer le pisas la colita a un chihuahua y se revuelve.
Hoy el autoproclamado bufón Juan Carlos Monedero, agitando los cascabeles que adornan su delicada cabecita, ha tenido a bien dedicarnos estas palabras: “Los ataques a Irene Montero son coletazos del país que cortó el pelo a las mujeres de los mineros en huelga, que dejó en la cárcel en la amnistía del 77 a las mujeres, que quiso tumbar al gobierno por el matrimonio homosexual. Que fusiló a Lorca por rojo y maricón”
A las mujeres nos culpan de todo. Desde comernos a una manzana, a que excitamos y provocamos que nos violen si enseñamos nuestro pelo. ¿Por qué nos vamos a extrañar de que nos acusen de haber matado a Lorca?
Ánimo compañeras.