La decapitación de las mujeres en los JJOO

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Por Victoria Cansino

Reflexiono, aún estos días, sobre la escena más viral de la apertura de estos Juegos Olímpicos: un personaje histórico descabezado. Una mujer extranjera de regia estirpe obligada a casarse con el heredero francés representada caricaturescamente en un final más que siniestro. Supuestamente justo para el pueblo, pero sin el pueblo, o al menos sin las mujeres, que no conseguían formar parte de la ciudadanía.
Frente a tanto ruido, trato de rescatar el análisis de lo simbólico que se cierne sobre las mujeres públicas de cierto prestigio.
La escena en cuestión es una María Antonieta decapitada y lujosamente vestida en el balcón de La Conciergerie, conocido como el palacio de la isla de la Cité, el mismo lugar en el que estuvo como prisionera… Debe ser una chanza jocosa.
En medio de unos JJOO donde ninguna mujer sujeta la llama olímpica, y donde las críticas a las escenas musicales drag que imitaban el cuadro de la Fiesta de los Dioses del artista Jan Harmensz van Bijlert encienden los chats pidiendo respeto cristiano, el humor se va perdiendo junto a la sal de la vida.

Posiblemente porque el quid de la cuestión es si hay una crítica profunda a algo, o todo es una mera burla pagana de dudoso gusto, una bufonada donde lucirse, una charada hedonista sin ningún fin de desafiar al poder y la hegemonía mundial (que con un escaparate como las Olimpíadas merecía la pena).

Para analizar París 24 lo más interesante es la simbología de la decapitación y el borrado de las mujeres deportistas llevando la llama. El cual se une al borrado sistemático de nuestras mujeres en los deportes. Ahora mismo, justo en estos momentos, Khelif, un hombre que se identifica como mujer está boxeando con una de nuestras deportistas. Sí, París permite competir como mujeres a dos boxeadoras que ya fueron descalificadas por dudas sobre su sexo. La púgil mexicana Brianda Tamara ya denunció su superioridad diciendo que “ sus golpes dolían mucho, creo que nunca me había sentido así en mis 13 años como boxeadora». Por todo lo anteriormente mencionado, y por la historia que hemos atravesado en todos estos siglos hasta llegar al desierto, más allá del sentido del humor gore, hay que recordar que no es esta la primera cabeza de mujer cortada. El 3 de noviembre de 1793 cortaban la cabeza a nuestra Olimpia de Gouges, tras haber luchado porque la Declaración de los derechos fuera también de la Mujer y la Ciudadana. Y eran “los nuestros” (¿nos suena?), una vez más, los que nos traicionaban echando con sangrienta y suprema violencia a “las idénticas” al oikos de lo recóndito. No deben haber pensado en nosotras y en lo que nos suscita ver ese simbolismo grotesco en la llama drag, en la famosa representación de la monarca sin cabeza o en las deportistas borradas o directamente apaleadas por hombres que se autoperciben mujeres.

¿En el pasado del que venimos, qué terror no debieron pasar las que quedaron vivas y fueron testigos de Madame Guillotina? Me imagino a los franceses mojando su pañuelo en la sangre de la decapitada, como era costumbre hacer, y aquella cabeza de Olimpia, Antonieta y otras tantas mirando con los ojos abiertos y petrificados a sus congéneres femeninas. Bastardas o de clase real, revolucionarias o casquivanas, la muerte a todas nos iguala.

Más allá de lo correcto o lo incorrecto, lo moral o lo inmoral, lo cristiano o lo ateo, es lo que se esconde en la simbología de esta representación de París 24 lo que nos interesa a las mujeres.

Así como todos los caminos conducían a Roma, todas nuestras conquistas parecen conducir a que el patriarcado más casposo nos borre o nos decapite.

La historia de los JJOO es patriarcal, machista y excluyente. Tanto como lo fueron los propios griegos y los romanos. La progenie de Rómulo copió unos juegos que, para los propios griegos eran poco “inclusivos”, cuando no segregados, ya que solo los varones libres que hablaran griego y tenían doce años podían competir. El propio Alejandro Magno participó cumplidos sus doce años como mandaba la ley.

¿Cambiaron los romanos dichos juegos? Los hijos de Rómulo y Remo ya en su genealogía perdían la representación simbólica de la matria, la mujer-madre desaparece. Estos maravillosos gemelos abandonados en un río y amamantados por una loba. ¿Una loba? Sí, así es, no cambiaron los juegos. Curiosamente en la famosa imaginería fundacional, en la cual aparecen mamando del animal, ya ya borran a las mujeres.

¿Y para seguir? Pues un pastor los encuentra y cuida como a hijos. Este detalle no es melifluo. Se borra y mata a la mujer, y aparece el varón como padre.
La extensión del imperio romano es una de las primeras globalizaciones de éxito conocidas donde el borrado de las mujeres fue sistemático y muy exitoso. Evidentemente las mujeres estaban excluidas de todos los juegos olímpicos desde la antigüedad hasta 1900, año en el que participan por primera vez y, lo que es la vida, sería en París.

Antiguamente los organizadores ni siquiera les dejaban asistir a los Juegos como espectadoras. La única excepción que se permitía era la de las mujeres solteras. Sin embargo, aquellas que formasen parte de un matrimonio tenían prohibido acceder a Olimpia para presenciar las hazañas de los deportistas.

Pierre de Coubertin, uno de los grandes fundadores de lo que hoy conocemos como los Juegos Olímpicos modernos, pero no en lo que se refería a la inclusión de las mujeres :
“Los Juegos son la solemne y periódica exaltación del deporte masculino, con el aplauso de las mujeres como recompensa”.

Tanto que ha costado llegar hasta aquí compañeras… ¿Y ya nos borran de la llama olímpica?

Volviendo a las mujeres de la sociedad romana, las herederas de Pandora, esas eran las portadoras de los más terribles males, tal como se puede ver en los siguientes versos del poeta romano Floro del siglo II d. C.: «Toda mujer en el interior de su pecho esconde un veneno infecto / hablan dulcemente a partir de los labios, viven con un corazón pernicioso». Además del mal, en las mujeres anidaba la ponzoña y el veneno. Lo demuestra el pasaje del historiador Salustio en el s. I a. C. (Conjuración de Catilina XI 3): «La avidez es el ansia de riqueza, la que ningún sabio desea: esta, como si los empapara con sustancias nocivas, vuelve afeminados la mente y el cuerpo masculino; nunca tiene fin y es insaciable, y no disminuye ni a causa de la abundancia ni de la escasez».

Somos las malditas y crecemos creyéndolo. Al menos así fue en mi generación. Con el escaparate de las olimpiadas, en las que llevamos menos de un siglo, lo que pretendemos es que nuestras niñas y nuestros niños vean qué es la igualdad, nada como el deporte para hacerlo gráfico.

Claro está que los juegos no siempre fueron un buen ejemplo: El rapto de las sabinas, por ejemplo, narra el acoso, la violación y el secuestro de las mujeres de la tribu de los sabinos por los fundadores de Roma, donde el asesino Rómulo invita a pueblos vecinos a unos juegos para raptar a las mujeres echando fuera de la ciudad a los esposos.

¡Ay los juegos! Jugando se aprende todo.
Los entretejidos de las mujeres en condiciones de esclavitud y deshumanización a lo largo de los siglos son múltiples e infinitos. ¿Cuántas veces se nos ha expulsado de los juegos o se nos ha usado en ellos? En estos Juegos parecen concurrir ambas cosas.
La objetualización de la mujer ha sido un proceso y un constructo político arduo y extenso que se fragua con violencia extrema. No se somete a la mitad de la población sino es por la fuerza. El fratricidio, la venganza, la invasión y el saqueo están en el germen de todos los imperios, sin embargo, pese a la negativa inicial de todos los fundadores, las mujeres conseguíamos participar por primera vez en los Juegos Olímpicos en 1900, celebrados también en París (ironías de la vida). Cabe destacar que esta primera incursión femenina en las Olimpiadas fue meramente testimonial. La participación de las mujeres en el evento se consideró como algo extraoficial, limitando la inclusión de las mismas en deportes considerados ‘de naturaleza femenina’, según los organizadores.

Entre las disciplinas permitidas aparecía el golf, el croquet o el tenis como los grandes escenarios en los que llegaron a participar un total de 22 mujeres. Entre estas deportistas, destacaba la presencia de Charlotte Cooper, tenista reputada que ya había ganado Wimbledon en tres ocasiones.

Y con todo lo que nos ha costado y más de veinte siglos sin poder participar, ahora nos encontramos recibiendo otra vez un palo tras otro. Esta es nuestra historia, de este conjunto de hijos somos tejido, urdimbre. Una historia de escasas victorias y muchísimas derrotas. Pero… ¡Qué sabor tienen nuestras victorias históricas! ¡Nada se le aproxima! Y así como las derrotas nos han curtido en estos siglos, las relaciones permanentes con una mitad que continuamente juega a derrotarnos nos han hecho más fuertes, empecinadas y resistentes.

En el borrado de las mujeres como entidades o sujetos de discursos propios dentro de esa bacanal de festividad de apertura solo faltaba la ninfa Ío transformada en vaca, muda y emitiendo un mugido ( eso sí, las manchas moradas, que eso es de muy feministas).

La historia es cíclica, el patriarcado obstinado y nosotras resistentes.

Roma necesitaba trasportar mercancías de las tierras conquistadas, crear apego entre romanos y vencidos. ¿Qué inventaron? Tomaron la historia de Eneas, para circunscribirse a la grandiosa historia de los griegos y a su relato cultural. ¿Nos suena? A la historia de las grandes mujeres que reivindica el feminismo se unen una serie de personajes hedonistas representando la cosificación femenina, queriendo pasar por ser no solo nuestra historia, nuestra vindicación y nuestras demandas, sino que nosotras mismas.

Roma no sólo emuló la cultura griega, sino que los romanos se remontaron a una de las grandes historias fundacionales incluyéndose en la mítica Iliada. A partir del pasaje de Eneas los romanos se involucraron en la historia griega. Así, Grecia, la vencida, conquistó a Roma, la vencedora. Aprendamos la lección.

La suerte de las romanas estaba escrita con anterioridad. Roma fue el imperio con mayor número de esclavas y esclavos sobre el mare nostrum. No olvidemos que las conquistas de Roma, además de las exportaciones exitosas como el aceite de oliva, habían convertido a miles y miles de personas en objetivos del comercio de la trata. Y las mujeres y la trata tienen larga tradición en el patriarcado.

Y ahí seguimos, aunque no llamemos así a la venta de todo lo que una mujer posee: cuerpo, maternidad y libertad.
Por otra parte, entre los motivos más frecuentes de descalificación del discurso femenino se encuentra la acusación de verborragia o charlatanería. Prueba de ello es el parlamento de Eunomia en Comedia de la ollita de Plauto.

A este respecto, me ha atraído siempre la historia de Medusa, que el poeta romano Ovidio presenta como una hermosa mujer castigada después de la violación de Poseidón. La transformación y el castigo no fue suficiente ensañamiento y Atenea manda a Perseo para matarla y cortar su cabeza.

Y, ahí estamos nosotras, en 2024, habiendo ganado a pulso cada inclusión en los JJOO, viendo cómo conseguimos por primera vez una guardería para las atletas, como los hombres representan a las mujeres de una forma misógina y estereotipada, y se nos borra de la llama olímpica en nombre de una inclusión festivalera que, lejos de reclamar algo, nos vende una y otra vez.

En la actualidad, la historiadora Mary Beard ha estudiado cómo las mujeres con representatividad política y peso en el discurso público son representadas con esta imaginaria simbólica: La Medusa decapitada. El discurso griego, romano, sigue muy presente. Donald Trump publicó un montaje haciendo de Perseo y sosteniendo la cabeza de Hilary Clinton

caracterizada como Medusa como parte de una campaña presidencial del 2016. Theresa May, Dilma Rousseff, o Angela Merkel no se libraron tampoco. ¿Y nuestros JJOO?

Decapitar lo simbólico del poder de las mujeres continúa en el magma de la cultura común. El discurso público de las mujeres se intenta siempre silenciar o se hace pagar. Y los juegos olímpicos del 2024 son para reflexionar sin dudarlo ni un segundo.
Al igual que Filomela, víctima de violación, y de la mutilación de su lengua para que no pueda hablar ni defenderse, de nosotras se espera que, ante las humillaciones y el borrado, nos apiademos del prójimo (varón por supuesto) y pongamos la otra mejilla sumisamente: mais plus maintenant.

Nunca las mujeres habían pronunciado un no tan rotundo. Al igual que Filomena borda para contar lo sucedido, nosotras tendremos que tomar la llama por nosotras mismas. Se nos ha expulsado de lo simbólico, pero las mujeres son protagonistas estos días de victorias emocionantes. Alea jacta est. Esa es nuestra llama.

Claramente somos las herederas de esos hilos. Observamos nuevamente como se maltrata y revictimiza a las mujeres cuando son las damnificadas. Este es un discurso que extiende sus tentáculos hasta la actualidad. Demasiadas veces hemos leído con pavor el maltrato público a una víctima de violación o a una política, escritora de toda una saga influyente como J.K. Rawling, a profesoras, filósofas. La mujer con presencia en el espacio público tiene mucho que perder en pleno siglo XXI. Que nos corten la cabeza de cara al mundo recreando un pasaje oscuro debe parecer moderno. Pero esconde lo simbólico: patriarcado violento y depredador como el que más.
En medio de esta paradoja, son miles los ejemplos que parecen querer hacernos llegar que el público no es nuestro espacio. Pero la vuelta a Itaka para las mujeres no es posible, no queremos la vuelta al Oikos, mi abuela decía un refrán de sabios “para atrás ni para coger impulso”.

Fraguar un discurso paralelo entre mujeres viene de lo más recóndito de la antigüedad clásica. Mujeres que, ante la cabeza cortada de Medusa mostrada por el puño de Perseo, no se amilanan. Medusa no es solo el premio del varón que necesita silenciar el discurso femenino. Es también la advertencia a las otras mujeres, el miedo, el ejemplo de que nuestro poder es ilegítimo. Ni una paso atrás. Es un aviso fluorescente de lo que puede pasar si hablas, o si después de una esforzada carrera literaria, deportista o política comienzas a dominar lo público (en pleno congreso inglés circuló una viñeta con una imagen llamada “Maydusa” durante el 2017).

La historia de la rebeldía de las mujeres romanas, no es la historia de una loba apátrida y una estirpe sin madre, es Filomela bordando su historia, a pesar de no poder volver a hablar jamás. Pues al igual que la Grecia vencida impregna la cultura romana, la heroicidad de nuestras congéneres pervive en nosotras creando entretelas, cruzando hilados, destinos, caminos y carreras, para que desde el presente nos reunamos y demos voz a quienes fueron silenciadas durante demasiados siglos. Estos hilos de la era digital nos conectan en casos de emergencia, nos hermanan con activistas de otros países, unen el sur con el norte, la noche con el día, para, como dice la genial historiadora Mary Beard, dominemos lo público. Como vasos comunicantes entendemos las transgresiones positivas y las negativas, como dijo la filósofa Alicia Puleo en la Rosario Acuña, son modernidades que guardan tras de sí el mismo mensaje rancio y misógino de toda la vida, transgresiones negativas, cabezas de Medusa o María Antonieta, las que no pueden pasar por modernidad. Veo en mis hermanas la estirpe de Filomela, pues a pesar de las dificultades, tejemos mensajes que no solo viajan, también nos acompañan y organizan para la acción.

¿La finalidad de este simbolismo necrófilo? Control y sumisión. ¿No es mejor representar a Olimpia de Gouges con su carta de derechos que una Antonieta decapitada?

La urdimbre que mantiene la tensión entre el pasado, el presente y el futuro tiene hilos, y cada hilo individual de esta urdimbre se llama cabo, siempre en tensión durante el proceso de tejer. Ayer al ver a mujeres españolas ganando a Puerto Rico en baloncesto, a Simone Biles en gimnasia rítmica , a Mar MolnéJessica Vall , Carolina Marín… y tantas y tantas heroínas de verdad, sentí que éramos imparables, y eso no nos lo quita nadie.

Es hora de que nos convirtamos en el “recto hilo” para toda la sociedad sin excepción.

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