Stonewall y el movimiento trans

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Cristina Lozano González, filósofa.

Estos días estamos viendo en los medios y en las calles todo tipo de actos en los que se enarbolan banderas arcoíris. Lo que empezó como un día de reivindicación de la orientación sexual de lesbianas y gais, se ha convertido con los años en más de una semana de pronunciamientos, desfiles con pregón y espectáculos a favor de lo que se ha venido en llamar “celebración del orgullo gay”, dejando por el camino no sólo incluir a las lesbianas en la designación de la celebración, sino también gran parte de los objetivos que dieron lugar a ella. ¿Pero, cuales fueron esos objetivos?

Poco se sabe sobre el origen y el sentido de esta “fiesta” que se inició en los años 60 del pasado siglo en EEUU como una rebelión para conseguir unas leyes más justas que acabaran con la discriminación de las personas homosexuales. En esos años, poca gente se atrevía a hablar de su orientación homosexual con naturalidad y, por lo tanto, los lugares de ocio que podían frecuentar como colectivo eran mínimos y se movían dentro de la marginalidad puesto que solían estar dominados por las mafias.

Stonewall Inn era uno de esos lugares. Se encontraba en Nueva York y las redadas y la violencia policial eran habituales tanto en él como en el resto de este tipo de locales. No obstante, una noche algo cambió y, aunque no fue el inicio del movimiento por los derechos homosexuales puesto que ya habían tenido lugar otras acciones anteriormente, lo que ocurrió en esa ocasión marcó un antes y un después en la lucha del colectivo.

La noche del 28 de junio de 1969 hubo una redada en Sonewall Inn que parecía que sería una más. Sin embargo, durante la revuelta una mujer lesbiana, Stormé De Larverie, que estaba siendo increpada por la policía animó a la gente que estaba allí a dejar de mirar y ayudarla. A raíz de esta situación comenzaron unos disturbios conocidos como “la protesta de Stonewall” que tuvieron gran repercusión en la comunidad internacional de lesbianas y gais, trascendiendo finalmente al gran público, que empezó a ser consciente de la injusticia social que suponía la discriminación a que eran sometidos las y los homosexuales.

Hasta aquí, parecería una historia con final feliz. Pero, las cosas raras veces acaban como parecen. Aunque el reconocimiento de derechos de lesbianas y gais en nuestros días es innegable, en los últimos años estamos presenciando un paso atrás promovido por la ideología de la identidad de género que se materializa en un intento de anulación de las orientaciones sexuales. Esta ideología ha nacido, paradójicamente, en el seno de colectivos que se han ido sumando en los últimos años al inicial movimiento LGB con las siglas que se aglutinan a partir de la denominación “trans” hasta formar casi un abecedario. Se trata de movimientos que nada tienen que ver con la homosexualidad como tal y que se intentan aprovechar del merecido respeto social ganado por el colectivo LGB.

La confusión creada por la yuxtaposición de las siglas LGTBIQA+ es enorme, la mayoría de las personas no saben qué quieren decir cada una de las letras y creen que están representando al movimiento homosexual cuando en realidad lo están fagocitando. Para entender mejor de lo que estamos hablando veamos brevemente lo que significan estas siglas:

L: lesbiana. G: gay. B: bisexual. T: transexual. I: intersexual. A: asexual. Q: queer.
+: cualquier tendencia sexual, estética o identitaria que quiera integrarse en el colectivo y no pertenezca a ninguna de las letras anteriores.

En ese conglomerado de siglas la pérdida de influencia de las letras LGB en el movimiento en pro de la T -que en su inicio representó en exclusiva la transexualidad y que ahora intenta ocupar todo el espacio- hace que se esté reinventando la historia del colectivo. Un ejemplo de este falseamiento de los hechos es que pocas veces se habla de la lesbiana Stormé DeLarverie como iniciadora de la rebelión de Stonewall, sino que se afirma que la rebelión fue debida a personas transexuales englobadas ahora dentro del paraguas Trans.

Debido a este tipo de situaciones, en la actualidad están surgiendo agrupaciones en las que se aglutinan personas bajo las siglas LGB -como Alliance LGB– e incluso, solamente con la L de lesbianas -como Get The L Out-, puesto que, como ocurre habitualmente en muchas de las agrupaciones mixtas, las mujeres somos desvalorizadas, cuando no explotadas o marginadas. Pero la mayoría de la gente desconoce esta situación y los medios de comunicación no ayudan a saber más sobre lo que está pasando.

Una de las grandes contradicciones que nos encontramos es que, mientras las personas homosexuales y bisexuales hemos luchado durante décadas para que la sociedad deje de considerarnos fuera de lo normal, ahora se ha añadido al colectivo la sigla Q que representa la palabra “queer” -en inglés: “rara/o”-. Las personas LGB no somos raras y no comprendemos que se haya tolerado la incursión de la “Q” en nuestro colectivo.

Pero con todo, lo más problemático con lo que nos enfrentamos como colectivo no es la “Q”, sino el resto de siglas añadidas que representan cuestiones no sólo diferentes, sino opuestas a la causa homosexual e incompatibles con los objetivos del movimiento LGB.  No es posible luchar por los derechos de las y los homosexuales, -personas que nos sentimos atraídas sexualmente por sujetos del mismo sexo- mientras se habla de identidad de género o de sexo sentido y se afirma que ni los genitales ni los caracteres cromosómicos que nos definen como seres sexuados, son reales; siglas desde las que se afirma que lo esencial en las personas es nuestro sentimiento de mujer o de hombre y no lo que somos biológicamente.

También es urgente que las lesbianas nos movilicemos en contra de la cultura de la violación que estamos sufriendo por hombres autoidentificados como mujeres que no titubean en presionarnos para conseguir relaciones sexuales. Hombres que afirman que sus penes son femeninos y que se quejan de sufrir discriminación cuando son rechazados por lesbianas que no nos “tragamos” semejante patraña. Hombres que niegan la realidad de que sólo las mujeres podemos ser lesbianas. En esta situación, es necesario que el movimiento LGB en España se dé cuenta, como lo está haciendo en otros países, de la misoginia y homofobia internalizada que estamos viviendo en el colectivo y que digamos bien alto, sin miedo, que una mujer-trans no es una mujer.

Permitir que hombres autoidentificados mujeres entren en los espacios segregados por sexos aludiendo al llamado “sexo sentido” pone en peligro los derechos de todas las mujeres independientemente de nuestra orientación sexual. Lo que nos define como mujeres es nuestra biología, nuestros cromosomas XX en contraposición con el de los hombres XY. Esto, es lo que hace que sea una grave amenaza para nosotras la introducción de leyes -como el proyecto de ley trans en trámite en nuestro país- que no reconocen el sexo como un hecho material, biológico e inmutable, porque la opresión que padecemos las mujeres está basada en nuestro sexo y si éste deja de ser considerado, nuestras reivindicaciones pierden por completo su base.

Defendamos, por tanto, el sexo como la característica incuestionable que es, defendamos las orientaciones sexuales y los derechos de las mujeres y señalemos la misoginia y homofobia del transgenerismo y sus derivados. No dejemos que se traicionen los objetivos de Stonewall.

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