Genocidio, guerra y terrorismo

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Genocidio, guerra y terrorismo. Ese va a ser el legado que deje el periodo histórico de la hegemonía norteamericana en su fase de declive. Moribundo, el imperialismo ha decidido morir matando. No sorprende puesto que la violencia (saqueo, injerencias, terror, guerra, masacres, etc.) es una característica intrínseca de ese orden, una cualidad necesaria en su naturaleza.

Dicen que en las guerras la primera víctima es la verdad. Es curioso que en la moderna terminología existen diversas precariedades (precariedad laboral, habitacional, energética, infantil…) pero no se habla de precariedad informativa. Y ayer podría haberse hablado de precariedad informativa, ante el desconcierto que se suscitó tras el atentado terrorista (sin comillas, señores de RTVE Noticias) que se produjo este viernes en una sala de conciertos de la provincia de Moscú y que deja un saldo, hasta este momento, de más de 90 muertos y más de 100 heridos.

Una masacre horrible que sin embargo muchos podían haber imaginado o augurado, si no de esta forma de otras. El terror como forma exacerbada de la rusofobia ha actuado en otras ocasiones, como en el teatro Dubrovka, también de Moscú en 2002, o en un colegio de Osetia en 2004 en el que fueron asesinados 186 niños, en ambos casos por terroristas salafistas yihadistas y separatistas.

Estos grupos paramilitares parecen ser una especie de comandos ultra violentos de carácter heterogéneo y difuso, pero con un denominador común, que es atacar principalmente a enemigos de los EEUU o de Israel. Recordemos a los muyahidines, quienes según la propia Hillary Clinton explicó, fueron armados y financiados por su Administración para luchar contra la influencia soviética en Afganistán.

Otro denominador común es que sus ataques pueden ser previstos por portavoces de Occidente. Estados Unidos advirtió de la posibilidad de atentados inminentes en la capital rusa el pasado 8 de marzo, e incluso la embajada de EEUU en Moscú llegó a concretar que esos atentados podrían ocurrir en aglomeraciones como conciertos y en los fines de semana.

Una alerta premonitoria similar a la sucedida con los sabotajes de los gasoductos Nord Stream. Con una diferencia: en el caso de los gasoductos, pese a la investigación del prestigioso periodista Seymour Hersh, Occidente nunca identificó a los culpables. Ayer, en cambio, apenas dos horas después del terrible suceso, medios difundieron la noticia de que ISIS se atribuía el atentado.

Esto está siendo puesto en duda desde los canales informativos aún no censurados (no se puede acceder desde España a medios rusos y advierten además que Telegram puede ser suspendido) y se habla de detenidos de origen caucásico, esto es, países de la zona entre Europa y Asia.

Sea como fuere, la clara intención de provocar a Rusia para balcanizarla no es un invento de «prorrusos» o «putinistas». Puede constatarse en informes creados por think tanks norteamericanos como aquel que vaticinaba con una precisión asombrosa la provocación de una guerra en Ucrania para debilitar a la Federación Rusa. Así como otros informes sobre el supuesto peligro de Rusia y la necesidad de incrementar el gasto bélico y los efectivos militares, incluidas armas nucleares, en el entorno de Ucrania para disuadir la salida diplomática y azuzar la escalada.

Basta unir las piezas del puzle para sospechar que existe una intención de provocar a Rusia: el estrechamiento del cerco de nuevos países de la OTAN en las fronteras rusas, el anuncio (como el de Macron) del envío directo de tropas francesas, las advertencias de Von der Leyen para que Europa «se prepare» para la guerra, entre otras. Parece el sino histórico de Rusia tener que defenderse de los ataques europeos -dirigidos/consentidos por EEUU- desde 1917 con la coalición internacional que pretendió derrocar a la incipiente URSS, pasando por la invasión de la Alemania nazi en los años cuarenta del siglo pasado.

En el momento de redactarse esta entrada se señala que hay terroristas detenidos con vida. Veremos qué información nos llega en las próximas horas, pero la nacionalidad o procedencia de los asaltantes es en realidad indiferente. Lo importante será ver la respuesta que el gobierno de Putin acomete antes esta nueva y brutal provocación. Pues, en verdad, lo que nos está separando de la barbarie absoluta es la asombrosa sensatez de los mandatarios orientales, ante la zafiedad de los occidentales.

Algunos hablan de la llamada a una tercera guerra mundial, aunque los avances tecnológicos y la peculiaridad de la guerra actual, a veces híbrida, puede llevarnos a pensar que esta ya se está incitando de manera dispersa en diferentes escenarios aparte de Ucrania, como el Mar Rojo, Siria, zonas de África, donde Níger ya prohíbe la presencia imperialista, y también en otras zonas del entorno caucásico e incluso de China.

¿Qué podemos hacer para detener la barbarie imperialista? En primer lugar y ante la desinformación y el oscurantismo en el que pretende hundirnos la propaganda de guerra, no dejar de usar el mejor método de análisis de que disponemos la clase trabajadora europea: el materialismo dialéctico. A partir de ahí, urge la necesidad de formar un frente europeo que aglutine los grandes movimientos populares que están surgiendo, como el rechazo al genocidio del pueblo palestino y el rechazo a las guerras, para que se identifique la fuente del problema: la OTAN y sus sucursales como las entidades de la UE.

Exigir el fin del obsceno gasto militar en tiempos de enorme necesidad de los pueblos. No a los créditos de guerra. Exigir la cordura. Reivindicar las relaciones diplomáticas con los países que no pertenezcan al entorno atlántico. Queremos desarrollo, progreso, en todo el mundo. No queremos más asesinatos de inocentes. Queremos paz.

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