Portella della Ginestra: la masacre del 1º de Mayo siciliano

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En la historia del Primero de mayo la página más sanguinaria se escribió en 1947, en la localidad siciliana de Portella della Ginestra.

Tras años de sumisión a un poder feudal, Sicilia estaba viviendo una fase de rápido crecimiento social y político. Un importante movimiento organizado había conquistado el derecho a ocupar y a tener en concesión las tierras sin sembrar. La ofensiva del movimiento campesino, junto a la victoria del Blocco del Popolo en las elecciones para la Asamblea Regional, levantaron la alarma de las fuerzas reaccionarias. Las intimidaciones contra los sindicalistas y exponentes de los partidos de la izquierda eran muy frecuentes y eran responsabilidad de los bandidos separatistas.

El Primero de mayo de 1947, según una tradición que remonta a la época de I fasci Siciliani, alrededor de dos mil campesinos, hombres, mujeres, niños y ancianos, habían quedado en la Piana de Portella della Ginestra.

Ese 1 de mayo empezó como las fiestas de los santos patronos en las celebraciones de los pueblos de Sicilia, cuando hasta el aire se contagia de espera y, de repente, los petardos anuncian al amanecer el día que llega, con sus preparativos, de esperanzas y de rituales. Pero entonces no había santos que conmemorar y el dios que se celebraba era pagano, a cuyo poder misterioso se tenían que inmolar víctimas inocentes con el fin de apaciguar la ira de la divinidad obcecada por su mismo poder, por su misma alma en pena. A despertarla fue quizás una simple tradición, empezada en los tiempos de los Fasci dei Lavoratori por un médico de Piana degli Albanesi, que en 1893 había sido arrestado varias veces por defender la libertad y el socialismo de los antiguos reyes y ricos. Era Nicolò Barbato, apóstol de la libertad, símbolo de las reacciones de aquella antigua colonia del siglo XV, fundada por el líder albanés Scandeberg y convertida, junto con la Corleone de Bernardino Verro, en una de las capitales de las luchas de los trabajadores en los latifundios. Fue ese anhelo, mientras nacía la República, a despertar el dios pagano durmiente y a convertir Portella della Ginestra en el templo del sacrificio.

Procesiones informales de familias enteras habían comenzado el camino desde San Giuseppe Jato, San Cipirello, Piana degli Albanesi, desde primeras horas de la mañana, cuando a pie, con mulos y carretas, las banderas rojas y las blanca-rojiverdes de Italia, campesinos y artesanos, pobres y ricos, jornaleros y aparceros, iban recorriendo viejos senderos del tiempo, hasta la Ginestra, hasta la «piedra de Barbato».

Desde ahí el médico, en el siglo XXI, solía hablar a los presentes, predicando los derechos de los trabajadores.

Ese día, mientras los oradores oficiales tardaban en llegar, había tomado la palabra, para entretener a la masa, con palabras de esperanza democrática y de derechos pisados por el fascismo, un zapatero de San Giuseppe Jato, secretario de la sección local socialista.

Escondidos detrás de las colinas cercanas, les estaban esperando, armados con metrallas, los hombres de la banda de Salvatore Giuliano.

Acababa de empezar a hablar el primer orador, cuando se escucharon los primeros disparos.

Unos minutos después cuando se empezaron a oír los disparos, que parecían petardos de santo, muchos empezaron a aplaudir y la alegría, pronto, se convirtió en tragedia. Para la multitud no podía haber salvación: la masacre de la clase obrera siciliana había empezado.

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