Claustro

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CAPÍTULO 18

   Después de los hechos acaecidos en el mundo de Ovidio, donde una extraña locura colectiva había transformado un mundo estático y decadente en un mundo en ebullición constante donde las Revoluciones se daban por doquier, algo acabó transformando esa transformación en un cúmulo de situaciones que llevaban directamente a la tiranía. 

   Cuando se estaban debatiendo una serie de cuestiones encaminadas a hacer de los Derechos Humanos el filo de la navaja de ese nuevo mundo, algo sucedió en la reunión de las Nuevas Naciones Unidas donde el orden del día era bien escueto. Tratar de dilucidar lo mejor para la raza humana. Se buscaban tratados para evitar las guerras y un acuerdo universal para encauzar, al fin, todos los problemas del mundo: la desigualdad tanto sexual como económica, el hambre y la falta de sanidad pública, el acceso a la educación de calidad, veraz y donde la utilidad de lo que llamaban inútil (léase literatura, arte o música) fomentase la armonía y la vocación como valor supremo, una educación para que los individuos pudieran desarrollar todo su potencial en cualquier parte del mundo. La cultura iba a volver a ser crucial. 

   La representante de la Unión Africana tomó la palabra y comenzó a argumentar la situación de su continente, siempre a disposición de fuerzas colonialistas que esquilmaban sus recursos pero no producían ningún avance en sus sociedades. 

   En el gran espacio que separa el atril de las Nuevas Naciones Unidas y el enorme hemiciclo donde reposaban las posaderas de las y los representantes del planeta apareció sin más una figura imposible. Tendido en el suelo y agarrándose su enorme cuello un ser mitad hombre y mitad caballo emitió tal brutal relincho que asustó y desconcertó a partes iguales a todos los presentes.

   El ser se levantó y, entre atónito y perdido, comenzó a mirar por todos los lados. Se puso tan nervioso que comenzó a trotar, ascendió por las escaleras centrales del hemiciclo y salió al gran atrio del edificio. Por el camino se llevó a varios secretarios y personal de limpieza por delante hasta que pareció adivinar una salida. Salió y el sol le deslumbró. Se paró un momento y comenzó a situarse. 

   —Estaba frente a ese ser deleznable devorando libros y, entonces, alguien me cortó la cabeza. 

   Gronfgold se puso sus cascos-manos en el cuello. Y pensó que ocurriera lo que ocurriera en su mundo, sin duda, ahora estaba en otro mundo. ¿Era ese el mundo de donde venía ese maldito humano que le había cortado la cabeza? ¿Qué clase de edificios eran esos que se levantaban como torres ante sus desorbitados ojos? ¿Qué podría hacer ahora en un lugar que no le correspondía? ¿Por qué le miraban asustados todos esos seres absurdos y bajitos? 

   Bajó cabalgando por una gran avenida. No sabía por qué pero tenía un hambre atroz. Su estómago estaba deseoso de probar bocado. Su lengua estaba reseca. Siguió corriendo mientras todo a su alrededor se paraba para observarle. La gente sacaba un dispositivo pequeño y se ponía a apuntarle con él. Al principio eso le asustó, creía que le iban a disparar pero como eso no ocurría se preguntó qué extraña obsesión tenían esos seres apuntándole efusivamente con ese pequeño dispositivo mientras él corría de miedo y de frustración. Cuando intentaba escapar de esos seres se dio de bruces con una biblioteca. —¡Por fin! —se dijo—. Y subió de un salto las empinadas escaleras. Superó el hall y entró por una pequeña puerta para su altura. Tras ella se quedó perplejo, un recinto cuadrangular albergaba miles y miles de libros y en el centro se agolpaban innumerables mesas y sillas con esa gente tan pálida y pequeña enfrascados en lo que parecía ser…un momento, están leyendo libros, eso está prohibidísimo, ¿pero qué hacen?, —pensó— y emitió un relincho que acabó desalojando a todos los lectores. Dio un salto de varios metros y se encaramó a una de las estanterías repletas de libros. Mientras, algunos valientes se quedaban para grabar el festín que aquel ser magnífico se estaba dando. —Se está empachando de cultura. —reían algunos mientras esgrimían en sus manos como un arma uno de los culpables de todos los males del mundo.

   Gronfgold devoraba colecciones enteras de libros de leyes. De repente se dio cuenta de que no solo su cuerpo asimilaba su alimento sino que su cerebro, por vez primera, también parecía asimilar el contenido de los libros que devoraba. Y eso fue lo que lo cambió todo. Pensó que debía hacerse abogado para conquistar por la vía legal ese mundo que tanto le había sorprendido.

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