El Día de la Victoria

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Este año el mundo celebrará 77 años del fin de la II Guerra Mundial que, en paralelo, significó la derrota del régimen nazi instaurado en Alemania bajo la conducción de Adolfo Hitler 12 años antes, en enero de 1933.

La fuerza vencida, representada por el general Wilhem Keitel, firmó la rendición de su país ante el Mando Soviético liderado por el Mariscal del Ejército Rojo Gueorgui Zhukov luego de una horrenda guerra de exterminio y de muerte que legara a la humanidad cuantiosas pérdidas.

La ceremonia tuvo lugar el 8 de mayo a las 22 y 43 minutos, pero en la hora de Moscú era ya las 0.43 de la madrugada, razón por la cual se consideró siempre el 9 de Mayo como el Día de la Victoria. Hoy, conserva esa denominación.

Conmemorar esta fecha, y celebrarla, implica el reconocimiento al heroísmo de quienes hicieron posible la caída de las fuerzas del Eje, y la quiebra de un proyecto genocida que intentó esclavizar al mundo. “Un milenio de dominio Pardo”, fue la promesa de Hitler cuando, acicateado por el Poder de Grandes Corporaciones germanas, se lanzó a la aventura de sojuzgar al mundo.

La historia de este conflicto comenzó mucho antes de la fecha que se establece como su inicio -1 de septiembre de 1939. invasión alemana a Polonia-. Sus antecedentes pueden encontrarse en los episodios que generaron la I Gran Guerra iniciada en 1914.

Desde entonces, las camarillas guerreristas alemana, encabezadas por el general Erich Lunderdorff, sustentaron la idea de restaurar el milenario “Sacrosanto Imperio Romano-Germánico” de Otón I. Bajo esa consigna, se incubó un doble concepto: el Poder del militarismo y la superioridad de la raza aria.

La derrota alemana de 1918 paralizó temporalmente esa expectativa, pero la crisis de post guerra en el suelo teutón la reavivó. Un oscuro cabo austriaco -Adolfo Hitler- la encarnó.  

Inicialmente no se le dio importancia a este hombre insignificante, de voz estentórea, que estremecía los micrófonos de Radio Berlín con discursos virulentos. Hubo quienes lo consideraron simplemente un desquiciado que no iría lejos.

 No quisieron darse cuenta, o percibir que detrás de ese monigote, estaba la voracidad de las grandes empresas -Los Krupp, por ejemplo- un poderoso consorcio industrial y financiero que soñaban con ampliar ilimitadamente sus posibilidades negociando con similares de Estados Unidos, Inglaterra y otros países.

Por eso, desde un inicio, la ofensiva del régimen Nazi se orientó en Alemania a doblegar la resistencia de la clase obrera y quebrar el espinazo a su Partido Político más representativo, el KPD. Era ese el punto de partida para enfilar sus baterías contra Moscú, quebrar a la URSS y apoderarse de las inmensas riquezas situadas más allá de los Montes Urales.

Dominar Europa devorarse países pequeños o medianos gobernados por mandatarios débiles o sumidos, marcó el inicio de las jornadas bélicas desde fines de los años 30.

Los gobernantes occidentales mostraron su complicidad en Munich -1938- cuando antes entregaron España y luego Checoslovaquia al régimen Nazi, desampararon a Polonia el 39 y guardaron silencio el 40 cuando las tropas hitlerianas desfilaron bajo el Arco del Triunfo, en Paris y disfrutaron en el Boulevard de La Madeleine. Ya en ese entonces, todo estaba diseñado para mirar al oriente, y atacar a la URSS.

El Golpe contra el país soviético, se inició el 21 de junio de 1941 –la Operación Barba Roja- prevista para resolverse en sólo 3 meses. El 7 de octubre de ese año, los agresores estaban a 13 kilómetros del Kremlin. Leningrado estaba sitiado y el ejército atacante acosaba Stalingrado.

Entre tanto, los gobernantes occidentales se frotaban las manos, seguros que luego de saciada la voracidad germana, ellos podrían “entenderse” con los hombres de la esvástica. Por eso permanecieron inactivos y sólo resolvieron abrir el “segundo Frente” el 6 de junio de 1944, en Normandía.

En aquellos años fue sublime la lucha del pueblo soviético. Leningrado no cayó, pero sufrió casi 900 días de dolor y de muerte. Y Stalingrado marcó la epopeya más grandiosa. Luego, la batalla del Arco de Kurts, la liberación de Jharkov, de Lvov y Ucrania entera, así como Bielorusia -los puntos más altos de la lucha- marcaron la expulsión de los Nazis del territorio soviético.

Después, la guerra se libraría en Europa del Este y el Ejército Rojo combatiría victoriosamente en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Albania, Yugoeslava y hasta liberaría Austria para arribar a suelo alemán en el 44.  El 30 de abril del 45, la Bandera Roja fue izada en el Mástil del Reichstag y pocos días más tarde caería Berlín. Todo estaba consumado.

La derrota del nazi fascismo fue estruendosa. Mussolini -admirado por Churchill muchos años- fue capturado por los partisanos italianos que lo fusilaron y lo mostraron colgado en la Piazola Loreta en el norte de Milán. Hitler se quitó la vida y los suyos huyeron como ratas. Algunos murieron, y otros fueron juzgados en Nuremberg en 1946.

La URSS triunfó, pero vio destruidas 1,710 ciudades; 70 mil pueblos y aldeas; 32 mil empresas industriales; 98 mil koljoses; 69 mil kilómetros de vías férreas; y, sobre todo, registró 25 millones de muertos. Ninguno de los “países aliados” tuvo pérdidas semejantes.

Hoy, cuando la OTAN y la política guerrerista de los Estados Unidos, alienta el renacimiento del Nazismo; la Unión Soviética está representada por las Repúblicas Populares de Donietz,  Luganks, Crimea, Tratsnitria y otras poblaciones; y cuenta con el apoyo de Rusia entera y la activa simpatía de millones que rehúsan creer las infamias de la “Prensa Grande” que endiosa a los Hitler de nuestro tiempo; y otra vez amenaza al mundo.

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