Del «Yes We Can» al auge del fascismo: la izquierda entre los cascotes de la globalización

0

Llevábamos años hablando de momentos históricos (prácticamente desde la crisis financiera de 2008), y el verdadero momento histórico llegó en forma de pandemia mundial a comienzos de 2020. O mejor dicho, quizá ha sido esa pandemia la que haya hecho que se agudicen aún más todas las contradicciones abiertas por la globalización neoliberal desde la caída de la Unión Soviética. Podríamos decir que los cascotes de la globalización han caído sobre Occidente en forma de crisis económica, de crisis social, de crisis institucional, de crisis moral, y por tanto también en nuevas formas de fascismo. Un fascismo que ya está presente en las instituciones de prácticamente todos los países de Occidente, como España. Pero sobre todo, cuyo discurso está calando entre la clase trabajadora y las capas populares.

El 3 de noviembre de este año, Donald Trump perdía las elecciones en Estados Unidos y algunos nos trataban de convencer de que muerto el perro se acabó la rabia. Que con Trump fuera de la Casa Blanca la ultraderecha y el fascismo perderían su referencia y por tanto comenzarían a retroceder. Pero ningún análisis puede ser menos materialista que ese. Pensar que va a retroceder el fascismo sin que hayan desaparecido las condiciones materiales que lo han hecho volver, sin que haya sido desarmado física, organizativa e ideológicamente, sería el mayor error que podríamos cometer.

La crisis financiera de 2008 coincidió con otro hito importante:  la llegada al poder de Barack Obama. El primer presidente negro de la historia de EEUU llegaba a la Casa Blanca con su impecable campaña del YES WE CAN (SI PODEMOS), y aparecía ante Occidente como el gran referente político, ideológico, y casi mesiánico. Hasta el punto de que en 2009 recibió el Premio Nobel de la Paz, no se sabe muy bien por qué, quizá para tapar las guerras que desataría, sus intervenciones militares, los golpes de estado, o el apoyo a los terroristas islámicos del norte de África.

Siria, Libia, Ucrania… o las históricas intervenciones (aunque con métodos distintos) contra los gobiernos revolucionarios y populares de América Latina.

Obama (o mejor dicho a quienes representaba), trató de salvar a la globalización de su crisis definitiva a través de la guerra, abriendo nuevos mercados sobre la sangre de los pueblos a base de bombas, misiles o actos de terrorismo. Y en todo occidente, parte de la progresía se dedicaba a aplaudir, a seguir el ejemplo, el mensaje, las formas. No pocos “compañeros” de viaje de la izquierda española acabaron apoyando todas esas intervenciones criminales de Obama; los mismos que unos pocos años antes habían salido a la calle con nosotros gritando NO A LA GUERRA en Iraq, ahora apoyaban intervenciones en Libia, en Siria, o incluso en golpe de Estado en Ucrania. El error que cometió Bush fue hacerse la foto de las Azores. Obama aprendió: no se hizo fotos.

La política económica de Obama liderando a Occidente estuvo dirigida, en lo económico, a tratar de salvar el neoliberalismo con un barniz progresista, y en el ámbito internacional, a romper todas las resistencias que se le pusieran por delante.

Y eso significó varias cosas:

  • Por un lado la tragedia de la clase trabajadora desde la caída de la Unión Soviética se aceleró. La clase trabajadora no solo estaba soportando los mayores golpes de la crisis (paro, desahucios, recortes, etc), sino que las políticas seguían dirigidas a la desindustrialización y la deslocalización de la producción.
  • Por otro lado, si en un primer momento tras el estallido de la crisis la izquierda mundial respondió con un incremento de la movilización y la organización, el germen del YES WE CAN mundial y germinó y supuso un debilitamiento organizativo e ideológico de la izquierda, donde su discurso tenía como altavoces a no pocos tontos útiles de turno.
  • En tercer lugar, las guerras suponen siempre éxodos masivos de millones de personas huyendo de las bombas, Y eso es exactamente lo que ha sucedido desde el norte de África a Europa, con especial intensidad en la última década.
  • Y en cuarto lugar, con la izquierda desarmada ideológicamente, la clase trabajadora y las capas populares extenuadas, y con millones de personas personas migrantes y refugiados llegando para poder sobrevivir, y  por supuesto, con la especial sensibilidad de una sociedad en crisis para recibir mensajes simples y soluciones sencillas, lo que tenía el terreno bien abonado: el auge del fascismo en todo el mundo que dió en 2016 con Trump en la Casa Blanca.

Nadie puede negar que estos 4 años la presencia de alguien como Trump en la Presidencia de EEUU ha dado alas y esperanza a todos los movimientos ultras de todo el mundo. Vieron que era posible llegar al poder si se había conseguido en el país más poderoso de la tierra.

Estos años la política interna de Trump ha estado dirigida a consolidarse ante la mitad de la sociedad estadounidense con un discurso ultranacionalista, xenófobo, chovinista y misógino, cosa que no ha podido lograr manteniéndose en el poder, aunque sin olvidar que sumó unos cuantos millones de votos más que hace cuatro años. Y en el ámbito internacional se ha dedicado a ladrar mucho y morder poco en lo militar, aunque sí a dinamitar en lo posible los espacios y las instituciones internacionales. Y vaya si lo ha conseguido.

Este 2020 la pandemia nos ha traído ese un nuevo elemento, que como decía, ha hecho que se agudicen aún más las contradicciones y las tensiones internacionales.

Sin embargo, hay una última clave que no he mencionado y que es trascendental: la emergencia de China como potencia económica pero sobre todo como país que está poniéndose a la vanguardia de la ciencia y la tecnología en el mundo. La guerra del 5G no ha tenido otro propósito que la de frenar a China en un campo vital para el futuro del mundo. Como en otros campos.

Y frenar a China con Trump era complicado, ya que sus políticas sólo estaban aislando a EEUU en el mundo, mientras la República Popular China ganaba influencia (no a través de las bombas como suele hacer EEUU), sino a través de la planificación económica, del comercio internacional y de su política de no injerencia.

La derrota de Trump fue positiva, desde luego. Un fascista menos al frente de un país. Pero no nos equivoquemos, no hay nada que celebrar con la victoria de Biden.

Ninguna de las razones por las que el fascismo amenaza las sociedades entre ellas la nuestra, ha desaparecido, sino todo lo contrario.

Por tanto la izquierda debe estar a la altura, desde luego, como solemos decir. Pero esto va mucho más allá de cuestiones tácticas, institucionales o electorales. El problema es mucho más profundo. Se trata de una cuestión estratégica. La cuestión es si vamos a poder librarnos del cáncer neoliberal disfrazado de progresismo, y del idealismo antimaterialista que está instalado en la izquierda de occidente, y también en la izquierda española. Esa que se ilusionó con la victoria de Biden y Kamala Harris, rememorando “los buenos tiempos de Obama.” De no hacerlo, nuestro papel quedará relegado al de espectadores y víctimas, si no al de meros cómplices.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.