Bueno, tú lo ves así.

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Ustedes saben cómo es esta situación: se toman unas cañas con ese amigo suyo de toda la vida. Ese que se colocó muy joven en un puesto en una cadena de almacenes, gana 1000 euros al mes tirando por lo alto y ya se ve como «clase media». Su querido colega es noble donde los haya, siempre les ha apoyado si lo han necesitado, no tolera ataques a los más débiles, pero tiene mucho miedo de que gane la «ultraizquierda», porque sería malo para su puesto de trabajo. Esta persona, seguramente, se sitúa en eso que se llama «derecha moderada», pero en ciertos casos alguna experiencia personal, del tipo de que se hayan metido con el inmigrante subsahariano que le servía copas en tal local, le ha hecho pasar a la izquierda, entendiendo como tal al PSOE.

Se enfada con el gobierno si se mete con las grandes fortunas, porque sus jefes se cobrarían en su sueldo lo que pagarían en tal impuesto o contribución. El discurso de VOX le parece extremo, pero joder, que no quiera que se criminalice a menores sin tutor tampoco quiere decir que haya que señalar a todo aquel que crea riqueza. Y por supuesto, el candidato que podría regular el precio del alquiler que paga, o mejorar la atención que recibe su madre para su diabetes en ese ambulatorio destartalado, con solo tres profesionales y lleno de habitaciones vacías, le provoca pesadillas porque una vez pronunció la palabra Venezuela. Comentan ustedes y su camarada en su encuentro que otra niña —ya mujer— de su antigua pandilla va a tener un segundo hijo y que está asustada de que en su trabajo se busquen alguna argucia legal para echarla. Y además saben que esta chica ha tenido problemas con el material escolar de su primer hijo. Su amigo rabia contra ese jefe, dice que esto tampoco tiene que ser la revolución, pero a veces le gustaría dar de hostias a quienes hacen más difícil la vida y el trabajo de sus semejantes. No, por supuesto, como el suyo: su patrón es uno como Dios manda, que aunque alguna vez le ha cambiado horarios sin previo aviso o encomendado funciones que no eran las suyas, se lo pagó en la cena de la empresa.

Ustedes dicen que esa fémina de la que hablaban debe recurrir a los sindicatos, informarse con tiempo de sus derechos, pero su interlocutor le responde que esos son unos paniaguados que sólo buscan mantener su chiringuito y que no los va a ayudar en ello. Que ellos se llevan los recursos que se tendrían que ponen en ese material escolar y en el ambulatorio antes citado. Que si el país se dejara en sus manos esto sería como Venezuela, que ha visto que huye todo el mundo del país. «Yo de lo que pasa en otros sitios no sabré, pero en Venezuela es todo horroroso, que me lo dijo el chaval ese que se ha comprado tres locales en mi calle después de huir de ahí», asegura…

Entonces en la televisión de plasma del local donde están comentan la situación de Bolivia. Por supuesto su amigo se alegra de que caiga un tirano amigo del gobierno del país sudamericano más demonizado en nuestros días:

—Iba a dar un golpe de estado —afirma su colega—, es lógico que lo depongan.

—¿Golpe de estado? ¡Que es a Evo Morales al que han obligado a dejar el poder con un pronunciamiento militar, y es a sus seguidores a los que están reprimiendo! —responde usted.

—Pues en la tele han dicho que hay evidencias de fraude.

—Según la OEA, que es tanto como decir el ministerio de asuntos coloniales de Estados Unidos.

—Siempre decís lo mismo cuando cae uno de vuestra cuerda. Yo no sé nada de esto, salvo que ese era amigo del gobierno de Venezuela, que mata de hambre a su población.

—Ese era el país Sudamericano de mayor crecimiento económico en los últimos años.

—Ya, y no dicen nada de eso, porque los americanos son muy malos, siempre la misma teoría conspiratoria.

Entonces usted, que conoce la historia de Hispanoamérica, le relata todos los golpes de estado de los EE.UU. en dicho subcontinente, le habla de su financiación a la brutal Contra de Nicaragua condenada en la Corte Internacional de Justicia de las Naciones Unidas, muestra todos los documentos desclasificados que prueban su intromisión en Guatemala en 1954, en Brasil en 1964, en Chile en 1973…

—Bueno, si tú lo ves así…—se fuerza a decir de mala gana su amigo.

Da igual que esté probado por investigadores de toda solvencia, que haya documentos que lo atestigüen, que todos los manuales de historia moderna lo reconozcan, incluso que en algún caso, como en la magnífica Missing de Costa Gavras de 1982, el cine no sistémico haya llevado esos sucesos a la pantalla, fuente inagotable de sabiduría según gran parte de la población sobre los hechos narrados conforme a la visión hegemónica, es su opinión, y ustedes lo ven así

¿A que es molesto?

Eso me pasa a mí con lo que he estudiado, pero he visto la misma impresión en médicos, abogados… Creo que es evidente que los poderes fácticos tienen un interés tremendo en reescribir la Historia, la Ciencia, el Arte, etc, a su modo. En algún momento, alguien nos ha inculcado que en aras de la sacrosanta «libertad» debemos respetar toda opinión y visión. Después de todo, cualquier tuercebotas está deseando que le den la razón. Así, de pronto nos encontramos que el dictamen del gritón pedroveriano de barra de bar sobre la erupción cutánea que padece alguno de nuestros conocidos es tan válida como la del dermatólogo mas experto, que en cualquier catástrofe todos saben lo que habría que hacer mejor que los bomberos, o que las enseñanzas sobre la guerra de Vietnam de uno que vio Apocalypse Now están en el mismo nivel que las del mejor especialista en Historia del siglo XX.

Esta concepción de la realidad cala porque de pronto un segmento nada despreciable de la población con la que no se contaba, encuentra su lugar en el paisaje. Los hechos probados e inamovibles han pasado a ser meras visiones. Una vez esto ocurre, cualquiera de estas opiniones, opciones, interpretaciones, etc tiene el mismo valor. Llega el momento, pues, de que el gran capital se interese por la opción que más le convenga y ponga toda su parafernalia mediática, editorial y lúdica a que promocionen su producto. El efecto es doble: el racismo, el clasismo, la cobardía social que se dirige a los más débiles evitando enfrentarse a los verdaderos responsables de casi cualquier problema de nuestras sociedades, son opciones que hay que respetar y, si demuestras que sus postulados son falsos, es solo «lo que tú piensas».

Este villano de Madrid no da el mensaje de que existe un pensamiento único y que debe ser impuesto, pero es hora de empezar a reivindicar desde la izquierda sin miedo, que las opiniones se forman sobre los hechos. Si el hilo de pensamiento que lleva a ellas no parte de los elementos objetivos o no es lógico, no son respetables.

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Yago Pérez Varela (Madrid). Aunque en cierta época se fijó en las ciencias, acabó notando que la historia era su pasión y lo que le gustaba. La historia le ha permitido ejercer labores gratificantes en documentación e investigación, pero al ser un villano también ha conocido empleos precarios. Quiere a su villa natal de Madrid, aunque le preocupa ver que a veces paga el precio de ser capital de un país, y como tal, refugio de oligarcas.

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