Claustro

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CAPÍTULO 20

   Ovidio veía encauzada su misión. Antes de corresponder a las Musas y ayudarlas en su propósito de salvar el mundo debía seguir con su tarea en ese lugar extraño donde pasaban cosas asombrosas y llevar a cabo su odisea particular con esos soldados caballunos. Era el momento de decirles lo que debían hacer y porqué. 

   El oficial al mando, que se llamaba Duerbiug, acababa de asimilar las palabras de Ovidio justo cuando este apareció. 

   —Ya te dije que para vosotros iban a ser unos segundos. Bien, tenemos mucho que hacer. Convoca a toda la tropa.

   El oficial tocó a retreta y unos trescientos hombres caballizados junto con sus respectivos caballos humanizados acudieron a la cita.

   —Bien, sabréis que los 36 ancianos del trono han fallecido. Debéis ocupar su puesto para que el equilibrio entre los dos mundos, el vuestro y el mundo del que yo provengo, sea posible. Para ello necesito a 36 voluntarios. Y os aviso, os va doler muchísimo pero después tendréis una serie de poderes de los que ahora carecéis. El resto podrá ir a sus casas y hacer lo que les venga en gana. Cada uno de los 36 ancianos tendrá una misión en una de las ciudades importantes. Deberá encontrar a una persona concreta y convencerla para que esté en un determinado lugar y en una fecha que os será revelada. Si esa persona no acudiera a esa cita todo se echará al traste y ambos mundos podrían desaparecer. Es así de claro…

   Como nadie levantara su mano ni se dispusiera a dar un paso adelante tuvo que ser Ovidio quien eligiera a los 36. Algunos se negaron. Otros comenzaron a galopar por los alrededores y otros prefirieron luchar por sus vidas. Y Ovidio tuvo que conformarse con 36 caballos humanizados que relinchaban continuamente de miedo y estupor. Se encabritaban, coceaban. Saltaban por doquier. 

   El profesor comenzó el encantamiento y convocó a los espíritus de las sabios para que ocupasen los cuerpos de los caballos. Estos se retorcían de dolor y expresaban quejidos y fuertes convulsiones pero en pocos segundos todos los caballos cambiaron el rictus anterior por una mueca de disgusto.

   —¿Pero qué nos has hecho, gañán? —decía Erik Kire mientras se miraba reflejado en un charco.

   Los demás comenzaron a tirarse de sus crines y a saltar y a trotar por los alrededores. Algunos estaban contentos por volver a la vida, pero otros nunca perdonaron a Ovidio el haberles vuelto a la vida bajo la forma de un caballo por muy humanizado que fuera.

   Ovidio fue repartiendo la tarea a cada uno. A uno le mandó a la ciudad de Utopía para buscar a Tomás Moro, a otro a la ciudad de la Atlántida donde debía buscar a Critias. Grandes mundos nacidos de la imaginación fueron siendo repartidos. La ciudad de Carcosa donde vivía el Rey Amarillo; la ciudad de Kitezh, ciudad invisible donde vivía George Vsevolodovich; la ciudad de Camelot donde el Rey Arturo debía ser avisado; la ciudad de Agartha, en el centro de la tierra, donde habían buscar a Julio Verne; la ciudad de El Dorado donde debían convencer al cacique local Guaicaipuro; la ciudad de Trapalanda donde el capitán Francisco César debía ser avisado; la ciudad de Aztlan donde había de ser convencido Huitzilopochtli dios azteca de la guerra y del sol; la ciudad de Z y era a Percy Fawcett a quien deberían avisar; la ciudad de Thule y sus veinticinco tribus donde el sol no llegaba, allí deberían avisar al poeta Virgilio; la ciudad de Aquilea o Nueva Troya donde gobernaba Aquiles; la ciudad de Cíbola donde fray Marcos de Niza había de ser avisado; la ciudad de Jastinápura, capital del reino Kuru, donde el rey dios Krishna era al que tenían que avisar; la ciudad de Kalápa, capital del reino de Shambhala, y era a su monarca, Kulika, quien gobierna sentado en sobre un trono de leones a quien habían de convencer; la ciudad del manuscrito 512 donde había que avisar al que llamaban “Bandeirante”; la ciudad de Paititi donde reinaba Guaynaapoc; la ciudad de Saketa donde naciera el rey dios Rama, a quien había que avisar; la ciudad de Ys donde había de avisarse al rey Gradlon; la ciudad de Zerzura donde había que avisar a Lászlo Almásy; la ciudad de Zurinia donde las treinta y tres tribus de perros humanizados eran gobernadas por Adisei; la ciudad de Penglai Shan donde moraban los ocho inmortales, no importa a cual de ellos avisaras, cualquiera valía para el fin de nuestra causa; la ciudad de Asgard donde había que entrar en el Valhalla y buscar a Beowulf y así hasta treinta y seis ciudades. 

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