El drama de Bertincín

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Llegamos al final de la época estival y el villano de Madrid quiere tener un recuerdo en la última entrega de la serie de verano que ha desarrollado durante esta temporada para los que, por unas cosas o por otras, no han podido disfrutar de unas merecidas vacaciones. Quiero personalizarlos en el drama de un personaje arquetípico que acabo de inventarme, pero en cuya alegoría creo que reconocerán el tipo de gente a quien me refiero: Bertincín de Miramonte Oriol Entrecanales de Todos los Santos. Porque el pobre Bertincín está harto de sufrir el clasismo de los de abajo contra los emprendedores como él que se han pasado el verano en ascuas salvando la hostelería y permitiendo a muchos jóvenes obtener su primera experiencia laboral.

Mientras usted ha estado pendiente de polémicas muy propias del año 2023, como el destape de Eva Amaral o la incomprensión que ha sufrido el pobre José Luis Rubiales por una demostración de cariño hacia las niñas que con tanta ternura y dedicación ha enseñado a jugar al fútbol, mientras usted ponía todas sus esperanzas de paz y seguridad en el mundo en la rebelión del grupo Wagner, mientras usted lamentaba el cruel final del jefe de este grupo de héroes a manos del malvado Putin, mientras se preocupaba por la suerte del español Daniel Sancho, detenido en Tailandia por un desengaño amoroso un poco fuerte, mientras esperaba usted que los pérfidos golpistas de Níger fueran reducidos para que pueda reanudarse la cooperación y los niños nigerinos sigan recibiendo harina para preparar gachas, mientras usted se horrorizaba del drama de los ataques de orcas a los indefensos empresarios y emprendedores que sólo querían disfrutar del mar, Bertincín lo ha pasado muy mal para dirigir y organizar el trabajo de los pobres desarrapados a los que con tanta benevolencia ha permitido ganar dinero para pagar su alquiler y sus estudios.

El desgraciado Bertincín siempre ha sido un incomprendido. El hecho de nacer hijo de un gran empresario inmobiliario y una Marquesa le ha marcado ante los ojos de la gente. Ha sufrido toda su vida el clasismo de los de abajo. Bertincín vino al mundo en 1991, cuando su padre, el ilustre constructor don Froilán de Miramonte Urquijo, feliz por las concesiones que había logrado para las celebraciones de 1992, decidió que era tiempo de honrar a su matrimonio con un cuarto hijo. Como miembro del Opus Dei siempre había creído que la familia era lo más importante y, cuanto más numerosa fuera, mejor. Esta visión siempre fue compartida de motu propio por su mujer, la Marquesa de Coñagrande y Stewart Doña Jimena de Oriol. Se habían conocido en las reuniones de la Obra, y fundaron una familia. Como quiera que en sus encuentros románticos siempre escuchaban a Bertín Osborne, del que eran y son grandes admiradores ―y amigos personales―, pusieron ese nombre a su nuevo vástago, y lo presentaron ante la prensa como Bertincín, dado que en ese momento era el pequeño de la familia. Sus tres hermanos posteriores le quitaron ese puesto, pero el diminutivo quedó ahí.

La gente nunca ha entendido que a pesar de nacer en un ambiente de tantas campanillas y boato, Bertincín siempre ha tenido que luchar como el que más para levantar sus negocios y, además, nunca ha dejado de dar cien euros en todas las campañas del Domund. Fíjense que, cuando Bertincín fue noticia por cambiarse dos veces de colegio privado, se corrió el rumor de que era debido a sus malas notas. Sin embargo, callaron viendo que en la universidad, pese a no haber obtenido la nota de corte en selectividad, actual EBAU, y a que sus estudios se desarrollaban por ello en una privada, empezó de maravilla la carrera de empresariales. Algunos decían que la estaba comprando, pero también tuvieron que echarse atrás, ya que al final decidió vivir su sueño y fundó la cadena hostelera El Carboncín con parte del dinero que su familia había juntado desde que uno de sus antepasados participó en la toma de Badajoz por el bando sublevado de la Guerra Civil y consiguió varias hectáreas a base de contactos y saqueo ―aunque Bertincín y Don Froilán siempre han asegurado que el capitán Miramonte no participó en la represión en la ciudad extremeña y que en la famosa foto que existe de él en aquel lugar está ofreciendo tabaco a los prisioneros y no quitándoselo bajo amenazas, como asegura todo el mundo, y que la fusta que lleva en la otra mano era un mero símbolo de su posición y nunca fue utilizada contra ningún ser humano, que las heridas que muestran los prisioneros que aparecen en esa imagen eran las propias de la guerra―.

Desde entonces lo ha dado todo por vivir su sueño. Ha buscado fórmulas muy imaginativas, como contratar para el office sólo a afectados por el síndrome de Down, lo que le ha permitido recibir fondos públicos de varias comunidades por su labor de integración y gastar menos en sus sueldos, porque claro, son menos eficaces que los trabajadores normales, pero bueno, les está permitiendo trabajar. Y llegando a lo que nos interesa, todos los veranos, éste también, ha contratado muchos jóvenes a los que permite empezar a conocer el mundo laboral, razón esta por la que también ha recibido subvenciones en reconocimiento a su labor de formación. Pero nadie se lo agradece. Sólo son capaces de ver que tiene a esos mozos trabajando más horas de las que vienen en su contrato y que no tiene el equipamiento homologado. ¡No entienden lo duro que es levantar la hostelería! Claro que exige sacrificios, pero ¡qué demonios!, merece la pena.

Bertincín, por otro lado, tiene la gran deferencia hacia ellos de no interferir en su trabajo, él sólo va a uno de sus establecimientos de vez en cuando y se toma una cerveza en la barra mientras vigila cómo va todo. A veces le sirven la comida, y él se centra en las cuentas, que es lo que sabe hacer. Ha corrido por todo internet aquella imagen de una campaña que lanzó de uno de sus establecimientos en la que entró a la cocina y, tras dar un abrazo a una de las jóvenes que había contratado, abrazo que algunos consideraron demasiado efusivo, empezó a cortar una cebolla y resultó que no conocía lo que era un cuchillo cebollero ni sabía que el corte se realizaba sobre una tabla. Pero es que no es lo suyo, se defiende él. Él quiso compartir un día con sus trabajadores. Lo suyo es hacer las cuentas y reunirse con inversores y políticos para hacer viable este gran negocio.

De modo que todo el mes de junio y parte del de agosto se lo pasó de reuniones en comidas, duelos de varios deportes, sobre todo pádel y golf, y visitando de vez en cuando alguno de sus establecimientos para ver si todo iba bien.

Y también sufrió para concitar esta labor con sus obligaciones familiares. Aunque a veces ha sido criticado por las condiciones que pone a sus trabajadoras cuando tienen un hijo, los problemas que plantea para las bajas por maternidad, y los horarios en sus establecimientos, todo ello mientras él cobra también subvenciones por familia numerosa y por vulnerabilidad por tener cuatro hijos ―no está mal para tener sólo 32 años pero recuerden, Bertincín viene de familia del Opus―, lo cierto es que nuestro personaje se preocupó mucho de buscar un campamento en la sierra madrileña a sus vástagos. Debían crecer inocentes, dijo el empresario, sin interferir en sus negocios en Ibiza, la Comunidad Valenciana, la Costa del Sol…

Pero aún faltaba lo peor. Cuando quiso darse un pequeño descanso en la última semana de agosto, tuvo la noticia de que el yate de un amigo suyo había perdido el timón en un ataque de las orcas. Fíjense la dureza del verano de nuestro sujeto de estudio. Mientras ustedes veían este problema de lejos, Bertincín lo sufría. De modo que renunció a su idea inicial y, con gran solidaridad y altruismo, se fue a dedicar su semana disponible a un voluntariado en África. Orgulloso colgó una foto de su buena obra en Instagram. Sostenía una pelota de fútbol rodeado de niños africanos de corta edad con la ropa hecha girones. La comentó del siguiente modo: «Yo venía aquí a ayudarlos y son ellos quienes me han dado todo. Realmente ellos, con su bondad, tenían mucho más de lo que yo pueda juntar ni ofrecerles jamás».

La magnífica obra de Bertincín tampoco ha sido apreciada. Ya saben lo que han dicho los progres: que si romantiza la pobreza, que si así quiere a sus trabajadores, que si usó a los niños africanos para lucirse él… Iba a ser lo más parecido que iba a tener a unas merecidas vacaciones. Pero incluso esto le ha estropeado el clasismo imperante de los de abajo a los de arriba.

Además con el agravante de que no era la primera vez. Ya hace algunos años, cuando en otro verano decidió dedicar sus vacaciones a conocer la historia de Europa, su foto en Auschwitz, posando sonriente mientras lucía sus músculos de gimnasio, levantó ampollas similares. Sobre todo teniendo en cuenta que su abuelo, el Capitán Miramonte del que hablamos más arriba, se enorgullecía de tener fotos en compañía de emisarios del régimen nazi en la época en que hacía carrera en el ejército sublevado de nuestra Guerra Civil. Aunque insistimos, Don Froilán y Bertincín siempre dijeron que el Capitán no conocía las actividades de aquellos emisarios y que la frase que pronunció mientras reía a sonoras carcajadas, referida a los representantes de Hitler, «estos sí que saben cómo tratar a los gitanos», que quedó grabada en los archivos de una radio de propaganda franquista que cubría el acto, fue malinterpretada. De hecho se conoce un caso de un gitano que trabajó en los establecimientos de Bertincín.

No me digan que el drama de Bertincín y los que como él no han tenido unas vacaciones, en lugar de formarse en integrarse, como los jóvenes que tan altruistamente contrató, no merece al menos un minuto de atención.

Este artículo es, obviamente, ironía sobre la vuelta al trabajo y lo que significa para las diferentes clases, pero las fotos como las que le atribuyo a mi personaje Bertincín, son, por desgracia, muy reales.

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