Las tribulaciones de un Podemos que no puede

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Lidia Falcón, presidenta del Partido Feminista de España

Ante la patética situación que está viviendo Podemos, varios medios de comunicación, públicos y privados, mayormente situados en el espacio de lo que ahora llaman centro-izquierda, han publicado y difundido diversas explicaciones sobre el fenómeno. Aparte de algunos detalles, todos coinciden en achacar al acoso de la derecha el fracaso del gran proyecto que supuso Podemos. Ciertamente las querellas criminales que se orquestaron contra Iglesias durante varios años sobre episodios varios y que se han cerrado sin consecuencias, exonerando a los encausados, habrían debido ser motivo de indemnizaciones a las personas involucradas, ofrecimiento de disculpas y mejores explicaciones sobre lo sucedido. Pero en España los procesos judiciales que se incoan por asuntos políticos tienen más o menos seguimiento y éxito según sea la tendencia política del juez que los instruye – en más de una ocasión los querellantes escogen a quien coincide ideológicamente con ellos, a pesar de esa designación supuestamente neutral que se realiza en el Decanato.

Pero aún así, extraños sucesos como el robo de un móvil de una de las colaboradoras de Iglesias, y que este retuvo durante meses, sin conocimiento de la propietaria, que ha quedado en agua de borrajas y no se ha sabido qué ha sucedido de verdad, no contribuye a mantener la confianza en la ética ni del presidente ni de la formación política. Aunque dudo que el episodio haya tenido influencia en el desánimo y la desconfianza de los votantes.

Lo que falta en ese maremágnum de explicaciones y acusaciones que se amontonan en las declaraciones de los implicados y de los medios de comunicación, es que los dirigentes de Podemos -y muchos de sus militantes- expliquen con sinceridad la causa de los desencuentros, enfrentamientos, expulsiones y deserciones de su partido, comenzando por la de Iglesias, que han descapitalizado y menoscabado el crédito de la formación política.

Lo que brilla por su ausencia es un análisis inteligente y veraz sobre lo que ha sido y es Podemos.

Comencemos porque deberían reconocer que la amalgama de declaraciones pomposas -¡vamos a conquistar los cielos!- y planteamientos ideológicos disparatados y reaccionarios: “Nosotros no somos de izquierda ni de derecha”, no corresponden a lo que debe ser un partido político, que al mismo tiempo se pretende situar en el espacio de la izquierda. Creer, como hicieron al comienzo, que el entusiasmo desatado por el impulso juvenil de las asambleas y concentraciones del 15-M era suficiente para crear una organización que pudiera gobernar en España, era totalmente infantil.

Todos los populismos, antiguo invento que ya se probó en el Imperio romano, poseen características semejantes:

Los líderes pronuncian agresivos discursos criticando agria y estruendosamente a los gobernantes, en defensa de los desposeídos, los “descamisados” de Eva Perón, a los que ya no llaman ni proletarios ni clases trabajadoras. Las clases no existen. Ahora son “gente”, “los de abajo y los de arriba” utilizan el término “casta” para no pronunciar el de clase.

Contra la denuncia de las explotaciones a que “los de arriba” someten a los “de abajo”, ellos les prometen “el cielo”, con el que les resolverán todos los problemas, desengaños y miserias que acumula la mayoría de la población. En el caso de Podemos no solamente las clases más necesitadas, de las que apenas conocen sus miserias, sino también los intelectuales no apacentados por el sistema, las mujeres ansiosas de avanzar más deprisa en  las reclamaciones  feministas, los universitarios que quieren labrarse un porvenir, y profesionales varios decepcionados por sus dificultados para promocionarse. Y por supuesto los jóvenes a los que se les niega el futuro. Con esta población se crearon asambleas de aluvión, donde los muy diversos participantes pudieron realizar su catarsis ante un auditorio variadísimo, en el que a ninguno de los participantes nada le importaban los sufrimientos de los demás, impacientes porque les llegara su turno de explayarse. Cuando se cansaban los organizadores de escuchar los males de los reunidos, cortaban los interminables parlamentos y comenzaron a ganarse el enfado y la animosidad de los participantes.

El éxito de las primeras elecciones se produjo por las ilusiones que habían despertado las promesas que les hicieron a los huérfanos de partido político los promotores de Podemos, y que se atrajeron el entusiasmo y la confianza de los votantes, cuando les aseguraron que cambiarían totalmente aquel estado de cosas que tanto sufrimiento les ocasionaba.

El desencanto llegó muy deprisa después de que en las primeras elecciones europeas de mayo de 2014, a que Podemos concurrió, obtuviera 5  escaños con 1.253.837 votos. En diciembre de 2015, año y medio más tarde, en los comicios de las generales, conseguía 69 escaños con 5.189.000 votos.  En la repetición de elecciones en 2016, había bajado a 42 escaños, y  en 2019 se reducía a 35.

¿Qué había pasado en tan corto espacio de tiempo? Casi nada, como era de esperar: ni Podemos podía gobernar con tal apoyo parlamentario, ni se había tambaleado el PSOE que tiene cimientos mucho más firmes, ni las reformas prometidas por Podemos se ponían en marcha. Y los votantes y militantes -si es que se pueden calificar de tales-, simpatizantes y entusiasmados seguidores, al no obtener los resultados con los que soñaban y por tanto la imposibilidad de beneficiarse de las reformas que tanto les habían prometido, con la variabilidad infantil que les caracteriza, se  desilusionaron y dispersado entre SUMAR, PSOE  y la abstención.    

El proceso siguiente siguió las mismas pautas: todavía se les votaba, pero el número de escaños descendía y por tanto su fuerza e influencia en el gobierno decrecía, por ley natural, de lo que los dirigentes no querían enterarse. Las reformas prometidas -que parecían una revolución- se quedaron en misérrimos aumentos del salario mínimo y otras limosnas de las que se vanagloriaba Yolanda Díaz que no es de Podemos. Los dirigentes de este partido, que seguían en el gabinete, pretendían hacerse notar criticando en público al gobierno del PSOE, al que pertenecían, y en el que Sánchez les había hecho un hueco por pura necesidad, lo que no conseguía más que fastidiar a Sánchez, sin lograr cambio alguno en sus directrices, crear un debate estéril en los medios de comunicación y enfadar a unos votantes y atemorizar a otros. en una escala imparable que ha concluido, hasta ahora, en los miserables 5 escaños que consiguió en la coalición con SUMAR, y que le han separado de esta formación para acabar en el Grupo Mixto.

Una de las características más decisivas del fracaso de Podemos, es que nunca creó un partido. Las concentraciones, asambleas, manifestaciones, discusiones públicas y participación en medios de comunicación no construyen un partido. Tarea mucho más sacrificada, continua, necesitada de tesón, esfuerzo y continuidad, en una heroicidad anónima que no ha tenido ni tiene Podemos. De tal forma, no constituyó grupos serios de militancia en todas las ciudades y pueblos, que son los que difunden el ideario y el trabajo del partido y cosechan los votos. Se aprovechó de los que había constituido Izquierda Unida en 30 años de sacrificada militancia, y acabó por desmontar a ésta con sus peleas internas y frivolidades. Porque un partido es un ejército civil, y si no posee la disciplina y firmeza de este no sirve para nada. Se convierte en grupitos de más o menos amigos, en clubs de reuniones y en el pantano de los cocodrilos cuando los participantes se enfrentan por cuestiones personales.   

Los dirigentes de Podemos, empezando por Iglesias y continuando por Ione Belarra, creen que tener un partido es salir en la televisión de cuando en cuando, montar un podcast, hacer declaraciones en medios de comunicación, ir a alguna concentración, presentar acciones judiciales o responder a las que les incoaron. Pero trabajar como el Viejo Topo excavando con esfuerzo los túneles que dinamiten el sistema, mediante la captación de adeptos y militantes, reuniéndose con ellos periódicamente para que no pierdan el entusiasmo, aunque sea a costa de repetir y repetir los mismos discursos y escribir las mismas proclamas hasta sentirse exhaustos, hacer análisis serios y constantes de todos los temas de actualidad, es decir, aquello que construye partido y asegura los votos, ninguno de los dirigentes podemitas sabe ni está dispuesto a hacer.

A todos estos errores y negligencias se sumó la campaña de Irene Montero por legitimar el delirio trans, para lo que tuvo una serie de adeptas y adeptos que como una secta apoyaron todos los disparates que se les ocurrió y que concluyeron en la “ley del sí es sí” y en la “ley trans”. Y provocó el rechazo frontal del Movimiento Feminista que se visibilizó en campañas en las redes sociales, declaraciones públicas, manifestaciones con enfrentamientos físicos incluidos y petición constante de su dimisión, artículos de prensa, debates en radio y televisión. El escándalo superó, en mucho, la resistencia del Ministerio de Igualdad y por supuesto la paciencia de Sánchez, que ya se había desprendido de Carmen Calvo para no seguir aguantando la polémica.

Muchas más circunstancias habría que relatar que no caben en un artículo. En síntesis, la inmadurez rayana en infantilismo de la dirección y de los afiliados, que creyeron que la política era cuestión de dar gritos en la calle, la ignorancia supina de marxismo que les impide hacer análisis materialistas de la realidad, limitándolo todo a sus deseos y fantasías, la incapacidad para ser realmente activistas y militantes, que no están dispuestos a  dedicar su tiempo y su esfuerzo a la penosa tarea de concienciar a un pueblo apático e inconsciente, cuando lo que les gusta es la discusión y las carreras en la calle, les llevaron inevitablemente al fracaso. Y como antecedentes del mismo trayecto tenemos a partidos nacidos en la Transición, y cuyo recorrido auguraba un papel influyente en el país, como UCD, UPyD y Ciudadanos, todos quemados en la misma hoguera de las vanidades.

 La nueva derrota de Podemos en este último gobierno, ha contado con la inestimable ayuda de Yolanda Díaz que ya había fastidiado a Beiras y al Partido socialista en Galicia y liquidado a Iglesias, antes de desprenderse de Irene Montero. Iglesias, que fue capaz de dimitir de la Presidencia de Podemos cuando comenzó el declive y todos los problemas se hicieron visibles, como el capitán que huye del barco cuando comienza a hundirse, dejando al frente a la desvalida e inane Ione Belarra para que cargase con la tarea de enfrentarse en solitario al PSOE.

La próxima derrota será la de SUMAR, que ni siquiera se ha convertido en verdadero partido, porque no sabe cómo hacerlo. Pero ese es el próximo artículo.

           

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