La inquisición queer

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Por Soledad Granero Toledano

Dicen las personas estudiosas del tema, que los inquisidores españoles tenían el mandato de los Reyes Católicos de «inquirir y hacer pesquisa contra las personas que no guardan y mantienen nuestra santa Fe… que los malos fuesen punidos e los buenos bien tratados».

En 1948 se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo artículo 19 dispone: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. 

Pues bien, 76 años después de esta Declaración volvemos a las andadas inquisitoriales del siglo XV con leyes “mordaza” que nos impiden hablar o expresarnos libremente mediante coacción penal y/o administrativa a través multas. Entre esas leyes mordazas, la mal llamada Ley Trans y sus ramales autonómicos, inspiradas en parte en la teoría queer.

La teoría queer, es una enajenación filosófica, una locura ideológica, cuyo principio fundamental es la subjetividad sentida, nada más contrario al materialismo dialéctico, a la universalidad de los derechos y al principio de igualdad. 

Esta teoría no hubiera tenido cabida más allá de su enunciado, si el capitalismo y la misoginia no se hubieran percatado del potencial que representa para sus intereses económicos y patriarcales. 

En un encuentro en 2006 en Yogyakarta, 25 personas adoptaron una serie de acuerdos a título individual respecto a la comunidad LGTB. A partir de ese momento dichos acuerdos, absolutamente privados y sin vinculación institucional alguna, recibieron una lluvia de millones de empresas, fundaciones multinacionales y de personas hasta llegar a lo que hoy se denomina Principios de Yogyakarta, en los que se asienta la imposición internacional de asumir normativamente la llamada identidad de género.

No debemos olvidar que gran parte de quienes profesan la teoría queer, además de la identidad de género, promocionan activamente la prostitución como trabajo sexual y la explotación reproductiva a través de los vientres de alquiler, ambas, formas extremas de violencia y explotación de las mujeres más pobres y vulnerables. 

La estrategia principal, de la teoría queer, consiste en que las mujeres desaparezcamos del mundo político y jurídico pasando a ser mujeres cis, personas gestantes o menstruantes. Sólo son denominadas como mujeres, los hombres que dicen identificarse como tal.

El propósito de esta teoría no es otro que eliminar la esencia del movimiento feminista y por tanto sus objetivos. Bajo su mirada, las mujeres dejamos de existir como sujetos a no ser que se mercantilicen nuestros cuerpos. En este caso, las mujeres representamos para lo queer, el empoderamiento, ratificando de esta forma los estereotipos sexistas basados en el valor de nuestros cuerpos, según para lo que puedan ser consumidos, vendidos, explotados, alquilados.

En el momento actual, el lobby queer tiene tanto dinero y poder que pueden permitirse el lujo de recurrir permanentemente ante las instancias judiciales todo aquello que piensan van contra sus intereses; generar miedo y coacción en el mundo académico denostando, criticando e incluso agrediendo a profesoras que no comparten su ideario; reclamar inhabilitaciones a profesionales de la psicología; abortar violentamente manifestaciones y/o concentraciones abolicionistas, como ha ocurrido este pasado 8 de Marzo; agredir físicamente y amenazar violentamente en cualquier encuentro; acusar de delito de odio si no compartes su doctrina … todo ello amparado por quienes, desde el Gobierno,  se definen como progresistas, más amantes del rosa y el azul que del morado feminista.

Entre quienes defienden la teoría queer, nadie se pregunta ¿por qué el patriarcado y el capital son sus aliados? Yo como mujer feminista, como mujer de izquierdas, me haría mirar si mis reivindicaciones coincidiesen de lleno con esa alianza criminal. 

Como bien dice mi querida y admirada Luisa Posada “Supongamos como mera hipótesis que aceptáramos la idea butleriana de que el sexo es tan construido culturalmente como el género. La pregunta inmediata que surge es muy simple: ¿Y qué? O, en otras palabras, utilizando el estilo de Butler de las preguntas retóricas, ¿quiere esto significar que no se siguen reproduciendo las desigualdades y las opresiones de un sexo/género sobre otro en nuestro planeta? ¿Acaso no pervive ese sistema de dominación que el feminismo ha llamado ‘patriarcado’?”

La realidad constata tozudamente que el patriarcado no sólo sigue siendo una estructura intacta de poder que nos jerarquiza según nuestro sexo, sino que además se está reorganizando para acabar con esto que empecinadamente defendemos: el feminismo como movimiento político y social de emancipación de las mujeres como su único sujeto.

Y también podemos constatar que la inquisición queer se ha convertido en una gran aliada del patriarcado y viceversa, pero ¡No nos callarán!

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