La llamada de Dios. Microteatro

Prólogo/advertencia

LA LLAMADA DE DIOS

Una obra de micro teatro en dos actos

PRÓLOGO Y ADVERTENCIA

Por José Miguel Gándara Carretero 

Queridos lectores, no se empeñen en buscarle un sentido a esta obra, ya que es un homenaje al conocido como “teatro del absurdo” de los Ionesco y compañía, y cuyos antecedentes inmediatos se encuentran en Alfred Jarry y en los surrealistas. 

En“La llamada de Dios”, encontrarán un humor refinado y sutil, aunque por momentos, con ciertos tintes de negrura, de sarcasmo brutalmente crítico con una sociedad a la que el autor(un servidor de ustedes), cree sin orden ni concierto, donde el poder cutre y la influencia mafiosa se hacen valer. 

Risas y agrias alusiones a parte, “La llamada de Dios” ha sido escrita  pensando en aquella tarde de un neblinoso año en que fui con mamá, – gran aficionada al teatro– a ver la conocida obra del insigne y comprometido dramaturgo español Alfonso Sastre, “La taberna fantástica “. 

“La taberna fantástica “, según palabras que en su día pronunciara el propio Alfonso Sastre, es una “tragedia compleja”, y el origen de la tragedia compleja está en la conciencia precisa de la degradación social, frente a la «no conciencia» (que lleva a la ilusión de la tragedia pura) y a la «conciencia hipertrofiada» de esa degradación (que conduce al esperpento, sea el nihilista de Valle-Inclán o el socialista de Brecht)». 

El panorama de absurdidad que se les presenta en “La llamada de Dios” es la de un cuerpo de leales servidores de los verdugos del sistema, de capos cuyo amancebamiento ni ellos mismos son capaces de comprender, de la eterna espera por la consecución de una vida digna. En esta obra de micro teatro, son invocadados todos los actores del mejunge podrido, las socialdemocracias inválidas, los milicos frustrados, los reaccionarios de la alcachofa, los alienistas y los alienados, todos ellos personajes y caricaturas de un orden desordenado, un estado de derecho sin derecho y una democracia reconvertida en gerontocracia funcionarial inútil, pero muy leal a los líderes de una superestructura invisible, que nadie ha visto, cuyos nombres y caras no conoce nadie. 

El caso, es que en aquella lejana tarde en el teatro Calderón, tanto mamá como yo, salimos profundamente impresionados por el sin fin de mágicos presagios que durante la representación de “La taberna fantástica» arrullaron nuestras conciencias contra un muro de incertidumbre. Ese día, me prometí a mi mismo, que en algún momento de mi vida escribiría teatro, me convertiría en dramaturgo, en hacedor de presagios, vueltas de tuerca y prestidigitaciones diversas. 

Los personajes de “La llamada de Dios” no tienen nombre, son designados de forma genérica, adolecen de identidad, se disuelven en la masa, desaparecen entre la muchedumbre explotada, marginada. 

El teatro, desde los tiempos del carro de Tespis, se conforma como la representación de las diferentes tragedias humanas, es una catarsis, un bálsamo, una psicoterapia sobre el proscenio y de cara a las candilejas. 

Como autor y como persona, me paso la vida esperando la llamada de alguien, que de antemano, sé que nunca llegará, nos pasamos el tiempo esperando, envueltos en el absurdo de lo cotidiano, en el envés de lo extraordinario. 

Dios guarda silencio, las esperas son absurdas, la vida es desatinada, el crepúsculo y la mañana se suceden sin sentido como en un letargo nupcial. 

Les presento “La llamada de Dios”, que la disfruten. Me podrán encontrar acodado en la barra del café Ideal Nacional o entre las mesas del Lion D’or, allí les espero por si les surgiera alguna pregunta, chascarrillo teatral o duda existencial.

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