Homo Sapiens ¿Sapiens?

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Bernat Carrió Alepuz, Abogado

Es curioso pero sin haberlo solicitado no dejo de recibir bulos, noticias falsas, memes con eslóganes de odio o con desinformaciones y demás expresiones de lo peor de nuestra especie. Donde en lugar de construir parece que la destrucción es el fin primordial. Tan es así que esto se ha convertido en una suerte de acoso tóxico que llega por tierra mar y aire del que es difícil escapar.

Sin ir más lejos mi propio grupo de amigos es un triste ejemplo más de ello, pues llevo tiempo recibiendo de ellos prácticamente la misma basura informativa, noticias explicadas hace años, vídeos con bulos en los que su simple visionado basta para comprobar su falsedad, el rigor brilla por su ausencia y observo preocupado como triunfa la basura, casualmente siempre orientada a la misma dirección aunque si fuera en el sentido contrario tendríamos que decir lo mismo. En definitiva no nos hemos librado de esa toxicidad y no creo que mi grupo de amigos sea muy diferente a los demás grupos de amigos ni, por tanto, al resto de la sociedad. Esto me inspira muchos interrogantes que voy a intentar desgranar sin extenderme.

Uno piensa en todo ello y lo primero que alberga quizá sea una o alguna de las siguientes ideas: «si no hubiera intereses políticos obsesionados en sacar provecho, no circularía todo esto» o, «si no hubiera periodistas sicarios de determinadas ideologías tampoco pasaría todo esto» incluso, «ojalá tuviéramos una oposición como la portuguesa o la alemana, donde parece que las dificultades han unido a sus dirigentes» o «si la fiscalía actuase rápido, esos bulos, esas desinformaciones no sucederían». Pero ninguna de esas primeras ideas es efectiva ni incluso deseable, es algo así como pedir que no llueva porque no quiero mojarme y olvidarte que puedes salir a la calle con un buen paraguas.

La solución que propongo es más sencilla y siempre la hemos tenido a mano solo hay que recordar lo que somos, como funciona nuestro cerebro, qué errores podemos cometer, de cuales aprender, ser mucho más rigurosos y exigentes, mantener a raya nuestra propia estupidez, saber qué intereses hay tras cada movimiento, en definitiva, ganarnos el «Sapiens Sapiens» de nuestra etiqueta como especie. Descartes llegó a la conclusión del «pienso luego existo» y la hemos hecho extensiva a todos nosotros sin asegurarnos antes de aplicarnos el pensar, de hecho creo que es un ejercicio de máxima soberbia autodenominarnos «Sapiens Sapiens» cuando no dejamos de comportarnos como estúpidos y de sufrir los problemas que creamos.

Está claro que el primer «sapiens» es el que nos distingue del resto de animales, este se puede traducir por «inteligente» y tiene un pase. Pero el segundo «sapiens», el que se debe traducir por «sabio» hay que ganárselo cada día y desde luego no lo hacemos. No nos lo ganamos desde luego siendo acríticos a cualquier noticia que se reciba cuando nos beneficia y propagándola como un zombi, siendo a la vez hipercríticos cuando la noticia nos es perjudicial.

Para Bertrand Russell el problema de nuestro tiempo era que mientras los necios estaban llenos de certezas, los sabios de dudas. Pero la duda es sana y valiosa, mil veces vale la pena más, antes que sacar conclusiones injustas, mantener en cuarentena una opinión hasta tener más elementos de juicio.

Sacar conclusiones equivocadas nos pasa a todos, a veces por falta de información o de formación, a veces por falta de confianza o por su exceso, otras veces por pereza y otras por prisa, pero caer y sobre todo mantenerse en los errores es reivindicar una estupidez que no debemos olvidar que siempre es impugnable. Pero la estupidez es también consustancial a todos nosotros. La clase política no es más que la proyección de nosotros como individuos, es decir que tenemos a los políticos que nos merecemos y no es peor el gremio de políticos que el de periodistas, mecánicos, abogados o cualquier otro aunque nos olvidamos siempre de ello.

La estupidez humana nos ha venido acompañando desde que habitábamos las cavernas, de hecho según los antropólogos tenemos el mismo cerebro que entonces y por ello debemos tener siempre presente encender antes la luz de la razón que exigir que no exista la oscuridad. 
Esta estupidez que nos acompaña nos ha hecho perderle el miedo al franquismo, al retroceso de derechos, nos paraliza ante la urgencia climática o nos deja inermes ante la manipulación mediática. Todo ello por poner algunos males de nuestro tiempo, que no son males en sí sino nuevamente consecuencias de nuestra estupidez social.

Nuestro cerebro funciona con sesgos de todo tipo, está estudiado que mantenemos creencias aún a sabiendas de su falsedad. O que somos tremendamente impermeables a la opinión que refuta nuestra creencia por muy fundada que esta sea, o que somos muy laxos para las «pruebas» que las refuerzan. Este funcionamiento de nuestro cerebro nunca debemos olvidarlo, funcionamos así, debemos tenerlo siempre presente para mantener a raya esa estupidez que convierte en madera seca, en serrín, si se me permite, las mentes de nuestra sociedad. Es el combustible perfecto para que la estupidez circule con todas sus consecuencias.

Esto no va de derechas ni de izquierdas, cada uno debemos exigir a todos el máximo rigor, a expertos, periodistas, políticos centrales, autonómicos y por encima de todo a nosotros mismos. Nadie debemos defender lo oportunista ni lo negligente, ni atacar lo comprensible y justificado. Quizá sí que sea urgente y necesaria una reforma de la ley electoral para que las listas sean abiertas, así podríamos seguir votando al partido que más nos representa pero dejando constancia de lo que no queremos.

Conviene recordar que vivimos en un mundo donde los problemas son globales y las soluciones o herramientas que tenemos son escasas y locales. Vivimos como decía Z. Bauman en un mundo líquido, donde en resumen todo se ha vuelto más precario y lábil. O como recuerda Chul-Han, vivimos en una sociedad en que cada uno se explota a sí mismo y es controlado por el Estado con la máxima eficiencia, donde se acumula mucho dato pero falta una interpretación. O como recuerdan entre otros Chomsky, los medios de comunicación pueden controlar la opinión pública a unos niveles que no es fácil tener siempre presente y que produce que nuestras opiniones sean inauténticas y que estemos manipulados creyendo como propias las opiniones que interesa a otros que tengamos. Innerarity nos recuerda muy acertadamente que vivimos en una sociedad con una infinitud de complejidades propias de estos tiempos de perplejidad en los que necesitamos relatos que unan hechos. El condicionante por tanto es que necesitamos intermediarios o mediadores en los que confiar para que unan los hechos. Por desgracia cada vez es menos rigurosa esa conexión de hechos y más burda pero triunfa lo mismo o más por que somos cada vez menos exigentes y ello va en detrimento de una sociedad más elevada y con instituciones y operadores democráticos solventes.

Paradójicamente vivimos en la sociedad del conocimiento y de la información pero ni estamos bien informados ni actuamos con conocimiento. Todo ello apunta que estamos ante unos tiempos muy delicados, llenos de amenazas globales y nos necesitamos a todos despiertos y con neuronas hiperconectadas en la cabeza en lugar del serrín incendiario que tanto abunda. De este modo, no circulará basura sino ideas y los políticos que nos representen serán mejores si estamos bien representados. ¿Acaso se podría imponer a un pueblo sabio unos gobernantes mediocres? Y es que emitimos mucha queja sobre los políticos sin hacer gran cosa para ser mejores nosotros mismos, y por tanto tenemos unos representantes concordantes con esa realidad.

También me gustaría por último recordar a Machado y su acertada frase de que en España de cada diez cabezas, una piensa y nueve embisten. Todos creemos ser esa cabeza pensante pero para evolucionar y mejorar debemos tener siempre presente que somos del grupo de esos nueve estúpidos. Tener siempre presente nuestra ignorancia y estupidez es la única forma de procurar ganarnos cada día ese segundo «Sapiens» y sólo haciendo esto seremos críticos, constructivos y sabios. Al final si cundieran esas prácticas acabaríamos siendo el mejor país del mundo, un ejemplo para el resto, pero no hay atajos.

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