Europa: el gran no-dicho de El Jacobino

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Alexandre García Turcan.

Este artículo pretende ser una crítica al think tank El Jacobino, organización que de un tiempo a esta parte ha dado de qué hablar por ser un proyecto que ha generado ilusión en mucha gente desencantada de la vieja política. Una crítica que invite a la reflexión no solamente en el propio Jacobino sino además en el conjunto de la izquierda (por ponerle un epíteto, llamémosla “transformadora”), e incluso en el conjunto de toda la sociedad española. Y si he escogido a El Jacobino como diana es 1) precisamente porque es la organización que – tal vez – tenga más potencial a medio plazo para proveer una oferta política diferente, 2) pero que a la vez tiene una contradicción que se puede calificar de mayúscula, viniendo de una organización que pretende defender la soberanía nacional.

Tal como lo veo, El Jacobino, organización que cuenta con figuras como Guillermo del Valle, Javier Maurín, Arturo Fernández Le Gal, Marc Luque o Paula Fraga (aunque en el caso de esta última, es evidente que su propósito es utilizar El Jacobino como plataforma para introducir su agenda particular, comunitarista y anti-republicana), es una organización que aspira a construir una izquierda políticamente definida que se reclama de lo que en el pasado fue la cuarta generación de izquierda políticamente definida, es decir la izquierda socialista o socialdemócrata, según la taxonomía de Gustavo Bueno. Y en mi opinión lo de “políticamente definida” se justifica porque El Jacobino defiende un proyecto realmente definido con respecto del Estado: un Estado-nación unitario y centralista que asegure cuestiones básicas como la justicia social, los servicios públicos, la defensa del mundo del trabajo, la solidaridad inter-territorial, la redistribución de las rentas, las pensiones, la reindustrialización del país, etc., y que incluso defiende algo que debería ser una obviedad, que es que cada español debería ser igual en derechos y deberes independientemente de donde haya nacido o esté empadronado. Cierto es que eso es lo que dice a menudo Santiago Abascal (aunque una verdad es una verdad la diga Agamemnón o su porquero), pero esto no es ni más ni menos que la herencia de lo que en su día fue la primera generación de las izquierdas políticamente definidas, es decir la Izquierda Jacobina surgida de la Revolución Francesa.

Defender la unidad y la solidez del Estado-nación no es nacionalismo, es izquierda en su más pura esencia

Y además, en defensa del propio Jacobino, hay que dejar algo claro, y no cansarse nunca de repetirlo: El Jacobino no defiende una suerte de nacionalismo rancio y exclusivista (véase “opresor” según algunos) que, según la falacia de pendiente resbaladiza en la que incurren algunas mentes deshonestas que quisieran asimilar El Jacobino a lo que ellos llaman “fascismo” (que es un concepto un tanto vago y abstracto, un no-concepto como lo pueden ser “comunismo”, “extrema derecha”, etc.) No, no se trata de eso en absoluto. Se trata de decir que sólo en el marco de un Estado-nación fuerte, se pueden asegurar cosas tales como la solidaridad intergeneracional que asegura las pensiones, las transferencias de rentas de un territorio a otro, una fiscalidad unitaria, una seguridad social fuerte, unos servicios públicos universales y sólidos, etc. Y esto no solamente lo digo yo, también lo dice Stuart Medina Miltimore (poco sospechoso de “rojipardismo”) en su obra “El Leviatán Desencadenado”: a día de hoy, en pleno siglo XXI, no hay mejor instancia que el Estado-nación para asegurar la prosperidad. Eso sí, para eso es imprescindible tener soberanía monetaria, pero ya volveremos sobre este punto.

Sin embargo, cuando algo se convierte en un monotema, hasta el punto de que un tren esconde a otro, se convierte en un problema

Ahora bien, lo que ya se vuelve irritante en algunas personas del entorno de El Jacobino (y no solamente en El Jacobino, también se puede observar en algunos youtubers que elaboran planes y programas para construir una gran civilización iberófona) es que al oírles hablar pareciera como si el único problema del país fuesen los separatismos periféricos o el estado autonómico del llamado “régimen del 78”, hasta el punto de que llegan a ignorar completamente las cuestiones socioeconómicas. Y no estoy exagerando en absoluto, basta con mirar de qué hablan en sus redes sociales (en este sentido Pedro Insua es un ejemplo paradigmático). Es más, hasta se ven a veces en redes sociales a simpatizantes de El Jacobino (o incluso de otros creadores de contenido como Santiago Armesilla), estar literalmente obcecados con la cuestión del separatismo y de la unidad del Estado hasta el punto de convertirse en un monotema que ralla la obsesión. Pero bueno, esto no es nada nuevo: se llama fetichismo.

No se trata de negar que el separatismo supone un problema muy grave. Pero como se solía decir en las estaciones de tren en Francia: “Cuidado, un tren puede esconder a otro”. Lo que se quiere decir con esto es que cuando cuestiones de este tipo se convierten en un monotema hasta el punto de ser prácticamente incapaz de hablar de otra cosa (exactamente lo mismo ocurre con aquellos o aquellas que hablan exclusivamente de cuestiones de mujer, como es el caso de Paula Fraga o Násara Iahdih – aquí estaríamos más cerca del concepto de “izquierda extravagante” que de izquierda definida), el resultado es que lejos de luchar contra un sistema que perjudica a los trabajadores y a las clases más desfavorecidas, lo que ocurre es que precisamente se le está haciendo el juego al neoliberalismo (que intuyo que es uno de los grandes enemigos de El Jacobino), porque al actuar así, lo que se viene a hacer es retirar del debate público las cuestiones socioeconómicas. Esto es exactamente lo que hacen Pedro Insua y Paula Fraga, por no mencionar a otras figuras frívolas como Roberto Vaquero, que algunos considerarán un político, cuando no es más que un creador de contenido como lo puede ser un UTBH o un David Santos, sólo que con menos talento. Y cuando digo que está gente retira del debate público las cuestiones que más importan, no digo que lo hacen ocasional o frecuentemente. No, lo hacen sistemáticamente. Afortunadamente no es el caso de todos los dirigentes de El Jacobino, como explicaré más tarde.

Por lo tanto, aquellos que se dejen llevar por este tipo de deriva (algunos inconscientemente, otros no), por mucho que pretendan ser opositores a PSOE, Podemos, IU, Frente Obrero o cualquiera otra formación que simpatice con el nacionalismo o sea cómplice del separatismo, al final, en lo que respecta a las cuestiones que realmente importan (que luego veremos cuáles son), acaban por no diferenciarse en nada de ellos. A efectos prácticos (pues los resultados concretos de una política son lo único que importa para juzgarla), no se diferencian en absolutamente nada.

Y no se trata de decir que todo el mundo está obcecado con un monotema. Para nada. Pero el gran problema que existe en España (y esto concierne a todo el espectro político, de la extrema izquierda hasta la extrema derecha) es lo que el matemático y lingüista francés Arnaud Aaron-Upinsky denominó síndrome del hortelano (que no tiene nada que ver con el hortelano que tenía un perro que ni come ni deja comer, sino con el ave conocida como escribano hortelano). Dicho síndrome consiste en una ceguera colectiva que impide a un pueblo ver las causas de sus problemas, y por lo tanto resolverlos.

Lo que afirmo es que no sólo el pueblo español, sino también – cosa que es mucho más grave – la totalidad de las formaciones políticas en España no son capaces de hacer una lectura correcta de la situación que permita empezar a coger el toro por los cuernos. Y si tienes un partido político que nace con la voluntad de cambiar las cosas, pero que al mismo tiempo es víctima del síndrome del hortelano, ese partido, tarde o temprano, estará ineluctablemente abocado al fracaso.

Lo voy a ilustrar con un ejemplo. En una intervención televisiva en diciembre de 2019, Guillermo del Valle, hacía las siguientes declaraciones sobre la tasa de paro que había en aquella época en España (que en aquel momento era del 13,78%):

“Es un problema estructural y grave. Es un problema central y nuclear, un problema de los que sí nos deberíamos preocupar. Es un problema difícil de abordar de manera sintética, porque tiene muchas aristas y muchas implicaciones. Por supuesto, no sólo es el dato en sí, sino también el modelo productivo en general. Por un lado está el modelo productivo que hay en España, que tiene mucho que ver con un proceso que ya data de finales de la década de los años 80, y desde luego de la década de los 90, de desindustrialización absoluta en España. Y por otro lado una dependencia de un tipo de economía, que en muchos casos es la economía mal llamada “colaborativa”, que ha encubierto una precariedad laboral ingente. Las reformas laborales que se han ido concatenando en nuestro país – y hay que señalarlo – tanto por el Partido Popular como por el Partido Socialista, han ido en una dirección muy clara, que ha sido una dirección precarizadora, de degradación de la negociación colectiva, de sustitución de una negociación colectiva sectorial por una negociación colectiva de empresa, de abaratamiento colectivo del despido… Bueno, no sé qué resultados ha tenido esto, pero no parece que haya tenido resultados buenos. Yo creo que hay que trabajar por un modelo productivo que no esté basado en la devaluación salarial, que no esté basado en la degradación de las condiciones salariales y de vida de los trabajadores… Y no sólo es la gente que está en el paro, que obviamente es un drama, también es la cantidad de trabajadores pobres y precarios, lo cual tiene implicaciones desde el punto de vista de la natalidad, o desde el punto de vista de nuestra propia pervivencia como Estado.”

Debo reconocer que me gustaron estas palabras cuando las escuché, porque hacía tiempo que no veía un responsable político de izquierdas, volver a la izquierda de aquella manera, es decir hablando de las cuestiones socioeconómicas, además con un lenguaje claro, sencillo y comprensible. En definitiva, el discurso de la izquierda obrerista de toda la vida con la cual me identifiqué cuando empecé a militar en política.

Sin embargo, creo que aquellas declaraciones fueron verdades a medias, porque en ese momento Del Valle parecía ser víctima del síndrome del hortelano al cual hice mención antes (aunque sospecho algo peor, que es que sabe perfectamente cuál es la realidad, pero no la quiere decir en público). Con la consecuencia de que en su discurso había lo que el filósofo marxista Michel Clouscard llamaba un no-dicho, expresión que empleaba para referirse a las estrategias de dominación liberal sobre el mundo del trabajo, que, precisamente, para que funcionen no deben ser reveladas por nadie. Es decir, deben ser un no-dicho, un fantasma que recorre Europa cuya existencia es conocida de todos pero de la que nadie habla al ser un tema tabú.

Lo que afirmo es que la pertenencia de España a la Unión Europea es el gran no-dicho de nuestra época. Y me explico.

Lo que con justeza denunciaba Del Valle en la televisión tiene un nombre: se llama neoliberalismo. No hace falta buscarle tres pies al gato. Ahora bien, ¿qué es lo que permite al neoliberalismo imperar en España y en otros países europeos, con mayor o menor intensidad según los países? Pues no es otra cosa que el golpe de Estado que dio el neoliberalismo en 1992 con la imposición del Tratado de Maastricht. Y, 31 años después, seguimos en la misma Europa Maastrichtiana.

Dicho esto, sin desmerecer lo justo de las declaraciones de Del Valle, hay en su discurso cosas que son cuanto menos sorprendentes, y que se repiten casi constantemente, no solamente en su caso sino en toda la izquierda institucional:

  • ¿Cómo es posible hablar de las últimas reformas laborales del PP y PSOE, dando a entender que ambos partidos son los que toman las decisiones en nuestro país, cuando ambas reformas laborales son exigencias de la Comisión Europea, que la misma impone a España a través del artículo 121 del Tratado sobre el Funcionamiento de la Unión Europea? ¿Cómo es posible denunciar al ejecutor, pero evitando sistemáticamente denunciar al auspiciante?
  • ¿Cómo es posible decir que se están imponiendo los convenios de empresa sobre los convenios de sector, sin decir al mismo tiempo que es una exigencia sempiterna de la Comisión Europea desde hace años y años, y no solamente en España sino en otros muchos países de la UE?
  • ¿Cómo es posible decir que tenemos un modelo productivo basado en la devaluación salarial, y no decir que dicha devaluación interna se debe a que no hay margen para una devaluación externa por nuestra pertenencia al euro?
  • ¿Cómo es posible denunciar que a partir de los años 80 se inició un proceso de desindustrialización del país (ya decía Carlos Solchaga que “la mejor política industrial es la que no existe”) sin acto seguido decir que eso fue el peaje aceptado por el gobierno de Felipe González para entrar en el Mercado Común?
  • ¿Cómo es posible indignarse de que los partidos nacionalistas-separatistas chantajeen al Estado en el mismísimo Congreso de los Diputados, que como bien señala Del Valle es la cámara que representa a la soberanía nacional, y no indignarse cuando dicha soberanía nacional es violada en una medida infinitamente mayor por nuestra pertenencia a la Europa Maastrichtiana?

Estos son solo algunos ejemplos de grandes no-dichos favorecidos por el síndrome del hortelano, y no creo que lo que diga sea algo demencial ni radical (en el mal sentido de la palabra, pues sí pretendo ser radical en el sentido sano de la palabra, es decir “ir a la raíz de las cosas”, lo cual es precisamente lo que evita hacer El Jacobino).

Y el hecho objetivo es que, al hacer política de esta forma, lo que se hace es ocultar quiénes son los responsables últimos de estos “problemas que de los que sí nos deberíamos preocupar”, con lo cual es del todo imposible resolver los problemas de nuestro país. Y al final lo que ocurre es que los que actúan de tal manera no se distinguen en nada de las viejas fuerzas políticas que conforman el espectro político de nuestro país, desde IU-Podemos a VOX. Es preciso hacer una gran reflexión sobre esto.

Claro que a esto se podrá objetar una serie de cosas:

Por una parte, se podrá argüir que en la página web de El Jacobino, en el apartado “Soberanía”, se dice: “España debe mostrar una posición crítica con Maastricht y la actual arquitectura del euro.” ¿Pero qué significa esto concretamente? Tal y como está redactado, lo que parece querer decir es que se acepta el espíritu Maastricht, pero siendo críticos con cómo está configurada la Europa de Maastricht (la sempiterna frase “se hizo una unión monetaria pero sin unión política y fiscal, esto es lo que hay que corregir para que Europa funcione”). Bien, pues eso no es ningún plan novedoso: esto es lo que Izquierda Unida lleva haciendo desde hace 31 años, con un resultado equivalente a cero. En este sentido no se puede decir de El Jacobino que sean precisamente originales.

Después, si se dice que hay que ser “críticos con la actual arquitectura del euro”, lo que se está diciendo es que España debe permanecer en el euro. Cosa que no casa muy bien con la tradición jacobina, socialista y republicana de la que se reclama El Jacobino, y que además a efectos prácticos supone una aceptación total del neoliberalismo. Que alguien me explique cómo se va a transformar nada aceptando de inicio estas reglas del juego.

Ya para para finalizar, una pequeña reflexión. Si hubiese compañeros que me dijeran que soy yo el que está obcecado con las cuestiones europeas (cualquiera que haya leído mis artículos desde 2017 sabrá que es totalmente falso – por no hablar de mi libro), yo contestaré lo siguiente:

Imaginemos que estamos en España en el periodo que media entre 1808 y 1814. ¿La situación estaría bastante clara, verdad? ¿Lo que se debería hacer, también estaría bastante claro, verdad? Bien, pues imaginemos que en plena guerra, tenemos a una persona que en un periódico escribe día sí y día también a lo largo de 6 años sobre el separatismo catalán o sobre feminismo. La pregunta es sencilla: ¿lo veríais como algo normal?

Mucha gente pensará que estoy exagerando mucho, porque no estamos en guerra.

Pero no estoy exagerando en absoluto. Por supuesto, hay diferencias en tanto en cuanto no estamos inmersos en un conflicto militar y no hay gente muriendo en combate.

Pero esas diferencias son relativas a la forma, no al fondo. Por lo demás, la situación es exactamente la misma. Nos encontramos bajo ocupación. No es una ocupación directamente militar, sino que es una ocupación de nuevo tipo: una ocupación jurídica, monetaria, mental, mediática, institucional, etc., pero una ocupación al fin y al cabo. Y por lo tanto estamos en guerra. Una guerra diferente, como decía François Mitterrand al final de su vida, “sin muertos aparentemente, y sin embargo una guerra a muerte”.

Otra cosa es que no nos demos cuenta de ello.

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