Sobre la existencia de la gordofobia y la preocupación por las gordas

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Por Karina Castelao

Se ha estrenado la tercera temporada de Bridgerton.

Por si alguien hubiera estado apartado de la civilización estos últimos años, Bridgerton es una serie de Netflix basada en las novelas de la “Corín Tellado” americana Julia Quinn que narra las historias de amor de los ocho hermanos Bridgerton en un supuesto universo paralelo a la Inglaterra de la época de la Regencia donde hay sirvientes blancos y nobles asiáticos o negros, y donde las pelucas de la reina se iluminan con luces LED.

Cada romance de un hermano o hermana es un libro y una temporada de la serie. Tras la temporada de Daphne con el duque de Hastings y la de Anthony y la joven de alta sociedad hindú Katherine Sharma, toca la de Colin con lady Penélope Fetherington.


Colin y Penélope son amigos desde la niñez pero, a pesar de que Penélope siempre ha estado locamente enamorada de Colin, Colin solo ve en Penélope a una amiga ya que, aun siendo divertida, muy inteligente y de rostro agraciado, tiene, según la autora, diez kilos de más, lo que no la hace deseable ni candidata al cortejo por parte de alguien tan apuesto y buen partido como el joven Bridgerton.

Y exactamente eso mismo es lo que ha debido pensar la columnista Zoe Strinple cuando en un artículo para The Spectator dice que «el único atributo físico que va en contra del capital erótico universal en casi cualquier contexto es la gordura. Pero en esa zarza espinosa avanza esta temporada de Bridgerton, con la regordeta Penélope (Nicola Coughlan) como estrella, atrayendo finalmente la tierna mirada del diez perfecto Colin Bridgerton»

En el universo mediático, cada cierto tiempo hay un acontecimiento que hace que la gordofobia emerja con toda su virulencia. Y si el acontecimiento tiene como protagonista a una mujer, todavía más. Unas veces es el fallecimiento por infarto fulminante de una actriz obesa dando a los gordófobos el pretexto para decir con satisfacción «¿veis cómo tenemos razón y las personas gordas se mueren?»(como si las personas delgadas no se murieran también de repente). Otras veces es una campaña de ropa deportiva con una modelo entrada en carnes que enseña más de lo que debiera. O una cantante famosa que reaparece con más curvas de las que tenía antes de desaparecer, como Nelly Furtado hace pocas semanas. Y muchas otras, como en este caso, cuando una actriz “regordeta” destaca en un papel de los no reservados para gordas.

Antes de continuar con el artículo quiero hacer un inciso. No voy a usar el término «sobrepeso» en ningún momento porque el sobrepeso no existe. Es un invento de las compañías de seguros y de las farmacéuticas americanas en la segunda mitad del siglo XX.

El criterio que se usa para hablar de sobrepeso se basa en el obsoleto, acientífico y racista baremo llamado Índice de Masa Corporal (IMC). El IMC fue inventado por el matemático, astrónomo y estadístico belga Lambert Adolphe Quetelet en 1832 con la intención de encontrar un modelo estadístico para la población europea de la primera mitad del S.XIX. Obviamente, Quetelet no tenía interés alguno en la obesidad, sino más bien en definir las características del ‘hombre normal’ y acomodar la distribución a la regla. Para ello eligió una muestra entre la población formada por hombres blancos europeos de alrededor de 30 años de edad, principalmente franceses e irlandeses.

Huelga decir que los datos obtenidos por Quetelet, que excluían variables como el sexo, la edad, la raza o la cantidad de grasa corporal, fueron usados por los eugenésicos de la época para establecer unas directrices de cara a la mejora de la especie y sirvieron como pretexto para esterilizaciones y otro tipo de “controles” poblacionales.

Con el paso de los años el Indice Quetelet cayó en desuso hasta que a mediados del siglo pasado las compañías de seguros en EEUU, que habían comenzado a estimar el nivel de riesgo de sus clientes al comparar su peso con el peso promedio de individuos parecidos (con la finalidad de cobrar más a los clientes considerados de “mayor riesgo”), lo recuperaron rebautizándolo como Indice de Masa Corporal y convirtiendo una simple cifra en la medida genérica para establecer el peso saludable de cualquier individuo, título que se mantiene hasta el día de hoy.

Aun así, el número de individuos que ocupaban el rango de peso saludable era demasiado grande, con lo que en los años 90’ se redujo la cifra de lo considerado normopeso de 28 a 24,9 creando la categoría de “sobrepeso” como umbral a partir del cual una persona podía tener problemas de salud, afirmación totalmente irreal y sin ningún fundamento científico, pero que ampliaba enormemente la cantidad de personas que necesitaban controlar su peso, algo de lo que las farmacéuticas también supieron sacar provecho.

 
Es decir, el IMC nunca estuvo diseñado para ser aplicado a nivel individual, sino como una medida para caracterizar poblaciones. Para hablar de obesidad, existen múltiples factores a tener en cuenta tan o más importantes que la simple relación entre el peso y la estatura de una persona. El IMC es solo una herramienta más para llamar la atención a lo que podría ser un problema de salud, pero nada buena si se usa por sí sola para hacer asunciones sobre la salud de alguien. Por tanto, el rango de “sobrepeso” tiene tanta validez científica respecto al peso saludable de las personas como lo podría tener el horóscopo.

Pero volvamos a la gordofobia.

Como contaba en un artículo anterior, la gordofobia es un tipo de discriminación que consiste en el desprecio y rechazo que sufren las personas gordas, o más bien, las personas que no están delgadas, basado en el prejuicio de que están así porque quieren, porque son perezosas, indolentes y nada disciplinadas. Y explicaba también en dicho artículo cómo la gordofobia está ligada al privilegio de clase.

Para las personas gordófobas, la gordofobia es un castigo más que merecido hacia los gordos porque son así por voluntad propia (no como otras discriminaciones basadas en criterios involuntarios como la raza o la orientación sexual), y cualquier introducción de una persona gorda en el estándar social no se considera algo inclusivo, como sí ocurriría con una persona de raza no blanca o no heterosexual, sino como una forma de “apología de la obesidad” que serviría para normalizar los malos hábitos que desembocan en una grave enfermedad.

En la lógica tan rebuscada como infantil de los gordófobos, discriminar, ofender, herir y estereotipar peyorativamente a los gordos les va a suponer un revulsivo que los motivará a ponerse a dieta hipocalórica y a machacarse en el gimnasio. Eso sí, en una zona del gimnasio donde se les vea poco y vistiendo, en vez de ropa deportiva ajustada a su cuerpo, un saco de patatas con agujeros para cabeza y brazos que una cosa es hacer ejercicio y otra no tener pudor y andar haciendo el ridículo.

Porque los gordófobos todo lo hacen “por el bien” de los gordos, porque se preocupan tanto de la imagen que dan como de su salud ya que la obesidad es una grave enfermedad de la que si no se curan, se mueren. Curioso que no se comporten igual con las personas que padecen tabaquismo, por ejemplo, habida cuenta de que el nocivo y también voluntario hábito de fumar es el causante directo de hasta 17 tipos de cáncer además de las mismas patologías asociadas a la obesidad como son la hipertensión o el aumento del colesterol.

A las personas gordas hay que verlas poco, o mejor dicho, hay que verlas en el lugar reservado a los gordos. Sobre todo en esas fábricas gordófobas que son la publicidad, la moda y las producciones de ficción. Los gordos salen en publicidad en sus roles del «antes y después» del tratamiento o de la dieta, y en moda en su nicho exclusivo de ropa para personas obesas, y que consiste en prendas de vestir que muestren y marquen las formas del cuerpo lo menos posible. Nada de ropa interior, bañadores, biquinis o ropa deportiva, que una gorda enseñando carne es siempre un mal ejemplo para la juventud.

En cuanto a las producciones de ficción en cine y series, las personas gordas también tienen sus papeles reservados que varían entre ser el alivio cómico de films convencionales o los dramas que giran sobre los problemas de TCA y de bullyng, a existir un género específico de humor dedicado exclusivamente a películas y series para reírse de los gordos. Jack Black, Kevin James, Melissa McCarthy o Rebel Wilson se han hecho famosos en el cine por sus caídas grotescas y situaciones ridículas siempre asociadas a su volumen y aspecto físico. De hecho, esta última confesaba en una entrevista que, cuando debido a que el exceso de peso ya le afectaban en su calidad de vida y decidió ponerse a dieta y adelgazar, su propio agente se lo prohibió terminantemente con el argumento de que eso le iba a perjudicar en su trabajo, cosa que finalmente ocurrió. Y aunque hay actores gordos que se han salido de estos estereotipos, llegando incluso a protagonizar grandes historias románticas donde enamoran perdidamente a la «chica» a pesar de su orondo aspecto -como Gerard Depardieu enamorando locamente a la bellísima Andy MacDowell en «Matrimonio de Conveniencia»(1990)-, tampoco este tipo de discriminación escapa del machismo y no hay película o serie donde una mujer entrada en carnes le robe el corazón al guapo protagonista sin haber pasado previamente por un glow up que incluya necesariamente una significativa pérdida de peso.

Como dice Zoe Strinple en su despreciable artículo, «la gordura no tiene nada de malo (no es un defecto moral), pero el entusiasmo por la igualdad y la diversidad (y en este caso por la buena actuación) no es suficiente para hacer que una chica gorda que gane al príncipe sea remotamente plausible.» O dicho de otro modo, las gordas por estar gordas no tienen derecho a que se asocie su imagen a los aspectos positivos de la vida como son conquistar el amor de alguien atractivo, porque los prejuicios hacia ellas han de ser universales. Nadie «normal» puede querer a las gordas porque, sencillamente, no merecen ser queridas.

No hay quien esté gordo por voluntad propia. Nadie quiere ser gordo, y menos que nadie las mujeres hacia quienes existe toda una maquinaria capitalista encargada de hacerlas sentir mal por ello. Porque la pérdida de peso es parte de ese “negocio de la belleza” que mueve decenas de miles de millones de dólares anuales. Y porque si la preocupación por la salud de las gordas, o más bien de las no delgadas, fuera sincera, se aumentaría la investigación sobre los medicamentos y los tratamientos eficaces que realmente ayudan a la pérdida de peso o estarían cubiertos por la sanidad pública (que solo cubre la cirugía bariátrica cuando ya es demasiado tarde), como ocurre con los medicamentos que ayudan a dejar de fumar, hábito altamente perjudicial que, repito, es voluntario y que también se puede eliminar con sacrificio y fuerza de voluntad.

Hay un montón más que decir y demostrar sobre la existencia de la gordofobia y sobre lo tolerada y normalizada socialmente que está. Principalmente en el ámbito sanitario, su influencia en la salud mental, como una de las principales causas de bullyng, la estigmatización médica, etc. Y también sobre el errático enfoque del mal llamado “activismo antigordofóbico” que pretende considerar la gordura una identidad fundamentándose, cómo no, en las perniciosas teorías queer. Pero eso lo dejaré para otro artículo porque si no éste se haría eterno.

Solo un último ejemplo de ayer mismo de la infantilidad y ridiculez de los gordófobos, cuando en X uno de ellos criticaba la inclusión de un Caballero Jedi con kilos de más en la serie The Acolyte de Star Wars, recordándonos que «un Jedi no puede estar con sobrepeso porque rompe su propio código moral Jedi de exigencia del compromiso y es ir contra corriente de sus propias leyes e ir en contra de la lógica de agilidad, rapidez, exigencia física de un puesto que así lo requiere» (está así de mal escrito, sí). Lo de que es un universo de fantasía donde todos los humanos pueden respirar sin dificultad en cualquier planeta de la galaxia, donde conviven especies de extraterrestres de dos cabezas con otros con varios ojos, o donde hay Caballeros Jedi sin piernas, con miles de años o del tamaño de un enano de jardín, son detalles insignificantes ante el agravio para la Fuerza que supone un Jedi que está gordo.  

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