El tránsito del cielo. Mi pequeño diario: estado febril

El sábado pasado, el mismo día en que se celebra la epifanía cristiana, yo también viví mi propia epifanía. Y es que el estado febril que me fue envolviendo desde la tarde hasta bien entrada la madrugada, me serviría para entrar en un proceso de delirio nocturno.

Todo se mezclaba, las alucinaciones hipnagógicas y los sueños,hasta que en mi onírico delirio soñé lo impensable, que trabajaba y escribía para The Washington Post, dedicándome al periodismo de investigación. Había conseguido desvelar los más secretos entresijos del «deep state» y un pequeño trastero en un garaje de la Avenida Connecticut, era ya el último de los refugios, ya que por doquier me cercaban las manos negras de un neoliberalismo corrupto y de sus partidos.

Por supuesto, que esto ocurría antes de que toda la prensa mundial fuera comprada, dólar a dólar y centavo a centavo, por las grandes corporaciones económicas, llegado ese momento, se acabaron la libertad de prensa, la democracia, la justicia y, cómo no, los sueños. Desde ese instante, el mundo permanece sumergido en un letargo terrible.

Ese mismo sábado, el del estado febril, el de las sucesivas epifanías, el de las alucinaciones-o quién sabe si no serían tales alucinaciones-, ese día decía, la fiebre y el proceso catarral me postraron inmisericordes, y cuando esto ocurre, llamo a mamá, a Natalia, a Noemí, a mi querida amiga Carmen Jiménez,a Beatriz, mi médico de cabecera, a Celia, a mis hermanas. Las cito en forma remota, como si creyera que ellas me fueran a aliviar, a redimir mi fiebre, mi postración, mi fragilidad. ¿Acaso la piel, el aura, la caricia y la conversación femeninas poseen un poder salvífico que fuera más allá que el nuestro?

Al parecer, cada día me parezco más a mi admirado y querido Cesare Pavese, a un lloricón, a un quejica dependiente en un contexto cada vez más gélido y demoledor.

¿Se dan cuenta?, un simple proceso febril te despierta a los sueños que nunca debieron ser enterrados en la fosa común del gregarismo. Un elemental signo catarral te muestra tu fragilidad, la posibilidad de la mortandad, el hecho insoslayable de que portamos una conciencia de muerte y paraíso.

Un servidor de ustedes siendo un cronista del The Washington Post», lamiendo las mieles de la locura y la notoriedad a lo Truman Capote.

Es tan hermosa la fiebre, tan bello el delirio…..

Próxima publicación de este mismo autor: reseña del libro

«Matar a Prim»

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