El Género en la Fatiga Pandémica

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El debilitamiento de ser fuertes demasiado tiempo

En estos tiempos en los que a las trabajadoras nos obligan a elegir entre una falsa dicotomía, cuidar la salud física o la economía, la salud mental sigue siendo la perjudicada más olvidada.

Podría referirme a la vergonzosa carencia de especialistas en el Sistema Nacional de Salud; en España, hay un ratio de 6 profesionales por cada 100.000 habitantes, 3 veces menor que la media europea; pero me refiero a nosotras mismas. Me parece preocupante la indiferencia con la que tratamos nuestra propia salud mental.

“Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra.”

Simone de Beauvoir

En las últimas décadas, las trabajadoras hemos asumido el estrés, la enfermedad del Siglo XXI según los expertos, como parte «natural» de nuestra vida. Lo habitual, se convierte en normal, siendo en realidad enfermedad. Las largas jornadas de trabajo, la precarización laboral, la incertidumbre de la temporalidad, estresan; sí la jornada no se acaba nunca, fuera y dentro de casa, el estrés es aún mayor; pero la ansiedad que produce la falta de trabajo, o de recursos suficientes a pesar de tenerlo, supera a ambas situaciones. Y más aún, si hay menores. Esta última era la situación de una de cada cuatro familias en España ya en marzo, antes de la aparición del coronavirus y su crisis.

Ocho meses han pasado ya desde que la OMS declarara la pandemia mundial por coronavirus. Doscientos cuarenta días conviviendo con la muerte que deja a nuestro alrededor. Cinco mil setecientas sesenta horas viviendo con miedo. Miedo a perder la salud. O la vida. O un ser querido. Miedo a perder el trabajo. O la casa, por no poder pagar. A estas alturas de pandemia, aunque parezca tabú hablar de ello, miedo a «perder la cabeza».

No me preocuparía tanto si al perder la cabeza perdiésemos el miedo y nos convirtiéramos en revolucionarias. Pero este sistema consumista está diseñado para que nos sintamos culpables del fracaso al que la falta de oportunidades nos condenan. Y lo que nos volvemos, es depresivas. En España se suicida una persona cada dos horas y media, diez cada día.

La OMS ha llamado fatiga pandémica al deterioro de nuestra salud mental provocado por la pandemia. Pero no ha dicho nada de la «fatiga paupérrima» que arrastrábamos de antes. Ni del efecto que tendrá sufrir ambas a la vez.

Cada vez menos personas nos libramos de sufrir estrés. Y como el colesterol, se va acumulando silenciosamente hasta que empezamos a mostrar síntomas. Tanto el colesterol como el estrés, a la larga nos pueden matar de un infarto. Cualquier médico bajará las grasas saturadas en tu dieta sí tienes el colesterol alto; pero ninguna te dará una solución si lo que tienes alto es el estrés; porque no la tiene, no está en sus manos, por ejemplo, derogar la reforma laboral. Como mucho te dará unas pastillas para sobrellevarlo mejor, para paliar la ansiedad que la precariedad y la pobreza cronifican.

Para colmo, está el estigma que acompaña a cualquier trastorno o enfermedad mental. Esto deriva en el aislamiento de quien la sufre, lo que no hace más que agravar su situación. Tendemos a interpretar la depresión como una muestra de debilidad mental. Pero en realidad, es señal de que esa persona ha tenido que ser extraordinariamente fuerte, durante demasiado tiempo. Sabiendo esto, no debe extrañarnos que las mujeres seamos más propensas a sufrir depresiones y ansiedad.

A excepción de la salud reproductiva (embarazos, abortos…) no existen diferencias biológicas que expliquen una mayor probabilidad de las mujeres a sufrir estas enfermedades. La explicación a esto no la encontramos en el sexo, sino en el género, esa construcción simbólica que atribuye diferentes características a ambos sexos, creando una identidad subjetiva femenina y masculina, que nos llevan a relaciones de desigualdad. La injusta distribución del poder y los recursos entre hombres y mujeres, y la subordinación que las mujeres naturalizamos a través del género, como vemos, es una amenaza también para nuestra salud mental.

Y lo peor, es que estamos solas en esta lucha. El más vil ataque viene de quien debería liderar nuestra defensa: Irene Montero y su propuesta de ley trans. Una Ministra de Igualdad que se dice feminista y psicóloga, pero dirige la ofensiva para deconstruir las categorías sexuales que hacen posible un análisis correcto de la desigualdad, también en el campo de la psicología.

Y sin diagnóstico adecuado, no hay cura. Ni para la depresión, ni para el machismo.

Todo lo anterior confirma la importancia de la investigación con perspectiva de género, lo que otra vez deja en claro que el género, como constructo social, y el sexo, como constructo biológico, son términos distintos, no intercambiables. La literatura científica, particularmente en campos como la psiquiatría y otras disciplinas médicas, así como la psicología, con frecuencia los confunden y utilizan de manera intercambiable.

Luciana Ramos-Lira, ¿Por qué hablar de género y salud mental?
Salud Ment vol.37 no.4 México jul./ago. 2014

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