Reflexiones en torno al libro ¿Por qué cayó la URSS y nació Rusia?, de José Antonio Egido 

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Por Juanlu González

El prolífico profesor Egido, tan sumamente vinculado y comprometido política y académicamente con el momento histórico que le ha tocado vivir, vuelve a la carga con una nueva publicación de esas que se antojan como absolutamente necesarias para arrojar un rayo de luz sobre las toneladas de desinformación y propaganda vertidas contra la Unión Soviética y contra Rusia. 

La guerra de Estados Unidos contra Rusia desatada en Ucrania, parece haber desempolvado los viejos manuales occidentales de manipulación de la Guerra Fría y los discursos más rancios del pasado. Es como si, de pronto, volviésemos a los ochenta y, salvando las distancias de carácter político y económico, en cierto modo es así. Tras la sistemática y planificada demolición de la Unión Soviética en los noventa, su heredera, la Federación Rusa, ha logrado sobreponerse a sus liquidadores internos y externos y pasar de ser un estado tercermundizado a convertirse de nuevo en uno de los países más importantes del planeta, tal y como corresponde a su potencial como nación. La posición geográfica, el tamaño, su historia, su cultura y sus recursos naturales, abocan a Rusia a estar siempre en el grupo de naciones más poderosas de todo el orbe. Pero los EEUU no están dispuestos a permitir el resurgimiento de ningún país independiente, aún dentro del capitalismo, que pueda hacerle sombra en el mundo, tal y como demuestran documentos desclasificados recientemente. Así que, en esas estamos, repitiendo la historia tras un impasse de poco más de 30 años. 

En este contexto, la lectura de ¿Por qué cayó la URSS y nació Rusia? es simplemente imprescindible. Buena parte de las ideas que la propaganda occidental ha grabado en el imaginario colectivo de las poblaciones europeas y norteamericanas son totalmente falsas. Lo hemos visto hace bien poco con el fallecimiento de Mihail Gorbachov. Su figura es tan admirada en Europa y Estados Unidos como odiada por los que lo sufrieron, por los pueblos del ámbito soviético. 

Frente a la desinformación, Egido aporta datos incontestables, las más de las veces provenientes de instituciones internacionales nada sospechosas de confraternizar con el comunismo, que refutan la sarta de mentiras que muchos asumen como verdaderos dogmas de la fe neoliberal. Por ejemplo, no es cierto que la URSS implosionara por problemas económicos. Las cuentas soviéticas eran realmente positivas hasta que los liquidadores externos y los quintacolumnistas las hicieron colapsar. Indicadores como el PIB, la productividad, los ingresos de la población… presentaban a finales de los ochenta guarismos positivos. Como señala el profesor, en 1988 la URSS era la tercera economía mundial según su PIB anual de 2.500 millones de dólares. 

También es falso e interesado el relato de las vidas opulentas de los dirigentes comunistas frente a la pobreza de la población. Al contrario, los cuadros políticos solían cobrar menos que en su desempeño profesional habitual y muchos de ellos llevaban vidas absolutamente ejemplificadoras y austeras, justo lo contrario de lo que sucedió desde la llegada de Yeltsin o Gorbachov al poder. Es justo en ese momento histórico donde el libro se hace más exhaustivo y donde se citan con nombres y apellidos a decenas de los protagonistas del abandono de los pilares del socialismo desde los años sesenta del pasado siglo. Estos elementos contrarrevolucionarios actuaron inicialmente de manera más sibilina, inspirando determinados cambios de denominación supuestamente inocuos en textos legales o en posicionamientos ideológicos de congresos del Partido Comunista de la Unión Soviética, hasta atacar de manera abierta y directa a las bases mismas del sistema comunista y a su glorioso pasado. Así se abandonó el concepto de Dictadura del Proletariado o el principio de la lucha de clases, al convertir al PCUS en el partido de todo el pueblo y no el de la clase obrera. Así también se produjo la desestalinización de la URSS, justificada bajo la supuesta lesividad de los cultos personalistas. 

Pero no se trata únicamente de cuestiones internas, Egido nos acerca, una vez destruido el poder político y económico soviético, a la demolición —que no desintegración— externa e incontrolada de toda la URSS, pero también a los intentos de acabar con Rusia, esos que vemos que aun hoy no cesan. Estados Unidos, Alemania, Japón y otros países se confabularon en la división de la Unión Soviética para hacerla controlable, manipulable, débil, saqueable e irrelevante en aquel presente y en el futuro. Enumera las guerras y los conflictos, no pocos, que surgieron tras los intentos imperiales de hacerse con el control de los recursos de las repúblicas soviéticas y sus rutas de evacuación y comercialización. 

El colapso económico provocado por la imposición del capitalismo y sus consecuencias sociales y humanitarias en los noventa merece su espacio en la publicación. La venta a precio de saldo de la URSS, la toma del control por parte de las mafias, las privatizaciones… la sumieron en una catástrofe inimaginable solo unos pocos años atrás. Mendicidad, paro, trata de blancas, narcotráfico, disminución significativa de la esperanza de vida, malnutrición, crisis demográfica, etc., fue el sinónimo del capitalismo para la inmensa mayoría del pueblo soviético. 

Que nadie se extrañe, pues, cuando estos días las banderas rojas con hoces y martillos ondean en las viviendas de la gente sencilla de Rusia y de todo el mundo soviético. Las reformas se hicieron contra el sentir de los pueblos y se impusieron por la fuerza, despojado este de herramientas efectivas para combatir el latrocinio y la represión proveniente de los liquidadores fascistas contrarrevolucionarios que controlaban los resortes del estado con la ayuda de la CIA, el M16 británico y otros servicios secretos extranjeros. Detenciones, asesinatos selectivos, uso del ejército contra protestas pacíficas comunistas, fraudes electorales… jamás han sido contadas ni han merecido la atención que debieran en las crónicas de Occidente. 

Es justo por eso por lo que esta publicación se torna tan interesante. Afronta una de las etapas del pasado reciente de la Humanidad que más tergiversación ha sufrido, mediática y académicamente hablando. Su esclarecimiento no es solo cuestión de justicia histórica, también es la mejor manera de entender el presente y de sopesar hacia donde se dirige el mundo en su viaje sin retorno a la multipolaridad política, institucional y económica. 

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