Militar no es un general soviético

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Hubo un tiempo en el que el tesoro más grande que tenía la izquierda era su militancia. Trabajadores dispuestos a regalar parte de su tiempo libre, muchas veces más de la cuenta, para mantener las sedes, organizar reuniones periódicas y actos de interés, pegar carteles, formar a los nuevos militantes y a si mismos, echar un cable a los grupos municipales, ser pesados con su entorno (hasta la extenuación) con la necesidad de organizarse y, lo más importante, ser mucho más críticos con las cagadas de la propia organización que con las de los demás.

El militante de base no tiene aspiraciones políticas, es decir, ve la organización como un medio y no como un fin para promocionarse personalmente, vender libros o salir en la tele. El militante de base es el primero que pide la palabra en las reuniones para criticar al propio partido, no para parecer más listo ni mucho menos, para abrir el debate sobre lo que considera no se está haciendo bien.

El militante de base pasó a estar demodé con la llegada de los preparados del 15M y su alergia a la organización colectiva y su gusto por el individualismo. Y en esas, empezaron las consultas telemáticas a la militancia para ratificar los acuerdos a los que llegan unas cúpulas que ya ni se esfuerzan por parecer base. El militante convertido en fan, el dirigente en estrella del rock.

Os cuento todo esto porque hace unos años, cierto grupito de “dirigentes” de IU decidió prescindir de toda la militancia de Madrid con acusaciones infundadas, mentiras sin más, para unirse al partido de la ilusión. Ellos hablaban de participación, de que no hacíamos nada, de que habíamos abandonado la calle, de la soberanía de la militancia en las decisiones colectivas de la organización. Ellos que nunca pisaban una asamblea, ellos que no perdieron oportunidad en pasarse por el forro la decisión de los militantes de Madrid ciudad en referéndum para no ir con la panda de trepas desclasados de Ahora Madrid. Y aquí nadie es responsable de nada, ni habiendo acabado en la más grande de las irrelevancias.

Y ahora, solo hay que ver la escasa asistencia a las reuniones de las asambleas político-sociales, o cómo se llamen este mes, la nula capacidad de convocatoria, la pérdida de apoyos sociales y el abandono hastiado de la militancia más fiel. Las sedes se abren para presentar el libro del Álvaro Aguilera de turno o del hermano liberado de Garzón. Ya no hay debate, ya solo se repiensa y se llama a la reorganización de lo desorganizado como si siendo parte del problema pudieses ser solución de una puta mierda. Se llama a la responsabilidad mientras se desbroza y se culpa a los votantes de los malos resultados electorales.

La militancia tiene que volver a ser la piedra angular de cualquier proyecto de izquierdas que quiera ser medio serio. No podemos seguir haciendo política a golpe de letras de Los chikos del maíz, del youtuber con gafas de sol diciendo gilipolleces o del niñato pijo que presenta un libro en La sexta noche preguntándose por qué es comunista siendo un anticomunista de manual y tirando mierda contra su propio partido en primetime. De poco o nada sirve tocar pelo si no tienes una base social activa que te permita mantener los logros sociales que molestarán a la CEOE y a todos sus medios de comunicación afines. Prescindir de la militancia más allá de la cuota es el error más grave que está cometiendo la izquierda iluminada.

Responsables hay unos pocos, todos liberados como no, desde Carlos Sánchez Mato a Alberto Garzón pasando por Sira cuquieurodiputada y sin olvidar a todos los que jalearon con risas la desfederación madrileña. Todos. Todos locos por pillar, por no trabajar, por llamar la atención como la del mechón rojo. Todos ellos expulsaron, no sólo al militante de base, también a personas tan importantes como Marcos Ana. Todos ellos merecen ser enterrados en el basurero más grande de la historia reciente. Y por eso mismo la militancia se la suda.

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