¿Varios tipos de transexualidad?

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Pilar Aguilar Carrascoanalista y crítica de cine. Presidenta de Feministas al Congreso.

Actualmente la palabra “transexualidad” (y, no digamos ya, la de “trans”) recubre realidades muy distintas.

Existen, por ejemplo, autoginéfilos (hombres a quienes les excitan imaginarse o pensarse como mujeres), existen niños que, desde edades muy tempranas, sienten rechazo a su realidad sexuada (y/o al rol que conlleva) y existen quienes se convierten al transactivismo por contagio, moda, rebeldía, escapismo…

Del primer grupo no voy hablar, pero sí de los otros dos. Empiezo por el último.

Está formado, sobre todo, por chicas pre y adolescentes. Siente gran malestar ante una realidad que perciben como opresora y limitante.

Y ven dos salidas para sus miedos e inseguridades:

1. la que propone construirse y madurar durante años (y sin garantías, pues el futuro siempre tiene un componente complejo e incierto). Ante esta solución, su impaciencia adolescente se rebela y grita: “¡Cuán largo me lo fiais!”.

2. la salida sencilla e inmediata: “Ya, mañana mismo, toma estas pastillas, verás qué bien”. Es una opción que los medios, las redes sociales, las ficciones, les venden como fácil y al alcance de la mano… una especie de varita mágica. Acompañada, además, de un aura guay, moderna, rompedora: basta con mirar todos esos personajes trans que pueblan series, programas, espectáculos, eventos…

Adolescentes y niñas (y niños también, claro, pero niñas más) con problemas de autoestima, agobiadas por exigencias estéticas, disgustadas con los roles de la “feminidad”, que rechazan las normas y estereotipos (chicos poco agresivos y poco “brutotes”, chicas poco coquetas y bastante “brutotas”), que han sufrido violencia sexual, homofobia, acoso de sus pares, depresión, etc. optan por la “poción mágica”: inocua, enrollada, supermoderna, “valiente”.

“¿Tus padres no quieren? Son terfs. Aunque, mejor si no quieren, así demuestras tu rebeldía. Tú sabes perfectamente quién eres. No necesitas que nadie te lo diga. Sé tú mismo/a/e”.

¿Pensáis que exagero? ¿no conocéis la propaganda que se reparte en los centros escolares, ni estáis al tanto de lo que dicen los medios de masas y las redes sociales, ni sabéis cómo funcionan las presiones en grupos de iguales?

Si una niña de 14 años quiere casarse, los progenitores pueden impedírselo (y, ojo, casarse no es una decisión irreversible). Si un adolescente pide tomar hormonas de crecimiento, necesitará ser debidamente diagnosticado de enanismo por un profesional. Si un niño de 13 años desea irse de viaje, no podrá hacerlo sin permiso. Pero, si quiere “cambiar de sexo” (cosa imposible por otra parte), con la ley trans, nadie podrá oponerse.

¿Y el segundo grupo? Niños (en este caso hay más niños que niñas) que desde muy temprana edad afirman querer ser del sexo contrario. Es decir, que, desde muy pequeños, presentan un problema psicológico.

Ya oigo voces indignadas: “¡No es un problema!” ¿Ah, no? O sea ¿sentir rechazo ante tu realidad sexuada no es un problema? Y, ojo, que sea un problema no significa que haya que reprimirlo ni ignorarlo, significa que hay que tomárselo en serio y tratarlo. ¿Tratarlo con electroshocks o con castigos? No, por supuesto. Hay que tratarlo con profesionales debidamente formados para atender este tipo de casos. Tratarlo significa indagar el porqué de sus palabras, averiguar qué está diciendo: ¿quiere ser como su mamá? ¿le gustan mucho más las ropas y los juguetes de niña? ¿los otros niños le parecen unos brutos y él no desea ser así?

Porque, desde luego, nadie nace con un cerebro rosa o azul. Sí se nace con un sexo (la intersexualidad no invalida esta afirmación, igual que el hecho de que nazcan personas con solo un riñón no invalida la afirmación de que los humanos tenemos dos). Se nace con el sexo impreso en cada célula (y tenemos más de 37 billones de células en nuestro cuerpo), pero el género es un constructo social, no se puede nacer con él.

Se entiende la angustia de progenitores cuya criatura presente este problema. No se entiende que la banalicen, la frivolicen ni que concluyan: “No pasa nada, ha nacido así”. Como si hubiera nacido con los ojos negros o el pelo rubio. Cuando un niño se cae y llora, acudimos a socorrerlo y consolarlo y, casi instintivamente, como primera reacción, le decimos “No pasa nada”. Pero miramos a ver si no se ha roto algo y, si hay síntomas inquietantes, lo llevamos a consultar un profesional. Esa es nuestra responsabilidad, no la de entablillarle el brazo por nuestra cuenta o dejarlo que la criatura lo haga por la suya.

Y vale, me diréis: hay niños que, a pesar de ser convenientemente atendidos, persisten y persisten. Bien, si al llegar a la edad adulta, siguen rechazando su realidad corporal, nadie se opone a que se hormonen y se operen a fin de que puedan encontrar un equilibrio vital. ¿Tiene esto algo que ver con la locura pro trans que estamos viviendo? Nada, estrictamente nada.

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