La sororidad era esto

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Por Reis A. Peláez (Bruxabona)

Vengo aquí a agradecerles su labor a todas las feministas que se han dejado la piel en desmontar el vergonzoso entramado patriarcal que ha permitido que dos varones con cromosomas XY participen como mujeres en la disciplina de boxeo en los JJOO y que, consecuentemente, a uno de ellos le haya llegado la victoria absoluta dándose un paseo casi sin esfuerzo. He leído y encontrado sobre este asunto análisis serios e impecables, basados en en el estudio de la realidad material y la incontestable lógica. También he leído o escuchado críticas cargadas de emoción que, aunque no comparta su metodología, sí aplaudo por necesarias para llegar a cierto público. 

Aunque la actualidad constriña el pulso contra el patriarcado, no he venido aquí a explicar que la intersexualidad no existe, que no hay ser humano en el mundo con órganos reproductores funcionales de ambos sexos y que, por ejemplo, que una serie bebés en el mundo, por las razones que sean, no desarrollen un brazo o una pierna y nazcan sin ella no los convierte en un tipo de seres humanos, sino que son personas con una discapacidad que merecen toda la atención de la sociedad en la que crezcan y se desenvuelvan, incluidas todo tipo de cirugías y terapias necesarias. Y no lo digo yo, lo dice la ciencia. De hecho, intentar explicar esto y desmentir las cifras inventadas por la religión queer de bebés nacidos con esta condición de formaciones atípicas en sus genitales me costó la expulsión de una muy conocida agrupación feminista, supuestamente adscrita a la nueva ola del feminismo radical donde nos batimos el cobre para terminar con el virus posmoderno y transhumanista que infecta toda ideología que pretenda y pueda destruir el sistema de opresiones y desigualdades que reina en la humanidad durante milenios. 

Y precisamente este acontecimiento, que ninguna conocerán, porque no dije ni una palabra en foros públicos, como son hoy las redes sociales, ni se me oye jamás una crítica a esta asociación (y las tengo de orden político a raudales) para no interferir en lo bueno que pueda tener su labor, a pesar del lamentable comportamiento que tuvieron con muchas de las mujeres que pasamos por sus manos, es el que me trae a sus lecturas. 

Consciente de que me repito en mis tesis, no por ello dejaré de levantar mi lanza contra el mismo desorden metodológico que campea por el feminismo, no dejaré de reclamar la recuperación de aquel feminismo que no perdía ni un segundo de su dorado tiempo en cuestionar las decisiones de las mujeres, habida cuenta del componente inmanente de la feminidad que carga todas esas determinaciones.

Todo tiene que ver porque en las últimas horas, una serie de feministas han aireado en redes sociales su apoyo a Imane Khelif o Lin Yu-Ting, al sostener los mismos argumentos que defendían en aquella asociación de la que fui expulsada por rebatirlos. Automáticamente, gran parte de nuestras voceras de estos medios, con cantidades ingentes de seguidoras y seguidores, han invertido su intelecto y su fuerza dialéctica en condenar a estas feministas, desviando absolutamente el foco de la tremenda derrota de los derechos de las mujeres en las Olimpiadas, que parecen querer recuperar el viejo espíritu olímpico que se mantuvo en los inicios de la nueva era: la imposibilidad de participación de las mujeres. Me recuerdan, desgraciadamente, ese argumentario casposo de tantos señoros intentando invalidar el feminismo: «Mirad, mirad, mirad lo que defienden esas feministas, a ver si os dais cuenta de lo que es en realidad el feminismo…» Todas hemos tenido que oír esto en un sinfín de agrupaciones políticas por las que hayamos pasado. Los mismos compañeros que afeaban ese discurso absurdo de la derecha que focalizaba la crítica al comunismo en una fiscalización de las conductas de los miembros de sus filas, que nunca eran lo suficientemente “comunistas”, porque tenían propiedades o iban de vacaciones, son los que llevan décadas haciendo exactamente lo mismo con el feminismo. Recuerdo a esos camaradas de los mil y un grupúsculos en los que se dividió el comunismo hace décadas, que, por cierto, nunca dieron origen a ningún término como “comunismos”, defender que la culpa de la opresión patriarcal era de las mujeres que seguían sus postulados sin rebelarse. Ya saben, queridas, si el patriarcado no desaparece es porque nos depilamos o lavamos los platos en casa, no porque ellos vivan encantados en sus privilegios. Pero, ojo, cuidado, no nos vayamos a confundir: el capitalismo no se sostiene por la infinidad de obreros que asumen sus mandatos sin cuestionarlos, ahí no es, ese argumento solo sirve para las mujeres.

Reconozco que me exaspera comprobar cómo muchas feministas de labor impecable en otros tantos campos de batalla caen en este viejo mantra opresor de cuestionar siempre a otras mujeres y sus decisiones, alejándose de uno de los grandes avances de la ola radical del feminismo de la segunda mitad del pasado siglo: el feminismo lucha por encontrar y neutralizar la raíz de un sistema milenario de opresión de las mujeres, que llamamos patriarcado, no cuestiona las decisiones de las mujeres. Es como, si en muchas ocasiones, nos convirtiésemos en títeres de ventriloquía que repetimos un discurso que no nos pertenece, nos convertimos en la voz de nuestros amos.

Estoy convencida de que el día que el feminismo consiga erradicar este mal de sus filas, avanzaremos muchísimo más. Mi reflexión al respecto, aunque desordenada, mental y diseminada en el devenir de mi tiempo feminista, me lleva siempre al camino a concluir que el feminismo avanza lento por el gran lastre patriarcal que llena sus filas. No es la ideología queer el único caballo de Troya del feminismo; hay otro que nos acompaña desde nuestros inicios y es esa programación profunda de nuestra conducta que continuamente hace girar nuestras cabezas hacia otras mujeres y detener todo avance en la estación donde nos eliminamos entre nosotras. 

Compañeras, sigan depilándose, maquillándose y fregando los platos, pero, por todas nuestras ancestras, dejen de tirar piedras a otras feministas que han hecho bastante por el movimiento de liberación de la mujer, aunque se equivoquen.

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