Almudena Rodrigo Mora, Integradora Social, Educadora Infantil e integrante de Espai Figa.
La rebeldía se paga. Y si eres mujer, sale cara.
TERF no es solo un adjetivo. Ni siquiera podemos llamarlo insulto, sería de un simplismo injusto que no nos permitiría abordar y analizar la carga peyorativa que va mucho más allá de su significado y significante. TERF es la última forma de deshumanización hacia las mujeres adoptada por el patriarcado. Es la excusa perfecta para denostar a las feministas tras el escudo de la progresía y la inclusión. Cuatro letras que lo impregnan todo de la misoginia más enraizada y que se mantiene anquilosada en el sistema cultural en que vivimos. Inalterable, perpetua, mutable solo en apariencia, pero firme en su esencia: nos llamaron brujas, nos llamaron locas, nos llamaron histéricas, feminazis, y ahora TERF(A)S.
Una mujer que disiente no es aceptable, una mujer que se sale del dogma establecido y se atreve a saltar las cercas del redil acrítico en que vivimos inmersas en cuestiones que nos apelan directamente, debe ser marcada para que las demás mujeres sepan que no hay impunidad ante tal fechoría. Y ya sea quemadas en una hoguera o señaladas como TERF, la esencia es la misma: acallar las voces de las mujeres. Silenciarnos. Amedrentarnos. Controlarnos.
Los métodos han cambiado, pero las dinámicas y el fin son los mismos. Incluso ellos, los verdugos, han cambiado. Ahora votan orgullosamente partidos de izquierda que compiten entre sí para ser los más feministas y se autoproclaman aliados, aliades, aliadxs del movimiento. Mientras tanto, cada día, desde esos mismos espacios a las mujeres se nos humilla al son de TERF como si de un argumento válido e incontestable se tratase. Pero, ¡ay!, las feministas estamos curtidas en una lucha de más de tres siglos y cuatro letras no nos van a amilanar. Cada embestida nos hará más fuertes. El patriarcado disfraza sus garras, pero nos tiene de frente.
